Prueban la existencia de una antigua población humana desconocida

El cráneo del hombre de Kostenki /Science 

  • Los restos hallados podrían pertenecer a uno de los primeros europeos, un hombre que vivió hace 36.000 años en Kostenki, al oeste de Rusia

José Manuel Nieves / ABC

Un nuevo e impactante estudio del ADN recuperado de los restos fósiles de uno de los primeros europeos conocidos (un hombre que vivió hace 36.000 años en Kostenki, al oeste de Rusia) muestra que la ascendencia genética de los primeros habitantes de Europa logró sobrevivir al último máximo glacial, el punto álgido de la última Edad de Hielo. El mismo ADN, además, aporta pruebas de la existencia de una población hasta ahora desconocida que, hace más de 36.000 años, se cruzó brevemente con nuestros antepasados y desapareció después sin dejar rastro. El trabajo se acaba de publicar en Science (report).

El estudio proporciona también una escala temporal mucho más precisa sobre el periodo durante el que humanos modernos y neandertales (que poblaban Europa cuando los primeros llegaron) pudieron cruzarse, y aporta evidencias sobre un contacto muy temprano entre los grupos de cazadores-recolectores de Europa y los de Oriente Medio, que después desarrollaron la agricultura y la extendieron por todo el Viejo Continente hace unos 8.000 años, transformando el «pool» genético de los europeos.

Según las teorías más extendidas, las poblaciones euroasiáticas se separaron por lo menos en tres grandes grupos hace alrededor de 36.000 años: los euroasiáticos occidentales, los orientales y un tercer y misterioso linaje cuyos descendientes habrían desarrollado las características únicas de la mayoría de los pueblos no africanos, aunque no antes de haberse cruzado con los neandertales.

La investigación se llevó a cabo bajo la batuta del Centro de Geogenética de la Universidad de Copenhague y ha sido realizado por un equipo internacional de investigadores de varias instituciones, entre ellas la Universidad de Cambridge.

Unidad genética

Por medio de referencias cruzadas entre el genoma humano antiguo (en concreto, se usó el segundo genoma humano más antiguo nunca secuenciado) con investigaciones anteriores, el equipo descubrió una sorprendente «unidad genética» que parte de los primeros humanos modernos de Europa, lo que sugiere con fuerza que una «meta población» de cazadores-recolectores del Paleolítico logró sobrevivir más allá del Último Máximo Glacial y colonizar la masa continental de Europa durante los más de 30.000 años posteriores.

A medida que las comunidades dentro de estas poblaciones se fueron expandiendo, mezclando y fragmentando, debido tanto a los cambios culturales como al feroz cambio climático, se produjo, en palabras de los investigadores, una «reorganización de la misma cubierta genética», de forma que las poblaciones europeas, en su conjunto, mantienen el mismo hilo genético surgido de su primer establecimiento fuera de África y que dura hasta que las poblaciones de Oriente Medio llegaron a Europa hace unos 8.000 años, trayendo con ellos la agricultura y un tono de piel más claro.

«Que hubiera una continuidad genética desde el Paleolítico Superior más antiguo hasta el Mesolítico, y que esa continuidad se mantuviera a través de una gran glaciación - explica Marta Mirazón Lahr  (izquierda), coautora del estudio- supone un hito en la comprensión del proceso evolutivo que subyace a los logros humanos».

«Durante 30.000 años -prosigue la investigadora- las capas de hielo llegaron y se fueron, llegando a cubrir, en un momento dado, las dos terceras partes de Europa. Viejas culturas murieron y otras nuevas, como el Auriñacense y el Gravetiense, surgieron a lo largo de miles de años, al tiempo que las poblaciones de cazadores-recolectores iban y venían. Pero ahora sabemos que en todo este tiempo no llegaron nuevos conjuntos de genes. Los cambios en las estrategias de supervivencia y en los modelos culturales se superponen sobre un mismo fondo biológico. Sólo cuando los agricultores procedentes del Cercano Oriente llegaron, hace unos 8.000 años, la estructura de la población europea cambió de forma significativa».

Eske Willerslev descubridor del hombre de Kostenki/ Science

Genes de Neandertal

El genoma de Kostenki también contiene, igual que el de todos los euroasiáticos actuales, un pequeño porcentaje de genes de Neandertal, lo cual corrobora los resultados de hallazgos anteriores que muestran que existió un «evento de mezcla» justo al principio de la colonización de Eurasia, un periodo durante el cual los neandertales y los primeros humanos modernos que abandonaron África se cruzaron brevemente.

El nuevo estudio ha permitido a los científicos establecer que este cruce entre ambas especies humanas se produjo hace alrededor de 54.000 años, antes de que la población euroasiática empezara a separarse en grupos. Lo cual significa que, incluso en la actualidad, cualquier persona que tenga ascendencia euroasiática (desde los chinos a los escandinavos o los norteamericanos) lleva en su genoma una pequeña parte de ADN neandertal.

Sin embargo, y a pesar de que tras aquél primer contacto los euroasiáticos occidentales compartieron el continente europeo con los neandertales durante otros 10.000 años, no se produjeron nuevos periodos de mestizaje.

¿Qué fue lo que ocurrió para que ambas especies no volvieran a cruzarse? ¿Acaso las poblaciones de neandertales fueron disminuyendo de forma muy rápida? ¿O es posible que quizá nunca más volvieran a encontrarse con los humanos modernos? Al principio, cuando se demostró que hubo mestizaje entre ambas especies, se produjo una gran sorpresa. Pero ahora la cuestión es otra. ¿Por qué ese mestizaje fue tan escaso?

Una población desconocida

Existe, además, algo único en el genoma de Kostenki. Un pequeño elemento genético que comparte la gente que en la actualidad vive en Oriente Medio y que también estaba presente en los grupos de agricultores que llegaron a Europa, hace unos 8.000 años, para mezclarse con los cazadores-recolectores. Este contacto tan temprano resulta sorprendente, y encierra las primeras pistas sobre un tercer y misterioso linaje desconocido y que podría ser tanto o incluso más antiguo que las otras líneas genéticas principales de Eurasia.

Esa misteriosa población tuvo por fuerza que mezclarse brevemente con el resto de las poblaciones euroasiáticas conocidas, hace más de 36.000 años, para quedar después aislada de todos los demás durante decenas de miles de años.

«Este elemento del genoma de Kostenki -explica Andaine Seguin-Orlando (derecha), del centro de Geogenética de Copenhaguen- confirma la presencia de un importante linaje euroasiático aún desconocido».

Mirazón Lahr puntualiza que, después de ese breve contacto, no hubo más cruces con esa misteriosa población durante cerca de 30.000 años, lo que significa que debió de existir alguna clase de barrera geográfica que resultó infranqueable durante milenios, y ello a pesar de que Europa y Oriente Medio parezcan, por lo menos ahora, tan próximos y accesibles entre sí.

Barrera geográfica permeable

Pero el genoma de Kostenki no solo revela la existencia de esa población desconocida, sino que demuestra que hubo por lo menos una breve ventana temporal durante la cual esa barrera geográfica resultó permeable.

«Esta población misteriosa podría haber sido muy pequeña durante mucho tiempo, sobreviviendo en refugios, en áreas como, por ejemplo, los montes Zagros de Irán e Irak», explica Mirazón Lahr-. Por el momento no tenemos ni idea de dónde estuvieron metidos durante estos primeros 30.000 años, solo que estaban en Oriente Medio a finales de la Edad del Hielo, cuando se inventó la agricultura».

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En El País:

Europa y Asia, 40.000 años divorciadas

El hombre de Kostenki XIV reconstruido por M. M. Gerasimov / Science

Javier Sampedro

¿Cómo decían ‘pie’ los primitivos indoeuropeos? Uno puede comparar pie, pied, foot, vot, pes y pada y deducir cuál es su origen común: esto es lo que han hecho los genetistas en las últimas décadas –con ADN en vez de palabras— para averiguar el pasado de nuestra especie, su evolución y las migraciones con que colonizó el planeta desde su salida de África hace 60.000 años. O uno puede encontrar una grabación de los albores del neolítico donde los hablantes digan directamente ‘pod’. Y esto es lo que los científicos son capaces de hacer ahora. El resultado es similar a trazos gruesos, pero mucho más complejo, prolijo e interesante en los detalles. Y recuerden que es en los detalles donde mora el diablo.

Un equipo internacional ha secuenciado (leído) el genoma de uno de los más antiguos fósiles humanos “anatómicamente modernos” (es decir, que su cráneo es como el nuestro, aunque no sabemos si su cerebro también lo era). El fósil se llama Kostenki 14, está datado en 37.000 años atrás, fue hallado en Rusia y su genética demuestra que el genoma de europeos y asiáticos ya difería en esa fecha, y probablemente antes. El dato esencial es que el ADN de Kostenki 14 es similar al de los europeos y los siberianos occidentales modernos, pero ya diferente del de los asiáticos orientales. Esto es lo que dice la ‘grabación’ del paleolítico.

Diagrama del fósil Kostenki 14, analizado en la Universidad de Cambridge / Philip Nigst

Otra revelación notable es que Kostenki 14 tenía más ADN neandertal que los europeos actuales, seguramente porque los cruces entre humanos modernos y neandertales eran todavía recientes (ocurrieron hace unos 54.000 años, según las finas dataciones del último trabajo). Eske Willerslev, del Museo de Historia Natural de Dinamarca en Copenhague, y sus colegas de Cambridge, Chicago, Berkeley, Texas, San Francisco, San Petersburgo, Queensland y Leipzig presentan su investigación en ‘Science’.

No es que los investigadores estén obsesionados con Europa –basta echar un vistazo a la dispersión geográfica de las instituciones que les acogen para apreciarlo—, ni que crean que los europeos tienen algo especial en sus genes que pueda explicar sus diferencias con los asiáticos, los africanos y el resto de los ‘Homo sapiens’ del planeta.

Europa, un campo de pruebas

Europa no es más que un campo de pruebas óptimo para la aplicación histórica –o prehistórica— de las nuevas técnicas genómicas, por dos razones: que ha sido exhaustivamente explorada por los arqueólogos durante siglos, y que desde tiempos paleolíticos ha sido una tierra de aluvión que ha recibido todas las migraciones que han tenido a bien venir de África y de Asia. Los científicos no están interesados en la identidad europea, sino en los universales antropológicos que este humilde apéndice de Asia revela sobre nuestra especie.

El fósil Kostenki 14 recibe su nombre de un pueblo (a veces escrito Kostyonki) del oeste de Rusia, en el óblast (división federal) de Vorónezh, junto al río Don. El pueblo es conocido por la presencia de estatuillas del paleolítico superior, entre 30.000 y 40.000 años atrás, y unos pocos huesos clasificados como humanos anatómicamente modernos. El genoma de Kostenki 14 no solo revela la antigua separación entre los europeos y los asiáticos orientales, sino también que la estructura genética de los europeos actuales es ancestral –existía ya hace 37.000 años—, y que por tanto sobrevivió a la última era glacial.

Esto supone también una notable sorpresa, porque la estructura genética de los europeos se debe en parte a migraciones muy posteriores desde Oriente Próximo, en el gran movimiento de población que extendió de este a oeste la revolución neolítica, iniciada con la invención de la agricultura hace unos 10.000 años. Los científicos piensan que los ancestros de esos pobladores de Oriente Próximo ya se habían cruzado con los cazadores paleolíticos en tiempos mucho más arcaicos. La estructura de la población europea, por tanto, ya era compleja hace 37.000 años.

“Aunque las comunidades de esta población general se expandían, se mezclaban y se fragmentaban en medio de unos cambios culturales sísmicos y un cambio climático feroz”, explican los científicos de Cambridge, “todo esto fue un barajado del mismo mazo de cartas genético, y la población europea como conjunto mantuvo el mismo hilo genético desde sus primeros asentamientos fuera de África hasta que las poblaciones de Oriente Próximo llegaron durante los últimos 8.000 años, trayendo con ellos la agricultura y un color de piel más claro”.

El hecho de que hubo cruzamientos –sexo— entre los humanos modernos de Europa y los neandertales ya era conocido, pero la datación de esos intercambios en 54.000 años atrás es también relativamente sorprendente. Porque fue después de esa fecha cuando las dos especies tuvieron más oportunidades de interactuar, durante sus 10.000 años de coexistencia en tierras europeas (de 45.000 a 35.000 años atrás, más o menos).

“Originalmente nos sorprendió descubrir que hubo cruces entre humanos modernos y neandertales”, dice uno de los autores, Robert Foley (izquierda), de Cambridge. “Pero ahora la cuestión es: ¿por qué hubo tan pocos? Es un hallazgo extraordinario que no entendemos todavía”.

Cruces con otras especies

Mientras los europeos se cruzaban con los neandertales, los asiáticos lo hacían con otra población arcaica que vivía más al este, los misteriosos denisovanos. ¿Se debe a ellos parte de la diferencia observada ahora entre los europeos y los asiáticos del este? Responde a este diario una de las coordinadoras del estudio, Marta Mirazón Lahr, directora del Centro de Estudios sobre Evolución Humana de la Universidad de Cambridge:

“No, yo creo que no afecta las diferencias porque es un porcentaje minúsculo –se estima en un 0.2% en parte de Asia (Dai, chinos Han)— y los americanos de hoy, heredado de Asia (Mixe, Karitiana); y en un 0% en otros, como en los grupos llamados ‘negritos’ de Malasia y las Islas Andamán. Estos valores mínimos contrastan con lo observado en los ‘negritos’ de las Filipinas, en los papúas de Melanesia y en los australianos (4%-6%), siendo que los Asiáticos pueden haber adquirido su 0.2% no por mezclarse con los denisovanos, sino por mezclarse con los melanesios”.

“Además”, prosigue la científica nacida en Buenos Aires, “el único genoma antiguo asiático (que es parcial), el del fósil chino de Tianyuán, de 40.000 años, no tiene nada de ADN denisovano; por eso, yo creo que las diferencias entre los asiáticos del este y los europeos fueron adquiridas en los más de 40.000 años de separación de sus trayectorias adaptativas y demográficas; la población europea vivió bajo extremos de clima y ambiente únicos, y con necesidades tecnológicas diferentes para cazar las faunas periglaciares”.

La vieja Europa es más vieja de lo que se pensaba. Y también más normal.

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Comentario por Jose Madrid el noviembre 7, 2014 a las 10:32am
Quizá la barrera que impidió los cruces posteriormente a los más tempranos no fué física, sino cultural...
Comentario por Juan Carlos González el noviembre 7, 2014 a las 11:55am
... Pues es lo más lógico de pensar, estoy totalmente de acuerdo. Seguramente ni sus dioses eran los mismos, ni su forma de comer, cazar, etc... Probablemente hubiera un choque matriarcado-patriarcado. Podría ser que la mayoría de las hibridaciones fueran simplemente casual, debido a aislamientos particulares de individuos por ambas partes (catástrofes naturales, exclusiones de clan, supervivencia en general ).
Quizás algún día podamos relatar de formas más clara y eficiente la trasferencia de cultura entre las industrias líticas (podría ser determinante ).
Comentario por Jose Madrid el noviembre 7, 2014 a las 12:48pm
Si no hemos cambiado físicamente en 35.000 años, seguramente teníamos los mismos miedos a lo diferente...
Comentario por María Jesús el noviembre 7, 2014 a las 2:43pm
Sí, claro, a la hora de acoplarse, los homo debían mirarlo mucho.
Comentario por Francisco Fernández Lara el noviembre 7, 2014 a las 3:13pm

2Sin embargo, y a pesar de que tras aquél primer contacto los euroasiáticos occidentales compartieron el continente europeo con los neandertales durante otros 10.000 años, no se produjeron nuevos periodos de mestizaje?. Yo aquí adjetivaría "conocidos".

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