Cuando los cazatesoros brindan por la ley colombiana…

Ya se aprobó la nueva Ley de Patrimonio en Colombia. Los políticos colombianos han acabado aceptando que se trata de proteger los restos naufragados de la historia. Eso sí, no inciden en el hecho de que para venderlos la ley los enajena, convirtiendo en no cultural lo que la Constitución dice que sí lo es, lo que la comunidad científica afirma que lo es y lo que, por supuesto, la Unesco defiende como patrimonio.

Los arqueólogos denuncian en todas partes que este es el expolio legalizado y la caza de tesoros pagada con los bienes que son patrimonio de la humanidad y que deben servir primordialmente al estudio y la divulgación de nuestra gran historia compartida…

¿Y los cazatesoros? ¡Brindando!  

Las crónicas dicen que se vio a algún célebre miembro de esta cofradía del pelucón y el lingote en las gradas del Parlamento colombiano para seguir los debates. Pero también se sabe que la ley refleja exactamente (porcentajes incluidos) la vieja teoría fundada por Robert Marx sobre el negocio (50%/50% con criterio de repetición). De hecho, Marx participó hace años en una investigación del Supremo colombiano que sentó la base jurídica de esta ley… calcando el argumento del viejo cazatesoros. Así que el Gobierno de Santos ha comprado una burda sarta de mentiras, en opinión de los más respetados especialistas del mundo.

El caso es que desde ahora Colombia tiene una ley que permite enajenar del patrimonio cultural, sus elementos repetidos (monedas, lingotes, perlas, esmeraldas…) o que hayan tenido valor mercantil (monedas, lingotes, perlas, esmeraldas…) y sean extraídos del fondo del mar. Y para ello se contratará a las empresas cazatesoros. Tal es el resumen y el motivo de la celebración.

El daño a la historia y al respeto de los estándares arqueológicos, a las instituciones culturales y al concepto de ciencia como una cadena de conocimiento riguroso y compartido para el progreso humano es todavía difícilmente mensurable. Lo que ha importado aquí es medir la cantidad de dólares que producirán las operaciones sobre los pecios de nuestra historia. Y por supuesto, para quién será el beneficio.

Solo veo un pequeño motivo para la esperanza. Ante la posibilidad de hacer los trabajos, ¿cuántas empresas que quieren distinguirse hoy de los cazatesoros no intentarán participar del pingüe negocio de los galeones en Colombia? ¡Va a haber bofetadas!

Y tengo un temor. Los cazatesoros no son tontos. Esta operación lo demuestra. ¿Y si en Colombia deciden hacer las cosas con calma y -sabiéndose bajo la atenta mirada de los ojos del mundo entero- realizan una primera intervención aparentemente irreprochable desde los estándares arqueológicos? ¿Qué podrán decir todos los responsables de la arqueología subacuática hispánica o iberoamericana que han sido incapaces de poner en marcha proyectos interesantes durante tantos años y han alentado la codicia del cazatesoros, su sofisticación tecnológica y hasta sus ínfulas arqueológicas?

Hechos tristes. Tiempos interesantes…

Fuente.

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