Red social de Arqueologos e Historiadores
España creación extranjera de materiales ibéricos
La unidad del territorio español es una creación extranjera. La idea de España tiene su origen en la Hispania romana, y los españoles en los habitantes hispanorromanos (hispanos). A partir de entonces y hasta nuestros días, la población autóctona de la península ibérica adopta como sus lenguas las extranjeras latinas (mantiene el bilingüismo con la lengua autóctona solo en algunas zonas de várdulos y vascones) y adoptan el extranjero catolicismo como su religión. Antes del Imperio romano, aunque había sido local y parcialmente colonizado por fenicios, griegos y púnicos, y antes se habían asentado varias migraciones celtas, el territorio de la península ibérica se encontraba disgregado en pueblos y etnias autóctonas, en la mitad occidental y centro de cultura céltica y preindoeuropea y en la oriental íbera (la distribución y número de pueblos prerromanos era similar al de las actuales autonomías). Sin embargo, los romanos habían identificado una característica común a los primitivos pueblos peninsulares, nuestro carácter genuinamente hispano oscilante entre la anarquía asocial y la furia tribal, lo que fue descrito por Estrabón: “El afán de independencia se da con particular intensidad entre los hispanos, ya que por naturaleza tienen las características de la bribonería y la hipocresía. Por sus modos de vida se convirtieron en agresivos y ladrones, uniéndose sólo para pequeños objetivos, sin arrojarse nunca a grandes empresas, porque se niegan a formar una gran potencia ni a confederarse”.
España existe gracias a la razón extranjera a costa de las emociones autóctonas. La primera unidad territorial fue impuesta por las élites extranjeras de Roma, continuada por las suecas visigodas y las élites musulmanes de Oriente Medio y norteafricanas que se quiebra con las Taifas independientes hispanomusulmanas autóctonas, en donde a partir de entonces Portugal, salvo momentos puntuales, no volverá a forma parte de la unidad territorial. Sin embargo, ni los cuatro siglos de dominio germánico visigodo, ni los casi ocho de dominio musulmán, fueron capaces de cambiar las esencias autóctonas de los hispanos, ni sus nuevas lenguas y religión hispanorromanas. Tampoco, pudieron cambiar su tendencia al localismo tribal autóctono, lo que quedó demostrado cuando, tras la batalla de Las Navas, la península se hallaba dividida en numerosos reinos (la distribución de los reinos era similar a las actuales autonomías y el número exactamente igual). Vuelve la unidad territorial gracias a la dinastía extranjera de los Habsburgo a la que sucede otra dinastía extranjera de los Borbón, que siempre fueron reyes de las Españas (Hispaniarum rex), 14 reinos, 2 principados, 1 condado y 2 señoríos. A rebufo de los nacionalismos del S. XIX y de los estados nación la mayoría de los reinos de las Españas van adaptándose a la nueva idea de España como estado nación, pero Cataluña y el País Vasco fortalecen su idea de naciones dentro del Estado español, incluso en el régimen tiránico ultracentralista de Franco, Navarra y el País Vasco mantuvieron el derecho histórico a unos fueros y Hacienda propias, y Cataluña mantuvo su lengua y cultura nacionalista intacta.
Antes de la Hispania romana, la península ibérica estaba poblada por una gran variedad de pueblos y etnias sin sentido de unidad territorial peninsular. A diferencia, en el territorio de Francia los pueblos galos mantenían relaciones de unidad mucho antes de la llegada de los ejércitos romanos y se unieron para enfrentarse a Julio César, y los francos germánicos resisten al Imperio Romano al que terminan por unirse como federados dentro de territorio romano. Tras la descomposición del Imperio, los francos se expanden e integran con la población galorromana en el territorio de la actual Francia, a quien dan su nombre. La Historia de Francia gira alrededor del devenir del pueblo franco integrado con galorromanos, habiendo una continuidad en las diferentes monarquías y repúblicas en la que prevalece la idea de unidad territorial centralizada de Francia; pueblos del territorio de Francia como vasco francés, catalán francés y bretón, no se desarrollan como nacionalidades de forma equivalente a la de sus homólogos del territorio español.
España de la periferia del Imperio a la nueva expansión semita
Las actuales Alemania y Francia, precursoras de la UE, tienen su origen en el devenir del Sacro Imperio Romano Germánico que representaba la continuidad de una Europa unida en la civilización y cultura romana de hegemonía germánica, y que sucede al Imperio Carolingio heredero del Imperio Romano de Occidente; Carlomagno se corona en Roma como símbolo de restauración y líder de la cristiandad.
Hispania queda en la periferia del nuevo núcleo germánico del Imperio, cuando los arrianos visigodos suecos, federados del Imperio Romano pero sin autoridad sobre galorromanos y herejes de la iglesia romana, salen del Reino de Tolosa en territorio aquitano al caer derrotados por los francos, y establecen el Reino de Toledo en Hispania sobre la población católica hispanorromana aprovechando el encargo de restaurar la autoridad en Hispania como federados del Imperio bajo el emperador Honorio (hijo sucesor del hispano Teodosio y de su primera esposa emparentada con la dinastía hispana Aelia); finalmente, se constituyen independientes de Roma, pero conservan la organización territorial de la Hispania romana (Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia y Tarraconensis). La unificación del territorio peninsular se produce tras derrotar a los otros pueblos godos asentados en distintas zonas y conquistar la provincia bizantina de Spania. Restablecimiento de la unidad territorial de Hispania con eje central en Toledo, bajo dominio germánico de visigodos, independiente de Roma y al margen del nuevo núcleo germánico del Imperio. Los visigodos terminan por convertirse al catolicismo en su período final para aliarse con el clero católico que había adquirido mucha influencia y poder en la Hispania de la antigüedad tardía y medieval tras la descomposición del Imperio romano y el consecuente reflujo de la vida en las ciudades y la vuelta al ruralismo prerromano, para tratar de frenar los levantamientos de terratenientes, aristocracia, oligarquías y poblaciones hispanorromanas autóctonas. El reino de los visigodos se desarrolla en crisis de sucesión casi permanente, no integrado con la población autóctona hispanorromana, y no dominan las áreas vascas que con anterioridad habían recibido las migraciones de aquitanorromanos euskoaquitano parlantes huidos de visigodos en el Reino de Tolosa y de los francos (vasconización tardía de las actuales provincias del País Vasco).
Cuando se produce la invasión del ejército islámico del sur peninsular el poder visigodo se desmorona ofreciendo poca resistencia militar, menos aún las oligarquías hispanorromanas y casi ninguna la población hispanorromana autóctona que en parte perciben el rápido avance del ejército musulmán como oportunidad para deshacerse del yugo opresor extranjero visigodo bajo la incesante hambruna, lo que propicia una rápida expansión musulmana en todo el territorio peninsular mediante pactos con las élites autóctonas hispanorromanas, fomentada por la cultura más tolerante del nuevo poder musulmán para con religiones, leyes y costumbres de los diversos pueblos peninsulares, mayor grado de integración de las oligarquías locales en las instituciones andalusíes, y los avances tecnológicos y culturales que traen bienestar social. El poder musulmán desplaza al sur el eje peninsular.
La expansión islámica trae de nuevo a la península la influencia de la cultura semita, en donde fenicios y púnicos habían dejado relevantes vestigios en el sureste que se extienden por el centro y oeste, lo que habría de contribuir a conformar la cultura y sustrato de los pueblos peninsulares. A diferencia de la llegada de fenicios y púnicos, al-Ándalus no encuentra en la península dispersos pueblos poco civilizados, sino que la expansión islámica se establece sobre la base del desarrollo de la civilización romana en la que vive la población hispana, aunque en reflujo tras la caída del Imperio. Los ejércitos islámicos utilizan las calzadas romanas como vías de expansión, y aprovechan el desarrollo romano en el que destacaba la Bética donde establecen su capital en Córdoba; además, algunas de las ciudades del norte de África formaban parte de la Bética desde donde se introduce el Islam. En la Hispania de Imperio romano destacó la rica Bética origen de tres emperadores. El pueblo autóctono de la Bética, turdetanos, antes de los romanos siempre fueron los más desarrollados, cultos y civilizados de la península, y extendieron su preponderancia económica, comercial e influencia cultural, en la península, sobre todo en el centro y oeste peninsular, dejando numerosos vestigios; son el origen cultural, por ejemplo, de los populares verracos de piedra, los emblemáticos Toros de Guisando, muy numerosos a lo largo y ancho de buena parte del territorio peninsular; Tartessos, su precedente, era considerada por griegos como la primera civilización de Occidente. El sustrato romano de los hispanos contribuye al desarrollo semita islámico, como había ocurrido en Siria y otros territorios del Islam que antes habían dependido del Imperio romano, así como contribuirán a la independencia y esplendor del Califato de Córdoba como queda inequívocamente reflejado en La Mezquita y la Medina Azahara.
Los hispanos toleraron mucho mejor a los semitas del Islam, con quienes habían mantenido contactos durante siglos (fenicios, púnicos y norteafricanos), que a los suecos visigodos. Cuando se produce la invasión del ejército islámico de Tariq, coge por sorpresa al ejército visigodo de Rodrigo que se encuentra combatiendo contra los vascones, quienes siempre habían sido fieles al emperador romano; es muy probable que Táriq recibiera el apoyo de nobles visigodos witizanos; Toledo abre las puertas a los árabes de la que Rodrigo había salido huyendo; los musulmanes consiguen un acuerdo de capitulación con Pamplona, a cambio de mantener su autoridad local y cierta tolerancia religiosa. Los herederos del Reino Visigodo de Toledo serán los árabes de la Hispania de al-Ándalus. El último legítimo heredero visigodo, Áquila, renuncia por escrito a sus derechos sobre Hispania en favor del califa de Damasco, Al-Walid, a cambio, los omeyas dan a los descendientes de Witiza las propiedades de los reyes visigodos, 3000 entre pueblos y fincas, que las gobiernan con cierta autonomía en Sevilla, Mérida, Córdoba y Jaén, donde se acuña moneda de oro como las visigodas en árabe y latín.
La conquista de las Españas cristianas del norte
Los francos carolingios frenan la expansión de al-Ándalus y se constituyen en el principal baluarte para la instauración del nuevo orden católico romano en Hispania. Francia se había convertido en “Hija mayor de la Iglesia”, “el reino más cristiano”, y por su particular relación con el papado, los reyes francos eran reconocidos por Roma como protectores de sus intereses, mientras Hispania había caído en manos extranjeras musulmanas con la ayuda hereje de una facción visigoda. El imperio Carolingio crea la Marca Hispánica en el norte del territorio de Hispania como su frontera frente al-Ándalus. Forman parte de la Marca Hispánica, Barcelona, Gerona, Jaca y Pamplona, que después darán lugar a los reinos de Navarra, Aragón y condados catalanes que emergen sobre el sustrato de la población hispanorromana, pueblos prerromanos autóctonos, católicos romanizados por la consecuente integración en la civilización de la Hispania romana. El imperio Carolingio franco actúa como abrigo y modelo, imprescindible a los emergentes reinos católicos hispanorromanos del norte peninsular frente al poder establecido islámico de los hispanomusulmanes del sur (el papel de Don Pelayo es leyenda, no un hecho histórico). El Condado de Castilla nace de la estratégica posición central del Reino de Navarra, que ejerce como puente y punto de contacto de la península con la pujanza de la modernización y el comercio de una Europa que prospera y penetra por el Camino de Santiago, que expande la hegemonía norte peninsular navarra desde el centro hacia el oeste, sur, y en menor medida al este, en la disputa por el liderazgo de la conquista católica romana de Hispania, entre la rivalidad del Reino de León (occidente peninsular céltico) y la del Reino de Aragón (oriente peninsular íbero). No por casualidad, el primer texto conocido en romance hispánico precastellano (Glosas Emilianenses) son anotaciones al códice en latín, junto otras en euskera, realizadas por monjes vascos trilingües (euskera, latín y precastellano). En la Crónica de Alfonso III se dice que “Las Vardulias ahora son llamadas Castilla”. El pueblo prerromano de los Várdulos (denominación que englobaría en la Edad Media a Caristios y Autrigones) que por su toponimia se adscribe a la cultura céltica, situados entre cántabros y vascones en el área de las actuales provincias de Guipúzcoa (el escudo de la provincia de Guipúzcoa reza: “Fidelissima Bardulia, nunquam superata”), Álava, Vizcaya, este de Cantabria y noreste de Burgos, romanizados e integrados en el Imperio destacan como fieles del emperador romano y diestros de sus ejércitos, al igual que vascones, y a diferencia de cántabros. Sancho III de Navarra deja en herencia el Condado de Castilla a su hijo Fernando. A la muerte de Fernando I, siguiendo la tradición navarra de dividir los reinos entre los herederos, al primogénito Sancho II deja Castilla elevando el condado a reino, a Alfonso VI el territorio de su madre el reino de León, a su tercer hijo García el reino de Galicia, a su hija Urraca Zamora y a su otra hija Elvira la ciudad de Toro. Alfonso VIII, casado con Leonor (hermana de Ricardo I de Inglaterra) que aporta como dote la Gascuña aquitana, incorpora Álava y Guipúzcoa al reino de Castilla procedentes del Reino de Navarra a la que recupera La Rioja. La anexión del Reino de León da lugar a la Corona de Castilla.
La conquista desde los reinos del norte peninsular, que emergen bajo protección e influjo del Imperio Carolingio franco, tuvo la idea de recuperar la antigua unidad de la Hispania católica romana frente a la Hispania musulmana islámica, que es evocada por los reyes precursores como Imperator totius Hispaniae y otros lemas de significante simbólico parecido; el sentido de Imperator en ese momento respondía a la ambición de anexionar la mayor extensión de territorio posible aprovechando la oportunidad y avance de la conquista, el término de reino tenía un carácter más local, luego caería en desuso el término Imperator; también llegaron a utilizar el término César lo que abundaría en la continuidad de la Hispania romana, y la importancia de ésta en el Imperio Romano que a través de la dinastía Aelia aporta nada menos que tres emperadores originarios de la Bética siendo el primero nada menos que Trajano, aunque en la evocación a César e Imperator no hay ningún dato ni lógica para atribuir consanguineidad dinástica a los reyes del inicio de la llamada Reconquista, y menos de los visigodos federados extranjeros de Roma que sólo se proclamaban reyes. El Imperio que invocan los reyes de León, Navarra y Castilla, y a los que también hacen referencia los de Aragón y los condados catalanes, más allá de la ambición de anexionar territorios en la conquista, representa el deseo autóctono hispanorromano de restaurar el orden de la Hispania del Imperio romano católico en la que el clero tiene influencia y poder cada vez más preminente, así como la instauración del nuevo orden inspirado en el modelo europeo del Imperio carolingio católico romano, en oposición a la Hispania del Imperio islámico musulmán; menos puede significar la restauración goda del Reino de Toledo, pues éste poco tiene que ver con la realidad autóctona de los reinos cristianos que surgen, los visigodos habían sido percibidos como extranjeros por los pueblos hispanorromanas autóctonos y sus aristocracias, aunque la jerarquía católica se había integrado parcialmente con el reino de los visigodos al convertirse al catolicismo con Recaredo; tampoco puede significar la restauración del Imperio Romano de Occidente representado por el Sacro Imperio.
La unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón, sería la culminación del deseo de continuidad de la unidad territorial de la Hispania católica romana autóctona, parcial por la ausencia de Portugal desde tiempos de los reinos de taifas, lo que encaja con el hecho de que Navarra y Castilla (vascones y várdulos) nunca fueran dominados por el poder godo, si bien León, Aragón y condados catalanes albergaban aristocracias góticas refugiadas en las montañas. La hegemonía de Navarra en el inicio y de su sucesora Castilla durante y final de la Reconquista, así como todos los distintos reinos que participan, muestran el carácter principal del sustrato autóctono hispanorromano que, en consecuencia con su plena romanización, agrega inherente la lengua, cultura, economía y religión a todos los pueblos prerromanos de la península sin excepción, lo que no evita vuelva el sustrato prerromano en la organización territorial de los reinos católicos emergidos en el norte y en la organización de los reinos de taifas de las áreas musulmanas, que seguían mostrando la distribución territorial de los pueblos prerromanos tras la independencia del Califato de Córdoba, y donde las élites hispanas a uno y otro lado de la frontera convivían con cierta naturalidad.
No son pocos los hechos y datos que muestran el carácter prerromano e hispanorromano del sustrato en el que se desarrolla la llamada Reconquista, habiendo una continuidad autóctona en territorios cristianos y musulmanes, tanto en la distribución territorial latente como en las relaciones interterritoriales. Algunos de los hechos y datos cronológicos, a continuación.
Las crónicas árabes señalan el origen astur de Don Pelayo, al que se refieren como Belay al-Rumi, Pelayo el romano; su enterramiento en el área megalítica de Abamia y la de su hijo Favila en el dolmen de Santa Cruz coinciden con rituales para jefes tribales astures; su refugio en Covadonga de culto a Deva (diosa en céltico) que da nombre al río que salta la cueva, lugar cristianizado ("la Santina") en sincretismo sobre culto pagano; la sucesión de la monarquía asturiana sigue la tradición céltica en donde la mujer transmitía derechos hereditarios al marido. Los vascones, y sus aliados musulmanes opuestos al emir de Córdoba, diezman gravemente la retaguardia del ejército de Carlomagno en la Batalla de Roncesvalles de retorno del fracasado intento de ocupar la Zaragoza musulmana y tras la destrucción de Pamplona a su paso, y liberan en la batalla al rehén Sulaymán valí de Barcelona y a otros notables andalusíes; con posterioridad, los vascones encabezados por el caudillo Jimeno el Fuerte, aliado con las aristocracias musulmanas locales, atacan en Calahorra al ejército de Abderraman I emir de Córdoba; después, la aristocracia pamplonesa en oposición al califato se une al Imperio Carolingio; entretanto, la monarquía asturiana se apodera de Álava tras derrotar a los vascones; finalmente, se establece el Reino de Pamplona independiente de francos y del emir de Córdoba, en base a alianzas de la aristocracia cristiana encabezada por Íñigo Arista, primer rey de Pamplona, y la aristocracia musulmana local de Banu Qasi, ambos emparentados.
Musa ibn Musa, gobernador de la Marca Superior de al-Ándalus con residencia en Tudela, estaba emparentado con las casas señoriales cristianas de Vasconia, y contrajo matrimonio con la hija de su hermano Íñigo Arista rey de Pamplona; considerado como el “Tercer Rey de España”, tras el emir Abd al-Rahman II de Córdoba y el rey astur Ordoño I de Oviedo; durante su mandato, y a lo largo de los siglos IX y X, Tudela fue capital de la taifa independiente y, a continuación, de los monarcas del Reino de Pamplona; durante cuatro siglos después de la llamada Reconquista, las tres religiones del Libro convivieron bajo sus propias jurisdicciones, usos y ritos, en barrios diferentes, la Morería y la Judería tudelanas fueron de las más prestigiosas y numerosas de Navarra. El emir de Córdoba Abdalá I, abuelo de Abderramán III, de madre hispana no árabe, blanco de tez, pelo rubio con grandes entradas, ojos azules, nariz aguileña, se teñía pelo y barba de negro, y una de sus esposas era hermana de Fortún Garcés rey de Pamplona. Abderraman III, califa de Córdoba, estaba emparentado por parte de madre cristiana con la dinastía vascona Arista-Íñiga origen de los reyes de Pamplona, y su abuela paterna era de origen hispano vasca hija de Fortún Garcés rey de Pamplona; sólo tenía una cuarta parte de sangre árabe, de tez muy blanca, pelo rubio rojizo y ojos azules oscuros, y con piernas cortas típicas de hispanos, se teñía la barba de negro para parecer más árabe. Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, debe su denominación de Sanchuelo al parecido con su abuelo el rey de Pamplona Sancho II.
Muhámmad II al-Mahdi ocupa el trono califal al derrocar a Sanchuelo, después es depuesto por Sulaimán con el apoyo de las tropas castellanas de Sancho II, y vuelve a ser califa al derrocar a Sulaimán con el apoyo de las tropas catalanas del conde Borrell; acontecimientos que dan lugar a los reinos de taifas que reflejan una distribución territorial peninsular semejante a los pueblos prerromanos, al igual que la distribución de los reinos cristianos; dos reinos de taifas tenía regentes de origen hispanorromanos, los Banu Qasi de Tafalla y Zaragoza y Banu Harún del Algarve. Los reinos de taifas se sometían a pagar tributos a reyes cristianos como pago a su defensa y garantía de independencia frente a otros reinos musulmanes y cristianos. Sancho III de Navarra fue el primer rey en establecer relaciones con el Papado romano, después de tres siglos de aislamiento eclesiástico de Hispania, y favorece la expansión de la reforma cluniacense francesa. La princesa musulmana Zaida fue la madre del único heredero de Alfonso VI, que, como rey de Castilla, conquista Toledo, donde antes se había refugiado en la taifa bajo la protección de su amigo y vasallo el rey Al-Mamún tras ser derrotado por su hermano el rey Sancho II. Alfonso se titula como emperador de las dos religiones (musulmana y católica) y se compromete con los musulmanes de Toledo a respetar su propiedades y la mezquita mayor para su culto, lo que es revocado por el legado del Papa en la Galia Narbonense y en Hispania, el arzobispo de Toledo, Bernardo de Sedirac, de la orden de Cluny, con el apoyo de la reina Constanza de Borgoña, ambos de origen y nacimiento germánicos.
Urbano II otorga la primacía de la diócesis a Toledo sobre el resto de las sedes episcopales de Hispania restaurando este papel de época visigoda, aunque Tarragona y Braga (Santiago más tarde) mantendrán su independencia y representación en el Vaticano disputando la primacía que se remonta a la Hispania romana; en la actualidad los Arzobispos de Tarragona, Braga y Toledo ostentan el título de Primado de las Españas. Por orden del Papa, se sustituye la liturgia mozárabe autóctona por la romana, y se desplaza al clero toledano mozárabe que había prevalecido durante poder musulmán. Se promueve el perfil godo de la Reconquista en el marco de la Primera cruzada donde predomina el carácter germánico de la emergente nueva Europa. Acciones consumadas a consecuencia de la alianza entre la dinastía navarra Jimena (Alfonso VI), la francesa de Borgoña (reina Constanza) y el Papado (Urbano II). En el reinado de Alfonso VI prevalece la influencia feudal de Francia en la concesión iure hereditario, el reparto del reino entre las hijas e hijos en lugar de legar al varón como era lo propio de la tradición navarroaragonesa, lo que supuso que Portugal cayese en manos de su yernos borgoñeses y a la postre la independencia de Portugal. Alfonso VI ayuda a su vasallo el rey de la taifa de Zaragoza, Al-Musta'in II, contra el rey de Aragón Pedro I.
El Cid presta servicios a reinos cristianos y a reinos musulmanes indistintamente. Alfonso VI, después de perder las parias de las taifas tras ser derrotado por los almorávides, se reconcilia con El Cid que vuelve a someter a las taifas levantinas para Alfonso, aunque El Cid las gobierna autónomamente. Las fuentes más antiguas acerca del Cid provienen de la literatura andalusí del siglo X, cid significa señor en árabe andalusí tratamiento restringido a los dirigentes islámicos. García Ramírez, rey de Pamplona, fue nieto del Cid y Alfonso VIII de Castilla tataranieto. Alfonso I el Batallador dice que “él reina en Pamplona, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza”, y cuando hace una expedición hasta Málaga dice que “fue a las tierras de España”. Pedro Fernández de Castro, el Castellano, formó parte del ejército musulmán que se enfrentó al cristiano en la Batalla de las Navas de Tolosa, al igual que lo hiciera antes en la Batalla de Alarcos; era primo de los reyes de Castilla y de León, Alfonso VIII y Alfonso IX. Para dar la razón a Estrabón sobre el carácter hispano, leoneses y portugueses se negaron a participar en la Batalla de las Navas, y sólo bajo la amenaza del Papa renunciaron a aprovechar la batalla para apoderarse de Castilla. Para no dar toda la razón a Estrabón, las tropas ultramontanas (no hispanas), procedentes de Francia en su mayoría, que aportaban tanto número al ejército cristiano como las castellanas, desertaron masivamente antes de la Batalla de las Navas por desacuerdo con la política permisiva con la vida de los vencidos musulmanes; en el avance hacia las Navas, los cruzados ultramontanos, en contra de la dirección hispana del ejército encabezada por Alfonso VIII, habían pasado a cuchillo a toda la guarnición musulmana de Malagón, como era su costumbre, causando graves disturbios, al contrario de lo habitual en Hispania que era forzar la capitulación y permitir que los hispanos andalusíes se marcharan, e incluso, que vivieran extramuros; en la siguiente toma de la fortaleza de Calatrava, Alfonso VIII había pactado con la guarnición musulmana no matarlos en caso de que fueran vencidos, para impedir que se volviera a repetir lo ocurrido en la toma de Malagón, lo que no fue aceptado por los franceses y cruzados.
Desde Alfonso X, los súbditos musulmanes de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva vivieron durante siglos bajo dominio castellano estable, en comunidades bien asentadas, y tenían derechos consagrados en las cartas constitutivas de sus pueblos o ciudades de origen, no así en otros lugares de Andalucía donde los pobladores musulmanes perdieron derechos y propiedades tras la Revuelta mudéjar donde Alfonso X tuvo como aliados a los poderosos Banu Ashqilula opositores a la dinastía nazarí. Durante más de dos siglos y medio, el Reino nazarí de Granada fue una estado vasallo de la Corona de Castilla a la que rindió homenaje y juro fidelidad, siendo el mozárabe cristiano uno de los idiomas de su población. Los términos de las capitulaciones de Granada garantizaban los derechos nazaríes, muy diferente del agravio que fuera para judíos; Boabdil, último monarca musulmán, abandonó la península tras vender a los Reyes Católicos los derechos de su señorío. Finalmente, no se cumplirían los términos de las capitulaciones con la política del Cardenal Cisneros, y que con posterioridad los germánicos Habsburgo endurecieron hasta la expulsión de los moriscos. No por casualidad, los arcos de herradura visigóticos de influencia bizantina de la Mezquita de Córdoba son de origen autóctono prerromano, como los del acueducto romano de Mérida, como los de Santa María de Melque, como los que después se utilizaran en el prerrománico, mozárabe y románico.
Al-Ándalus, la Hispania islámica, da nombre a Andalucía porque fue en esta región donde duró más siglos el paso de semitas islámicos en el sur peninsular, dejando más y mejor herencia. A partir de la llamada Reconquista cristiana desde el norte, se va a producir el declinar de la hegemonía peninsular del sur establecida desde tiempos de la civilización de Tartessos, y que había servido a la Bética romana para alcanzar su mayor esplendor peninsular, así como al surgimiento de poderosas aristocracias autóctonas protagonistas destacadas del Imperio, y del cada vez más influyente clero católico tardorromano, que continua en época visigoda a pesar de que centra la capital de su reino en Toledo, lo que propicia la relación conflictiva con la Bética (Hermenegildo, desde su posición en el gobierno de la Bética, se enfrenta a su padre Leovigildo, y tras caer derrotado se refugia en Córdoba donde el clero católico tenía mayor poder). Esta preeminencia del sustrato hispanorromano de la Bética contribuye a su vez al esplendor universal de la Córdoba andalusí; el clero católico de Córdoba mantendrá su preponderancia entre la población cristiana de al-Ándalus. El declinar de la hegemonía del sur peninsular después de la época islámica transcurre en paralelo al auge y expansión de la Europa cristiana, que tiene su correspondencia peninsular en las hegemonías de Castilla y Aragón surgidas en el norte.
De la tutela extranjera de las Españas al nacionalismo
Inmediatamente después del carácter autóctono de los Reyes Católicos, la unidad territorial vuelve a manos extranjeras con la dinastía de los Habsburgo del Sacro Imperio. Siglos más tarde, pasará a manos de otra dinastía extranjera con los Borbón de la Monarquía francesa, lo que vendría a dar no poca razón al carácter tutelado desde el extranjero de nuestra unidad territorial, tan de actualidad hoy por el papel de la UE en el conflicto catalán.
La Monarquía Hispánica que tiene su origen en la unión dinástica de la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, a la que se agregan diversos territorios peninsulares (reinos, principados, señoríos y condados), se unen en la fórmula aeque principaliter (o unión diferenciada) para conservar sus propias leyes, fueros y privilegios, en la que Castilla ocupaba una posición preeminente y en expansión en América. Los reyes de la Monarquía Hispánica siempre fueron reyes de las Españas, y como tal firmaban todos los documentos. Nunca se nombraron a sí mismos como emperadores, ya que el Imperio era propiedad reservada para el Sacro Imperio, y a pesar de su carácter supranacional, alternativamente, se autodenominó como Monarquía Católica, y con la dinastía de los Borbón, que trae un mayor poder del rey y centralización de la organización del Estado que los Habsburgo, sin Portugal y sin los territorios europeos del Tratado de Utrecht, pasó a denominarse Monarquía española, a pesar de que con sus posesiones de ultramar ejercía de facto como imperio, al igual que la hispana Portugal. Durante los siglos de expansión de la Monarquía Hispánica de los Habsburgo, sobre la fórmula de unión diferenciada donde los distintos territorios conservaban sus propias leyes, fueros y privilegios, se va imponiendo la tendencia a una centralización administrativa, que culmina en la monarquía absoluta y el Imperio napoleónico, donde triunfa el modelo francés frente al modelo del Sacro Imperio.
A pesar del intento Habsburgo de Carlos V para recuperar la representación de los dos poderes universales en decadencia, la revolución industrial, la Reforma protestante, las revoluciones burguesas, los nacionalismos y los estados nación terminan por liquidar el Sacro Imperio Romano Germánico, abolido formalmente por Napoleón. Se van sucediendo distintos episodios que habrían de configurar el carácter tutelado de la unidad de la Monarquía Hispánica y de la idiosincrasia del sustrato hispánico, que desembocarán en el nacionalismo contemporáneo.
En el marco de la Guerra de los Treinta Años las élites catalanas se alían con Francia en el enfrentamiento con el rey Habsburgo Felipe IV de España, queriendo evitar el mayor grado de centralización administrativa territorial que suponía, pero el rey de Francia el Borbón Luis XIV obliga a las élites catalanas a reconocer su soberanía a cambio de prestar su alianza; finalmente el Borbón francés termina por aplicar a los catalanes mucho más de aquello de lo que se quejaban del rey español Habsburgo. Posteriormente, en la Guerra de Sucesión, con el primer rey de la dinastía Borbón en España, Felipe V, Aragón pierde sus derechos al ponerse del lado Habsburgo que resulta perdedor; por el contrario, Navarra mantiene sus derechos históricos al actuar de puente y ser fiel a la regencia del nueva dinastía Borbón. Tras la victoria de Felipe V en la Guerra de Sucesión, mediante el "derecho de conquista", se unifica jurídicamente todo el territorio y se abolen fueros, excepto para vascos y navarros, se extiende el uso del castellano, se centraliza la administración y se divide administrativamente el territorio en provincias; el castellano adquiere la categoría de español instituido por la RAE.
Tras la invasión del ejército napoleónico, el rey Borbón Carlos IV y su hijo Fernando VII traspasan la regencia de España a la nueva dinastía extranjera Bonaparte. Sin embargo, todos los miembros del gobierno de José I Bonaparte eran españoles, a diferencia de los gobiernos de la Monarquía borbónica, lo que se había representado con claridad en el Motín contra el primer ministro de Carlos III, el italiano Esquilache. En la Guerra de la Independencia contra los invasores franceses, la autóctona Constitución de las Cortes de Cádiz por primera vez denomina a España como nación española, proclama que la soberanía reside en la Nación, y se desmantela el Antiguo Régimen; Argüelles, como asistente en las Cortes de Cádiz, proclama "Españoles ya tenéis patria". Sin embargo, el extranjero Napoleón, tras su derrota, restablece en el trono a Fernando VII, dando lugar a la restauración de la dinastía Borbón. Parte del carácter autóctono hispánico está representado simbólicamente por el grito popular de “Vivan las cadenas y muera la nación” que pide la restauración de Fernando VII en oposición a la liberal y autóctona Constitución de Cádiz; en el siglo siguiente se gritará en la Universidad el célebre “¡Muera la inteligencia!”, “¡Viva la muerte!” y “¡España una!” contra los hispanos vascos y catalanes, con el protagonismo del militar rebelde a la Segunda República Española, Millán-Astray.
Los Decretos de Nueva Planta tras el apoyo de Aragón a los perdedores de la Guerra de Sucesión y sus consecuencias expresas con relación a Cataluña, y sobre todo los nacionalismos del S. XIX, propiciados por las revoluciones burguesas y la revolución industrial, sitúan a Cataluña y al País Vasco con su floreciente industria y su pujante burguesía a la vanguardia del progreso y el cambio que se produce dentro del Estado español en oposición a la Monarquía española en la medida que seguiría representando el declinar del Antiguo Régimen en Europa, lo que fortalece la diferenciación de los nacionalismos vasco y catalán, al mismo tiempo que ya se había fortalecido el nacionalismo español y la idea de España como estado nación centralizada desde la Guerra de la Independencia.
El nacionalismo español, que surge con los liberales en la Guerra de la Independencia, en el S. XX se va tornando en diferentes formas, monárquico, republicano y militarista, sobre una tardía revolución industrial y la ausencia de una burguesía ilustrada que sí se desarrolla en Cataluña y País Vasco, mientras que en el resto de España sigue prevaleciendo el retraso rural del Antiguo Régimen distanciado de las nuevas formas del progreso europeo. Tras la Guerra Civil española del 36, triunfa el nacionalismo español militarista, que impone el centralismo territorial durante casi cuarenta años, el ultra nacionalismo español excluyente que liquida la tradición secular de la unidad territorial de la monarquía hispánica, que cierra el paso al regeneracionismo del nacionalismo español sobre una base plural y diversa, y se instala en el ensimismamiento del nacionalcatolicismo, versión franquista del fascismo europeo, lo que provoca el aislamiento de España del progreso de la Europa abierta y unida que surge tras la Segunda Guerra Mundial. Durante el franquismo se instaura como historia oficial los mitos y leyendas del nacionalismo español, el extranjero e impopular reino visigodo se sacraliza como origen de la nación española, y el papel irrelevante de Don Pelayo y los servicios mercenarios del Cid se elevan a la categoría de héroes representantes de las esencias nacionales, procedimiento común a todos los fanatismos nacionalistas y totalitarismos que hacen del falseamiento de los hechos y la Historia un medio para legitimar su tiranía.
España del 78 y la UE
La actual unidad territorial de España se vertebra en 19 autonomías, el mismo número que sumaban los 14 reinos, 2 principados, 1 condado y 2 señoríos de la Monarquía Hispánica, y en similar distribución territorial que los pueblos prerromanos de la península ibérica. La Constitución del 78 “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones”; el artículo 151 reconoce como nacionalidades históricas a Cataluña, Euskadi y Galicia; en la disposición adicional primera se reconocen los derechos históricos del País Vasco y Navarra.
La paradoja del hecho diferencial de los derechos históricos de navarros y vascos se debe a su imprescindible servicio a la unidad territorial de Monarquía Hispánica desde su germen y nacimiento hasta su consolidación y renovación. La dinastía de los Borbones franceses comienza en el Reino de Navarra para acabar de suceder el trono de la Monarquía Hispánica, con lo que Navarra vuelve a ejercer un doble papel, como puente de la influencia francesa y de la modernización europea y origen de una nueva dinastía, lo que antes había protagonizado en el caso de la naciente Castilla.
España cede parte de su soberanía para integrarse en el proyecto de la UE, asumiendo su sistema jurídico y político, unión monetaria y ciudadanía europea, y ejercer una soberanía común en las instituciones europeas. Tras la adhesión a la Comunidad Europea, España sale del aislamiento internacional, y entra en un periodo de prosperidad económica y estabilidad democrática.
Posiblemente nos encontremos ante otra oportunidad histórica de unidad bajo el auspicio extranjero de Bruselas, la UE, que tiene su precedente histórico en el Sacro Imperio Romano Germánico. Frente las dos fuerzas centrífugas de la Constitución Española, el independentismo catalán y vasco y el nacionalismo español centralista excluyente, frente a separatistas y separadores, conviene conocer el carácter diverso de nuestra unidad a diferencia de la nación francesa, y la diferencia de que tampoco España es el Reino Unido, ni Canadá.
Nos conviene comprender que las imposiciones de unos sobre otros son tan efímeras como dolorosas y decidir que la unidad ha de basarse en el respeto mutuo y ponerse en lugar del otro encontrando el win-win de los Reyes Católicos precursores de la moderna unidad actual, que no necesariamente tiene por qué ser eterna, y desde luego ha ido variando y seguirá variando a lo largo de nuestra Historia. Conviene conocer la Historia y los derechos históricos, la realidad de España, para tomar buenas decisiones, pero sin que sean el yugo no ilustrado de unos ni las flechas sin razón de otros. No es posible pensar en España ex novo, como no es posible pensar en España como espíritu inmutable trascendente, porque la toma de decisiones llevaría al desastre de las razones y las emociones.
(*) Bibliografía: Estrabón a los españoles del año 2005 (Alicia M. Canto), Wikipedia y comentarios de Alicia M. Canto en Celtiberia.net y Terraeantiqvae.com
Tras la entrega de Granada a los Reyes Católicos (1492), Navarra no formaba parte de los territorios de la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón. Isabel la Católica fallece en 1504, Navarra fue reino independiente hasta ser conquistada por Fernando en 1512, y anexionada a la Corona de Castilla en 1515. La unión dinástica de las dos coronas se había producido con el ascenso de Fernando a la Corona de Aragón en 1479, trece años antes de la entrega de Granada a la Corona de Castilla, aunque no sería efectiva hasta el reinado de su nieto Carlos en 1520, primer monarca en ostentar las coronas de Castilla, Aragón y Navarra. Antes duque de Borgoña (1515), rey de Castilla (1518) y rey de Alemania (1519), reúne en su persona los cuatro territorios, políticamente independientes, herencia de sus abuelos: habsburguesa (Maximiliano I), borgoñesa (María de Borgoña), aragonesa ((Fernando el Católico) y castellana (Isabel la Católica).
Carlos V, nacido y educado en Flandes, un año antes de ser rey de Castilla comienza a aprender castellano, lo que apenas logró con dificultad. Llega a Castilla con su corte flamenca, donde es percibido como extranjero, utiliza intérprete para comunicarse. Emperador electo del Sacro Imperio Romano Germánico en Aquisgrán (1520), se titula Rey de los romanos, coronado en 1530. Reside en la itinerante corte multinacional imperial, donde los representantes de la corte de las Españas eran extremadamente impopulares en el Imperio alemán, empeñado en frenar la expansión del Imperio Otomano, las guerras con Francia y la desintegración de la Reforma protestante, alejado de las Españas hasta su abdicación y retiro en 1556. El Imperio queda en manos de su hermano Fernando I y la corona de la Monarquía hispánica en las de su hijo Felipe II, se divide la dinastía Habsburgo en la línea hispánica y la austro-alemana que se queda con la corona imperial.
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