De las entrañas de Ategua no brotan espigas de trigo o sarmientos de vid, sino riqueza escondida de ajuares funerarios, monedas romanas y capiteles que presagian templos de dioses olvidados.

Vía ABC, 17 de abril de 2008

Ategua es tierra seca de la campiña, es viento desabrido sobre un cerro, es la soledad de las calles y las casas que duermen a la espera de un soplo de vida que las limpie de maleza y abandono. Ategua es una ciudad de fantasmas que viven entre las murallas medievales y los patios romanos sin poder hacer nada para aliviar su desgracia.
En Ategua los tractores tropiezan con sillerías y tumbas ibéricas a flor de tierra y a veces hasta las destrozan sin miramientos. A pocos vecinos de Santa Cruz les habrá extrañado conocer que había una red de expoliadores que saqueaba yacimientos en toda España.

Demasiado sabían ellos de las expediciones de piratas que acampaban en Ategua y rapiñaban los frutos pretéritos de la tierra. Bastante habían clamado contra su abandono.

Los empresarios dicen en voz alta lo mismo que los políticos en letra pequeña: que la arqueología no es rentable, que es un freno para la construcción y el progreso, que logra detener inversiones millonarias por culpa de cuatro piedras. Unos echan cemento sobre los restos de las murallas para que nadie las vea y otros dejan morirse los yacimientos, miran para otro lado cuando saben que los expolian y si tienen escrúpulos hasta se muerden el orgullo cuando los presupuestos pasan de largo por Ategua.

Los únicos que sacan partido de la arqueología son los chorizos. Ellos sí que no son perezosos para cosechar monedas de la tierra, para desvalijar los ajuares de las tumbas o excavar en lo que queda de las casas árabes y romanas. Con la impunidad del pícaro, que desde hace siglos se pasea por España entre la admiración y la envidia del que ni siquiera tiene su carcasa de ingenio, venden después lo que es de todos en un mercado en el que hay bastante dinero para costear su osadía. A base de vampirizar a la tierra fértil de la historia, han aprendido que la arqueología sí que da dinero.

Ategua ha sido para los ladrones como chalé sin alarma, como un bolso de marca olvidado en la sala de espera de un médico, como un mercedes que se deja abierto. Tienen a mano la misma excusa deleznable que los abusadores decían de las mujeres ceñidas o con escote: «Si es que van provocando». La Guardia Civil ha detenido a aquellos que viendo las riquezas arqueológicas tan apetecibles no fueron capaces de contenerse y se dejaron llevar por los instintos de saquear.

En la semilla del delito no está solo la mezquindad de los ladrones, sino la soberbia intelectual de los que compran, la codicia de los intermediarios y la dejadez de quienes tienen que cuidar de sitios como Ategua. Como el nivel de instrucción no siempre está parejo con la decencia y como la cultura no garantiza el comportamiento ético, sesudos estudiosos y doctos historiadores, o tal vez caprichosos esnobs de lo antiguo sin más, compraban los frutos de la tierra de la historia, pagando los denarios romanos con euros y los ajuares ibéricos con billetes de 500.

Tal vez si Ategua estuviera en Burdeos, en Tudela o cerca de Tarragona sería la Pompeya de Andalucía, pero tiene la poca suerte de vivir en tierra pobre e inculta, marcada por una ignorancia que transforma la humildad en miseria, lastrada por problemas sociales que acaparan el dinero que se debería llevar la cultura, como si ésta no sirviera para acabar con aquellos.

No se ha dicho que los restos que ha encontrado la Guardia Civil vengan de Ategua, aunque es casi imposible que algo no haya salido de allí. Algunos le echarán la culpa a los años que ha tardado la Consejería de Cultura en vallar el yacimiento y en la dejadez para protegerlo. No les faltará razón cuando aleguen que con pocos millones de euros no se puede restaurar iglesias, atender museos y excavar yacimientos en todas partes. Pero si Andalucía no se echa dinero encima para que todos bean su belleza, ¿en qué se va tanto presupuesto?

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