EL REAL. Vendyl Jones se ha batido el cobre con las alimañas del desierto. Nada ha sido fácil para él; pero está convencido de que encontrará el Arca en el desierto de Judea.
Hace 40 años que el texano Vendyl Jones excava el desierto de Judea en busca del Arca de la Alianza, siguiendo las pistas de los manuscritos de Qumrán.

Vía: La Voz Digital.es, 16 de abril de 2008

Vaya tomadura de pelo. No había más que verlo. Aquel hombre, sin duda, era un farsante. «¿Éste no es Indiana Jones!». El alcalde de Petra, la mimética maravilla nabatea, se le quedó mirando enfadado, se negó a darle la mano y vociferó señalando al arqueólogo «¿es alguien que pretende hacerse pasar por Indiana Jones! Indiana Jones ha comido en mi tienda varias veces y no es éste». Entonces el guía le contestó: «No, no. ¿Éste es el Indiana Jones de verdad! El hombre que fue a su tienda era Harrison Ford. Él hacía de este hombre en el cine. Vendyl Jones es el auténtico Indiana Jones». Y sin dejar de escrutarle, el preboste se acercó al americano y le dio un cordial apretón de manos. La escena se produjo a escasos metros del desfiladero de Siq, que conduce al Templo del Tesoro, adonde el Jones cinematográfico iba a parar en su última cruzada, hace ya 9 años, en busca del Santo Grial. Hoy, once años después de que Vendyl se hiciera carne mortal ante el prócer jordano, el profesor, en su casa de Grandview (Texas), a medio camino entre Fort Worth y Waco, se ríe bajo su sombrero tipo borselino, y con la pipa en la mano recuerda la anécdota. A sus 74 años, este texano nacido en la localidad de Sudan, hijo de un barbero y de una esteticista, que desde que supo que le llevaba en las entrañas no dejó de leerle la Biblia utilizando un periódico a modo de megáfono entre su boca y su tripa, es un hombre lleno de energía a la espera de recaudar el suficiente vil metal con que financiar nuevas excavaciones y poder cumplir la promesa que le hizo a su madre: «Si el Tabernáculo, el Arca y al Altar de los Perfumes que ocultó el profeta Jeremías están en la tierra, yo los encontraré». Ella entonces, relata Jones, sostuvo fijamente su mirada de niño de nueve años y abrazándole le dijo: «Sí, hijo mío, lo sé». Su destino estaba trazado bajo las arenas del desierto bíblico de Judea.

No mucho tiempo después, a mediados de los años 40, un adolescente Jones ya participó en una excavación en los montículos indios del oeste de Texas. «Tuve el privilegio de estudiar arqueología bíblica con Wiliam Bowen, de Cambridge, que encontró La Geniza de El Cairo, una colección de manuscritos antiguos»

El mapa del tesoro

Pero todo a su tiempo. A los 18 años, Vendyl Jones era un ranchero larguirucho que hacía todo lo posible para ganarse la vida. «Fue entonces -cuenta- cuando oí hablar por primera vez del descubrimiento de los Manuscritos del Mar Muerto. Se habían encontrado en una región con el exótico nombre de Qumrán». De entre todos, el que más le intrigó era el Rollo del Cobre, el único manuscrito de ese tipo hallado jamás en Israel, en el que se detallaba una lista increíble de riquezas sagradas, que por hacernos una idea de su calibre y cuantificadas grosso modo apuntaría a un centenar de toneladas de metales preciosos. «Aún no estaba completamente seguro de cómo mantendría la promesa que le había hecho a mi madre años atrás -confiesa-, pero reconocí la necesidad de sumergirme en el idioma hebreo si quería alcanzar el éxito en alguna medida». Y se puso manos a la obra. Por aquel entonces Vendyl Jones era también pastor baptista y halló en el rabino Henry Barneis, que como él conducía almas al otro lado de la montaña, en Bristol (Virginia), un preceptor. Además del hebreo, estudió exhaustivamente la Torá entendiéndola como lo haría un judío. Nuestro Jones, que ni entonces ni nunca defendió su territorio a golpe de látigo, supo desde el principio poner los puntos sobre las íes al maestro: «Usted mantiene su cuchillo en el bolsillo y yo no intentaré tirarle al agua». O dicho en román paladino «si no me intenta circuncidar, yo no le intentaré bautizar». Con ello se cerró el trato que le proporcionó a nuestro aventurero el conocimiento necesario para enfrentarse con rigor a la historia milenaria.

Vendyl Jones no comenzó a explorar el desierto de Israel hasta el convulso 1967. Desde luego, si este tipo de sonrisa fácil tiene un don indudable es el del arrojo y nunca se hubiera perdonado no participar en la Guerra de los Seis Días. Y habida cuenta de los resultados de su iniciativa, los israelíes tampoco. «Primero publiqué un artículo en 1959 en el que predije que habría una guerra en Israel el 5 de junio de 1967. Fui allí -relata- para estar presente en esa contienda. Nací no pudiendo distinguir los colores. El manojo de nervios vitales de forma cónica que permiten distinguir entre el rojo y el verde estaba dañado. Pero en este caso mi dolencia visual resultó una bendición enorme. De tal manera que, cuando examiné con los prismáticos la espesa maleza donde se ocultaba el enemigo, vi el destello de algo brillante. Era el tinte del camuflaje jordano. Me bajé los binoculares. Incluso sin ellos podía ver una posición jordana que supuestamente no estaba en el valle. En total divisé 4 búnkers antipersona y 66 búnkers antitanque que los israelíes ni habían sospechado. El general Uzi Narkiss, comandante del área, me dijo: 'Vendyl Jones, lo que usted ha hecho hoy ha salvado cientos, quizás miles de vidas israelíes...' -hasta la revista Time del 16 de junio mencionaba la destreza del Reverendo Jones-. Dos días después, Narkiss haría historia dirigiendo la ofensiva que liberó la Ciudad Vieja, permitiendo a los judíos rezar ante el Kotel (Muro de las Lamentaciones) por primera vez desde 1948».

No se había disipado aún el eco del combate cuando Vendyl Jones se adentró en el desierto y lo excavó por primera vez, codo con codo, junto a Solomon H. Steckoll, un tipo que arrastraba una polémica historia y que contaba con un real permiso de Hussein de Jordania para horadar la tierra de Qumrán. «Aunque nos hicimos amigos, pude ver cómo su reputación de radical era bien merecida. Era un pícaro de primera categoría, un iconoclasta cuyas creencias religiosas rozaban lo pagano. Los esqueletos que exhumamos tenían miles de años, y yo creía que debían finalmente ser devueltos a la tierra. Pero Steckoll se había hecho un tintero con uno de los huesos». Fue en esa misma época donde se fraguó su amistad con Psach Bar-Adon, otro arqueólogo, con el que, según repite, se adentró en los secretos del desierto siguiendo el mapa del tesoro que siempre fue para ellos el Rollo del Cobre.

No fueron tiempos fáciles. «Las moscas de Qumrán -explica Jones- son de una especie distinta. Cuando las aplastas, sólo las aturdes. Caen, andan rodando unos pocos segundos y después salen volando. Las otras alimañas que hacen interesante la zona de excavaciones son un tipo de escorpiones muy largos. Los negros me recuerdan una variedad que he visto en México. Pero hay un escorpión que merodea por los terrenos baldíos de Judea que te obsesionará en tus sueños; es de un verde casi iridiscente y del tamaño de tu mano. De algún modo conseguimos ignorar todas estas cosas y ponernos a despejar una sección del terreno o una cueva».

Desde 1972, además de sacar adelante su Fundación de Investigación Judeo-Cristiana -que hoy se llama Instituto de Investigación Vendyl Jones-, el profesor ha dirigido ocho excavaciones en Qumrán, coordinando más de trescientos voluntarios sobre el terreno y el apoyo de muchos otros, hasta 7.000 almas, tan convencidas de sus razones arqueológicas que tanto trabajo ha sido posible gracias a sus donaciones. El texano nunca tuvo ayuda institucional alguna. Y no sólo: hubo de resistir el azote de los que le trataron de lunático. «Las acusaciones por parte de otros arqueólogos de que estoy trabajando sin base científica provienen del miedo a la amenaza de que pueda encontrar lo que estoy buscando. El hombre que estaba detrás de estas acusaciones era Amir Drori, que ha fallecido». Luego reflexiona sobre el momento más amargo y el más feliz en todo estos años. «Los peores -afirma- son éstos, cuando no tengo los fondos necesarios para continuar; los mejores momentos vendrán en cuanto los obtenga».

¿Aún espera encontrar el Arca de la Alianza? «En 1939 leí en los textos apócrifos, en el Segundo Libro de los Macabeos 2,4-8: Se decía también en el escrito cómo el profeta (Jeremías), después de una revelación, mandó llevar consigo la Tienda y el Arca; y cómo salió hacia el monte donde Moisés había subido para contemplar la herencia de Dios. Y cuando llegó Jeremías, encontró una estancia en forma de cueva; allí metió la Tienda, el Arca y el Altar del incienso, y tapó la entrada. Volvieron algunos de sus acompañantes para marcar el camino, pero no pudieron encontrarlo. En cuanto Jeremías lo supo, les reprendió diciéndoles: 'Este lugar permanecerá desconocido hasta que Dios vuelva a reunir a su pueblo y le sea propicio. El Señor entonces mostrará todo esto; y aparecerá la gloria del Señor y la Nube, como se mostraba en tiempos de Moisés, cuando Salomón rogó que el lugar fuera solemnemente consagrado'. Creo que todos esos objetos se van a encontrar porque los santos profetas de Israel predijeron que se encontrarían. En 1988, con ayuda del Manuscrito del Cobre, encontramos un jarro de óleo de unción hecho por el propio Moisés; en 1992, hallamos la Casa de Avitinus, que hizo el incienso sagrado, y recuperamos 1.400 kilos de incienso sagrado; en 1994 descubrimos Gilgal, donde estuvo el Tabernáculo durante 14 años. Encontrar los objetos que se mencionan en el Manuscrito del Cobre es una muestra de su autenticidad y ha sido lo más alentador para esta búsqueda incansable. En 2003 hallamos la apertura bajo la cuesta cubierta por 40 piedras colocadas. El Rollo del Cobre reza: 'Aquí está el Tabernáculo y todos los objetos dorados'. Nos hemos parado -insiste Jones con desaliento- porque necesitamos 56.000 euros para realizar esa excavación y tenemos unos 12.800. Cuando obtengamos el resto seguiremos con la búsqueda».

Vendyl ante el Arca

Entretanto, Vendyl Jones, siempre en compañía de su esposa y sus dos hijos que colaboran con él en sus exploraciones, se dedica a investigar, a escribir -«no tengo tiempo libre», - y a soñar. «Si al final tuviera ante usted el Arca, ¿qué haría?». «Antes que nada -responde- llamaría a Rav Adin Steinsalts, el presidente del Sanedrín que será el encargado de llevársela a Gilgal. Invitaría a los drusos a que la trasladaran y a los gabonitas en agosto para que aporten la madera y el agua para la restitución del servicio de sacrificios. El Qalil, el contenedor de las cenizas de la vaca roja, se llevará para la purificación de los sacerdotes». Los ojos del buscador están llenos de esperanza. Sé que es cruel, pero la vida es así: «¿Y si al final todo fuera sólo una leyenda?», le dejo caer. Y Vendyl Jones, con una serenidad pasmosa y sosteniendo la mirada como su madre se la sostuvo a él responde: «Los objetos que hemos encontrado demuestran que no es una leyenda. Las palabras de los santos profetas de Israel no son leyendas».

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