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Hoy se cumple un siglo del descubrimiento del busto de la reina Nefertiti por el egiptólogo alemán Ludwig Borchardt, que escribió en su libro de notas: “Describirlo no sirve de nada, hay que verlo”. El Neues Museum de Berlín ha organizado la exposición "En la luz de Amarna" para celebrarlo.
Hace más de 3.300 años que Nefertiti y Tutankamón, que están ambos de aniversario, no se miran a los ojos. A menudo, cuando observamos el bellísimo busto polícromo de la reina en Berlín y la no menos arrebatadoramente hermosa máscara funeraria de oro del joven rey en El Cairo, los dos iconos indiscutibles del Egipto faraónico, olvidamos que las dos obras nacen en el mismo momento histórico y que los personajes a los que representan eran no solo contemporáneos, sino familia, y convivieron en la misma corte, bajo el mismo techo. Nefertiti fue la esposa principal del que se tiene por padre de Tutankamón, Akenatón. La bella reina fue también suegra de Tutankamón y no se descarta del todo que pudiera ser incluso su madre. Apenas podemos especular acerca de cómo se llevaban, aunque las representaciones de la familia de Akenatón muestran, de manera desacostumbrada para el arte egipcio, un afecto enternecedor y casi chocante.
Fuente: Jacinto Antón | El País.com, 5 de diciembre de 2012
El busto de la reina (47 centímetros, 20 kilos), permaneció tres milenios bajo la arena que cubrió la vieja capital abandonada de su rey hereje, Amarna, mientras que la máscara de Tutankamón ha estado casi el mismo tiempo sobre la momia del joven y malhadado faraón en la oscuridad de su tumba perdida en el Valle de los Reyes. El destino ha querido reunir la memoria y las sombras de ambos, Nefertiti y Tutankamón, en este final de 2012. Apenas se acaban de cumplir los 90 años del descubrimiento de la tumba de Tutankamón (4 de noviembre) y hoy, 6 de diciembre, celebramos, con magna exposición en Berlín incluida (600 objetos entre ellos algunos inéditos), los 100 del hallazgo del busto de la reina (pese a que sea de mal gusto recordar los años de una dama). ¡Los amantes de Egipto estamos de enhorabuena!
Foto: Relieve del rey Akenatón, la reina Nefertiti y tres hijas. MARGARETE BÜSING (STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN).
La tumba de Tutankamón la descubrió el británico Howard Carter, el busto de Nefertiti un personaje menos popular: Ludwig Bortchardt, alemán. Bortchardt nació diez años antes que Carter pero murieron con un año de diferencia (1938 y 1939, respectivamente). En realidad, ambos hallazgos los realizaron materialmente trabajadores egipcios, los grandes olvidados de estas bonitas historias arqueológicas —aunque ya tienen su libro, Hidden hands, Egyptian workforces in Petrie excavations archives, de Stephen Quirke, Londres, 2019—. El busto de Nefertiti lo encontró el obrero Mohamed Ahmed es-Senussi (desde aquí gracias, Mohamed) en una zona de las ruinas del taller del escultor Tutmose en el curso de las excavaciones en Tell el-Amarna de la Deutsche Orient-Gesellschaft, DOG, Compañía Alemana de Oriente, que dirigía Borchardt. Es curioso pensar que la despampanante reina que hoy nos cautiva, altiva, desde su alto pedestal en su capilla profana en el Neues Museum pasó casi una eternidad indecorosamente de bruces, la bonita nariz enterrada en el polvo. Lo único que se veía de la soberana, según explica Borchardt en sus diarios de excavación, era la nuca color carne y parte de la corona. El busto se habría precipitado al suelo desde un estante. Al desenterrarlo, "vimos surgir el más vivo de los objetos egipcios". Solo las orejas, algo de soplillo con perdón, majestad, estaban rotas y se encontraron algunos trocitos de ellas entre la arena. Faltaba un ojo, el izquierdo, pero parece ser que la escultura no lo había tenido nunca, lo que ha dado pie a numerosas conjeturas: ¿estaba sin acabar?, ¿era un modelo para explicar cómo se hacían las cosas a los aprendices?, ¿sería tuerta la reina?
Foto: Excavación alemana en Amarna. Presentación del busto de Nefertiti. (Visita del príncipe Johann Georg de Sajonia y la princesa Mathilde). (STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN).
Borchardt se dio cuenta en seguida de que con ojo o sin él la escultura, que identificó inmediatamente con Nefertiti, pese a que la pieza no presenta ninguna inscripción, era la caraba. Lo que siguió fue una operación de escamoteo en toda regla. Lo acostumbrado era que las misiones de excavación enseñaran sus hallazgos a las autoridades arqueológicas de Egipto, en esos momentos francesas, que decidían que piezas se quedaban y cuáles podían retener los foráneos. Cómo se lo hizo Borchardt para que el funcionario de turno le dejara el busto no está claro pero desde luego fue algo turbio: los egipcios tienen todo el derecho al denunciar que les privaron torticeramente de una obra esencial de su patrimonio.
Foto: Modelo de la cabeza de la estatua de Nefertiti. SANDRA STEISS (STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN).
Nefertiti fue a parar a Alemania. Da buena prueba de la mala conciencia de Borchardt el que el busto no se exhibiera hasta muchos años después (1924). La escultura provocó sensación en Alemania y en Egipto ni te digo. Desde el primer momento fue reclamada como la hija perdida del Nilo. Los alemanes no estaban dispuestos a soltar su presa. Para ellos era un símbolo irrenunciable de su corto pasado colonial y de su identidad nacional como Kulturnation. En un país desposeído de su carácter imperial tras la I Guerra Mundial, la reina ofrecía un consuelo y acaso hasta una promesa (véase el sugerente capítulo sobre Nefertiti en The body of the queen, de Regina Shulte, Berghahn, 2006). La soberana, transitó por la república de Weimar y por el nazismo (Hitler la conservó, su idea de enviar algo a Egipto era el Afrika Korps). Se salvó de la destrucción de la segunda contienda y vuelve a reinar, la dama más vieja y elegante de Alemania, en el Berlín de ahora, mirándose, con ojo escéptico de mujer hermosa y poderosa que ha visto tanto, a la cancillera Merkel.
Foto: Figura de Nefertiti. SANDRA STEISS (STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN).
¿Qué tiene de excepcional Nefertiti? Pues todo. Su factura, su enigmática sonrisa, que puede parecer sensual o cruel. El hecho de que la soberana esté retratada en su madurez, sin ocultar arrugas. Es cierto que hay otras esculturas preciosas de Amarna pero ninguna tan completa, tan irresistiblemente fascinante. Es tan buena que parece mentira, y en eso se han basado algunos (como el suizo Henri Stierlin: Le buste de Nefertiti, une imposture d l'egyptologie?, Infolio, 2009) para considerarla una falsificación. Es difícil hoy decir cuánto del magnetismo que ejerce la Mona Lisa egipcia sobre nosotros es original y cuánto se ha ido adhiriendo con el tiempo como una pátina a su piel de yeso. Muy pronto se la elevó a la categoría de icono de la belleza femenina y objeto de culto moderno. Entró también a formar parte del discurso de erotización del arte egipcio. Su poder de conmoción sigue rotundamente vivo. Esos labios… Mientras, en algún lugar de Egipto la verdadera Nefertiti aguarda bajo la arena. Su tumba no ha sido identificada ni, con seguridad, su momia. Reflejado en el ojo de la sin par cíclope de Amarna, su enigma permanece, aferrado a su belleza.
Foto: Ejemplos de piezas de baldosas de colores. JÜRGEN LIEPE (STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN).
Berlín homenajea a su reina egipcia
Fuente: Juan Gómez | El País.com, 5 de diciembre de 2012
Foto: La primera foto que se tomó del busto de Nefertiti en diciembre de 1912.
Hace cien años que la oscura esposa del faraón Ajenatón (1353-1336 a.C.) se convirtió en una celebridad en Alemania. El descubrimiento del busto de la reina Nefertiti por parte del egiptólogo Ludwig Borchardt el 6 de diciembre de 1912 fue la gran sensación de las excavaciones alemanas en Ajetatón, que fue la capital egipcia durante 12 años del reinado de Ajenatón. Llegado el busto a Berlín en 1913, uno de los primeros en verlo fue el káiser Guillermo II. El emperador alemán quedó vivamente impresionado y comparaba la pieza con las grandes esculturas renacentistas. Obtuvo una réplica exacta que se llevaría consigo al exilio en 1918. El gran público no la pudo admirar hasta 1924, pero el Neues Museum organizó ya en 1913 una notoria exposición con otros hallazgos de Borchardt en sus excavaciones del valle egipcio de Amarna. La muestra desató en Berlín una egiptomanía que el entusiasmado Borchardt describió a su esposa como “un ajetreo de locos”. Y eso, celebraba, “incluso sin la reina de colores”.
Reabierto al público en 2009 tras décadas de ruina, el mismo Neues Museum ha montado 99 años después una nueva exposición en la que Nefertiti no es la gran ausente, sin... para volver a enseñar los artefactos religiosos, las piezas decorativas o los objetos de uso diario descubiertos por... La muestra coincide con el descubrimiento de una inscripción que nombra a la pareja real en el año decimosexto del reinado de Ajenatón. El egiptólogo de Lovaina Harco Willems explicó el miércoles que “ahora se pueden descartar las hipótesis de su asesinato o su destierro”. Ajenatón, maldito como faraón hereje por las generaciones posteriores, reformó la religión de Estado en Egipto: repudió al nutrido panteón que presidía el dios Amón para designar a Atón, dios de la luz representado por un disco solar, única deidad digna de culto. Y a sí mismo como su único interlocutor. Su reinado duró 17 años. Un par generaciones más tarde, sus sucesores trataron de borrar su memoria destruyendo sus templos y eliminando de las listas dinásticas su nombre y el de otros reyes asociados al período de Amarna.
Foto: Rey arrodillado con corona azul. SANDRA STEISS (STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN).
El visitante del Neues Museum se dirá que son cosas de sátrapas religiosos de hace 3.300 años, hasta que se entere de que Borchardt y el fundador de la Sociedad Oriental Alemana (DOG), James Simon, sufrieron un trato parecido en los años treinta. La Alemania nazi no quería héroes ni mecenas judíos, así que se intentó ocultar las contribuciones del arqueólogo Borchardt y el millonario Simon al descubrimiento del busto de Nefertiti y del resto de los hallazgos en Amarna. Durante la dictadura se retiró la placa que recordaba el patronazgo de Simon en las investigaciones. Ahora, el Neues Museum quiere honrar su memoria dando su nombre a una de sus galerías.
Los arquitectos Tom Duncan y Noel McCauley aclaraban en el museo cómo plantearon la exposición que abrirá el viernes: en bajo se recrea la historia del descubrimiento y la de su recepción durante estos 100 años. En el segundo piso, residencia fija del busto real de Nefertiti, una gran sala presenta a la entrada los tiempos previos a la revolución de Ajenatón. El umbral del cambio religioso es un gran triángulo de luz rojiza que da paso hacia la exposición de Amarna. A través de más de mil objetos ofrece una idea plástica de las viviendas, la religión y la industria de Ajetatón. En la sala contigua se muestra el taller de Tutmosis, entre cuyas ruinas se encontró el busto de Nefertiti. También contiene un busto de su esposo en mucho pero estado. Dos puertas dan acceso a la estrella de la muestra, que preside ella sola la misma sala que ocupa desde su llegada al Neues Museum en 2009. Y de donde, según dijo el miércoles el jefe de los museos berlineses Michael Eissenhauer, “no se va a mover más”.
Realmente el título de este artículo es el más adecuado. Es imposible describir la belleza del busto , sólo viéndolo uno puede apreciarlo en toda su magnificencia. Cuando viajé a Berlín hace unos años, mi meta era encontrarme cara a cara con Nefertiti.
Un comentario aparte merece el descarado expolio que las grandes potencias coloniales ( y hoy os traficantes de arte) llevaron y llevan a cabo de los tesoros arqueológicos de otras naciones, empezando por los mármoles del Partenón , siguiendo por el tesoro de Troya, etc. Debemos apoyar una campaña internacional para la recuperación de estos bienes
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