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Foto: Estatua ecuestre de Marco Aurelio en el Campidoglio, Roma / Leemage, Getty
A juicio de sus contemporáneos, Marco Aurelio fue el emperador perfecto, aquel cuyo reinado fue la época más feliz del mundo antiguo, último de la serie de los llamados ‘emperadores buenos’ del siglo II d.C. Las fuentes históricas de aquel tiempo nos han legado la figura de un emperador que siempre obró con rectitud, sabiduría y humanidad, guiado por su pasión por la filosofía estoica. Y si prefiriésemos evocar a nuestro personaje con herramientas actuales, los cinéfilos podrían revisar las memorables interpretaciones que de él hicieron Alec Guiness en La caída del Imperio Romano yRichard Harris en Gladiator, que nos dejaron una positiva y bienintencionada imagen de Marco. Pero si analizamos la documentación de la época, y de Marco Aurelio queda muchísima, con las gafas de la crítica, el resultado puede ser demoledor. Esa es la tarea que se propuso el profesor Augusto Fraschetti, profesor de Historia romana en la Università di Roma La Sapienza y la Universidad de La Sorbona, con Marco Aurelio, la miseria de la filosofía (2007), que ha sido publicado este año en español por Marcial Pons gracias a la traducción de Javier Arce.
Fuente: F. Javier Herrero | El País.com, 25 de septiembre de 2014
Es necesario aclarar que se trata de una obra póstuma que Fraschetti estaba terminando cuando falleció en 2007, pero que se decidió publicar como homenaje al autor. Por ello se echa en falta una última corrección que eliminase repeticiones, reducción de textos citados in extenso, etc,. No obstante, la profusión de notas, citas y textos de fuentes diversas juegan a favor de la obra. En cuanto al enfoque, el autor opina que quizás se le puede reprochar “el haber intentado reconstruir en todos sus aspectos las diferentes fases de un reinado de forma quizás no demasiado benévola en relación con su protagonista”. Si por benevolencia entendemos simpatía y buena voluntad hacia las personas, en este ensayo el lector tendrá complicado encontrar algo de ella hacia Marco Aurelio.
Desde el reinado de Nerva se inicia lo que se denominó el “imperio adoptivo”, que se basaba teóricamente en la elección del “mejor” por parte del Augusto para sucederle en el trono de Roma. Los investigadores -alemanes sobre todo- que creyeron que este fue el método sucesorio del siglo II, recurrían a unos ‘principios de adopción’ descritos por Tácito y Plinio. Marco Aurelio designó a su hijo Cómodo sucesor del Imperio con lo que ese ideal político, que se suponía que era el óptimo, tocaba a su fin según Fraschetti, pero hay que añadir que ninguno de los emperadores adoptivos anteriores tuvieron descendencia masculina directa y no sabemos qué habría pasado si Adriano hubiese tenido un hijo natural. El profesor italiano sabía que la elección del “mejor” no pasaba el examen de la realidad y analiza el papel que jugaban las mujeres de la domus Augusta, en quienes el mismo Marco Aurelio veía la “dote imperial” ya que transmitían el vínculo que radicaba en la gens Aelia. Se acerca en ese análisis al que ya llevó a cabo Alicia M. Canto, profesora de la UAM y miembro de la Real Academia de la Historia, sobre la dinastía Ulpio-Aelia, que incluye desde los italicenses Trajano y Adriano hasta Cómodo (98-192 d.C.), una verdadera dinastía hispana enraizada en la Bética con fuertes lazos de consanguinidad y comunes objetivos políticos, como lo demuestra el origen de los padres de Marco Annio Vero, nuestro Marco Aurelio, que nacieron en la colonia cesariana de Ucubi, la actual Espejo cordobesa.
Al ser proclamado emperador, Marco pide al Senado que sean aplicadas las disposiciones sucesorias de Adriano y que su hermano adoptivo Lucio Vero le acompañe en el coprincipado con lo que Roma dispondría de dos Augustos con poderes idénticos a todos los efectos, la misma auctoritas y la misma potestas. Lo que según la historiografía tradicional fue una armoniosa relación fraternal, según Fraschetti no fue tal y la política de guerra lo demostraría. El Imperio Parto desafió a Marco desde Oriente al poco de ser proclamado emperador, tratando de controlar el estado tapón armenio. Lucio Vero tomó las riendas de la expedición romana que respondería a Vologeses III de Partia, ya que Marco carecía de conocimientos militares. Al contrario de lo que afirma la Historia Augusta -una compilación de biografías imperiales de la época- que describe a Lucio como un depravado e inmoral, Fraschetti opina que este cumplió impecablemente con los objetivos y no cuestiona la expedición, pero una vez controlada Armenia, ¿era necesario desde el punto de vista del gasto militar llegar hasta Ctesifonte, la misma capital parta, y destruir Seleucia, ciudad que se rindió sin batallar?
Cuando las legiones vuelven a Roma con Lucio en 165 d.C. no vienen solas. Vuelven victoriosas pero traen la peste. La enfermedad se extendió por todo Occidente y en su peor fase se cobró en Roma 50.000 muertes diarias con unas consecuencias que persistieron durante largo tiempo. Con este panorama, el limes septentrional del Imperio se derrumba por la presión que ejercen marcomanos y cuados, y Marco Aurelio ya no sabrá lo que es una paz definitiva en el Danubio y el Rin hasta su muerte. 300 años después, el territorio itálico vuelve a ser invadido y Aquileia –situada en el Véneto- es sometida a asedio. Marco se vio obligado a gestionar reclutamientos militares masivos para contener a los bárbaros, con el gasto económico añadido que impuso a una sociedad asolada por la peste, pero en opinión de Fraschetti, el problema principal era la estrategia a seguir con los enemigos del norte. Lucio Vero quería mantener la política de contención y diplomacia que caracterizó los reinados de Adriano y Antonino Pío, con bastante éxito, mientras que Marco estaba a favor de “una política imperialista” que llevase las fronteras de Roma hasta el Elba, creando las nuevas provincias romanas de Marcomania y Sarmacia, lo cual era de todo punto insostenible. Según Fraschetti, el empecinamiento de Marco en estas guerras, constante juego del gato y el ratón sin visos de victoria, pasará una factura que le costará demasiado cara a Roma.
Foto: Áureo con la imagen de Marco Aurelio / Dagli Orti, Getty
Esa factura económica se componía de varios elementos: la falta de mano de obra en el campo y las ciudades, el aumento de la presión fiscal a causa de las guerras nórdicas, la decisión de devaluar el denario debida a las exangües reservas de plata y la espiral inflacionista generalizada. La situación era tan difícil que Marco decidió incluso subastar las propiedades imperiales para financiar las levas militares. Todo esto lleva a Fraschetti a afirmar que “el comienzo de la decadencia del Imperio romano se debe hacer recaer sobre el emperador-filósofo Marco Aurelio. Él (…) no deja de aparecer como un completo ignorante de las leyes que regulan una economía de mercado y la marcha de los precios”. Pero el “buen” Marco, como irónicamente suele enfatizar el autor, fue capaz de dar alguna de cal, como ocurrió en el caso de los esclavos. Legisló favoreciendo la manumisión de éstos y protegiendo la nueva situación de los libertos. Su visión estoica de la esclavitud era paradójicamente cercana a la de los cristianos, que protagonizaron el episodio más controvertido del reinado de Marco Aurelio. El historiador italiano es taxativo en este asunto cuando afirma que Marco Aurelio los consideraba “adversarios a combatir sin piedad y sin tregua” y actuó como “un perseguidor feroz”.
En contraste con la gran tolerancia de la que habían dado prueba tanto Adriano como Antonino Pío, entraron en vigor los 'nuevos decretos' cuya principal novedad era la puesta en marcha de la búsqueda de oficio de esos cristianos por parte de las autoridades provinciales. La historiografía moderna ha intentado pasar de puntillas por este asunto y buscar explicaciones que al final no resultan convincentes. Las legiones de reciente creación fueron completadas con todos los recursos posibles: esclavos, bandidos o gladiadores. La escasez de estos últimos en los espectáculos públicos por el elevado precio que por ellos exigían los lanistae, unida al ambiente de persecución, provocó sucesos como el de los mártires de Lyon, cuya matanza sustituyó la celebración de unos costosos juegos de gladiadores. A este respecto, Anthony Birley en Marco Aurelio, la biografía definitiva (Ed. Gredos), descarga toda la responsabilidad en las autoridades provinciales del consejo de las Galias, pero no parece creíble que éstas actuasen en sentido contrario a las órdenes del Augusto.
Foto: Marco Aurelio celebra un sacrificio en el templo de Jupiter en el Capitolio / Dagli Orti, Getty.
Resulta paradójico que fuesen un antiguo esclavo y el soberano del Imperio las dos últimas grandes figuras del estoicismo. El frigio Epicteto ejerció sobre el emperador una enorme influencia en su pensamiento, la cual impregnará las Meditaciones, el cuaderno de anotaciones personales de Marco en el que Carlo Carena, oportunamente traído por Fraschetti, encuentra su interés no como “ejemplo de un ensayo divinamente sereno, sino al contrario, [como] el afán de una búsqueda nunca concluida, la prueba decepcionante de un esfuerzo teórico alejado de la complejidad de la realidad”. Marco Aurelio gustaba de repetir la afirmación de Platón: “Felices los pueblos en los que los filósofos son reyes o en los que los reyes practican la filosofía”. En qué medida pudo o quiso Marco Aurelio que el estoicismo fuese el timón de su política es la pregunta más significativa que podemos hacernos sobre su imperio. G. R. Stanton subraya "con énfasis la que podría definirse [como] una ‘escisión’ profunda entre el Marco Aurelio emperador y el Marco Aurelio filósofo”. Fraschetti sostiene que esto sólo tiene una causa: la conducta hipócrita de Marco, la hipocresía que se impuso a la filosofía del emperador.
He leído reivindicaciones de Tiberio, odiado más por su desapego al poder y por su carácter taciturno y poco dado al aplauso, que hizo que se tejiera una leyenda injusta e infame a su rededor. Alguno sostiene que Nerón se granjeó la hostilidad de los historiadores no tanto por sus crímenes sino por su política populista, favorecedora de los pobres, que llegó a hartar a los patricios. Sean pues bienvenidas estas nuevas perspectivas sobre los unos y los otros, los buenos y los malos pues nos hacen ver el conjunto menos plano, con sus luces y sus sombras, ayudándonos a comprender mejor el enorme legado de Roma.
Sí, Salvador. Y hay bastantes más casos sospechosos. Por ejemplo, qué casualidad que cuando murió Calígula, pintado de siempre como un monstruo, el pueblo y el ejército se tiraron llorando a la calle.
La mayor parte de la Historia de Roma que se nos ha conservado la escribieron senadores, o gente muy afecta al poder, o verdaderos aduladores (de los que siempre hay una pléyade dispuesta), así que no es extraño que lo de "la Historia la escriben los vencedores" se cumpliera una vez más.
Otro caso, pero a la inversa, es el de Trajano (y lo siento, porque en otros aspectos ya se sabe que me gusta). Pero qué casualidad también que no haya ninguna historia de su reinado y escrita en su propio tiempo. Ni Suetonio, ni Juvenal, ni Marcial (siendo hispano), ni Tácito siquiera, que (también "casualmente") acabó como procurador de la rica provincia de Asia (sobre esto sí escribí en su día, 1991, pp. 320 ss.), nadie se atrevió a escribir los hechos y verdades de tan gran emperador. Otra cosa realmente rara. Cuando se observa que Trajano, como Nerva, fueron ambos elevados al consulado por su amigo Domiciano, que al poco empezó a ser vilipendiado, difamado, finalmente asesinado, y... sustituído en el trono por aquella pareja de "amigos de los flavios", me imaginé el mundo de miedos e intereses que podía haber detrás del "Optimus Princeps", y lo mucho que habría que justificar -quizá tapar- de lo que realmente había pasado.
Pero, ¿no lo vemos y lo vivimos hoy mismo, cómo se nos quiere convencer de que un hecho es de otra manera a como lo estamos viendo? Según el periódico que se lea, o la radio que se oiga, unas noticias vienen o no, o se presentan de una y otra manera, cada uno sirviendo a su amo. Pues hay que imaginarse cómo era de fácil en la Antigüedad esparcir y mantener una serie de bulos entre el pueblo, siempre muy crédulo y desinformado, que difamaran lo suficiente a alguien y arruinaran su prestigio para siempre.
En estos días justo recuerdo con pena casos como los de "la Beltraneja", que pasó (pasaron) a la Historia hasta como bastarda, siendo hija legítima y la verdadera heredera de Castilla, o de Juana "la Loca", la reina más robada, aislada y anulada de toda la Historia de España (por su padre, por su marido y finalmente por su hijo), que tenía de loca bastante menos de lo que se dice pero que "no convenía" (a otros) que reinara, aunque ni las Cortes de Castilla, ni sus "regentes", jamás se atrevieron a incapacitarla legalmente. ¿A que eso es bastante raro?
En fin, esto nos enseña la Historia, y por eso conviene tanto estar alertas para los sucesivos intentos de hacernos creer la "verdad" que conviene a quienes nos dirigen (o tratan de hacerlo) en cada momento.
Hay ejemplos de ahora mismo, de ayer, de hoy, de los mismos procedimientos: manipular el pensamiento del pueblo, difamar, desprestigiar y llamar a las cosas y a las personas lo que no son, para conseguir una determinada opinión general, que sea útil a determinados intereses que la mayoría de la gente no está en condiciones ni de imaginar.
No me voy a referir a ello, porque no es el lugar y porque no quiero comenzar un debate sobre el tema. Sólo diré que son días muy tristes, y que cuando una cuerda se tensa demasiado siempre acaba por romperse. Así que, viendo de lejos cómo ha sido la Historia del mundo, y nuestra propia Historia, estoy más que pesimista.
Pues sí, como se dice "quién paga al flautista pide la canción". A mí ya no me sorprende nada dado el sitio en el que vivo, lugar en el que las fantasías históricas y patrióticas más peregrinas han calado en las mentes juveniles gracias al prolongado esfuerzo de muy bien adoctrinados y entusiastas pedagogos, que todos pagamos. La manipulación interesada de la Historia es un objetivo estratégico del que detenta el poder. No existe espíritu crítico que es laminado por la visión dogmática y la propaganda machacona. Me costó años y dioptrías liberarme de una educación facciosa y poder poner a Pelayo, al Cid, a los Reyes Católicos, a Pizarro en un lugar más grato y apropiado liberándolos de una hagiografía imperial nefasta, que hizo mucho daño. Ahora veo que esos personajes son ignorados y sustituidos por otros más oscuros, o algunos bien famosos que resultan absolutamente fantásticos en cuanto a la interpretación que se da de su vida y obra (un ejemplo Sancho III el Mayor). Lamentablemente al personal le va eso de creer que los de su pueblo son los mejores, los más grandes, los más antiguos y venerables y miran con displicencia, cuando no con un poco disimulado desprecio a los que no compartimos la neo-visión que se impone.
Yo también estoy pesimista.
Un saludo.
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