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Una pequeña parte se ha salvado y se ha convertido en la base del conocimiento universal, pero el 90 % de la literatura de la antigüedad se perdió para siempre durante épocas en las que la información solo transitaba por complicados y difíciles caminos.
La muestra “Papiros y Manuscritos. Caminos del conocimiento”, expuesta en la Biblioteca Nacional de Austria, intenta reconstruir algunos de esos trayectos y destaca que el acceso al conocimiento era en el pasado tan importante como ahora, aunque los problemas fueran distintos. Mientras que en la era de internet abunda la desinformación y la divulgación de noticias falsas (“fake news”), en el pasado, cuando el conocimiento se conservaba en papiros y códices de pergamino, cualquier error de los copistas también podía desvirtuar un texto, aunque no parece haber pruebas de manipulaciones intencionadas. Además, la decisión de qué documentos se copiaban, y cuáles no, dependía de las más diversas circunstancias, desde preferencias personales de algún abad de monasterio o un aristócrata hasta las exigencias y prohibiciones de la Iglesia católica.
“¿De dónde conocemos los escritos de Aristóteles, de dónde tenemos los discursos de Cicerón? Ello pasa por la larga tradición de las copias manuscritas y eso quiere decir que los libros eran caros, valiosos y raros”, explica a Efe Bernhard Palme, director del Museo del Papiro de Viena. “Muchos de los textos de la antigüedad los tenemos por primera vez en una copia manuscrita de la plena Edad Media”, cuenta. “No tenemos prácticamente autógrafos de ningún autor de la Antigüedad”, prosigue este catedrático de papirología. Explica que solo existen fragmentos de libros antiguos en papiro, por lo que en la mayor parte de los casos se trata “de una copia de una copia de una copia. Es algo que pasa por generaciones”.
“Cuando da tanto trabajo, entonces se copia lo que se considera más interesante y eso es exactamente el gran peligro, porque con el tiempo varía el gusto, el concepto del mundo”, detalla. Eso pasó, por ejemplo, con la cosmovisión del “Cristianismo en la Edad Media tardía, una actitud totalmente ascética” que sustituyó al espíritu del “goce de la vida del paganismo antiguo”, y mucho de lo que los griegos escribieron 700 años antes se dejó de copiar. “Así se perdió una gran parte de la literatura antigua, pero todo lo que tenemos se lo debemos al laborioso trabajo de los copistas, que en la Edad Media eran monjes en los monasterios”, indica Palme.
“Estimamos que cerca del 90 % de la literatura de la antigüedad se ha perdido”, afirma el experto y recuerda que de algunos autores se conocen índices de obras, lo que permite cuantificar lo perdido. Así, por ejemplo, de Amiano Marcelino, “el historiador romano más importante de la antigüedad tardía, solo se ha salvado la mitad de su obra en una sola copia”, cuenta. En cambio, el texto “De Trinitate” de Hilario de Poitiers (siglo IV), que trata sobre el dogma trinitario y del que en la exposición se puede admirar una copia del siglo VI, se copió muchas veces.
Ello ha permitido a los expertos reconstruir diversas estaciones por la que pasó la obra, quiénes la adquirieron, y también descubrir que es probable que en el siglo XVIII algunas de sus páginas fueron arrancadas y atribuidas a san Agustín. “Todo lo que tenemos de literatura antigua pasa por los manuscritos de la Edad Media. Y completando eso tenemos un número relativamente pequeño de fragmentos de libros de papiros”, resume. Eso sí, el experto destaca la importancia que tienen los antiguos papiros al estar más cerca del original.
“No suele significar que tengamos el texto completo, pero con pequeños fragmentos de papiro se puede reconstruir algo del texto original y deducir qué manuscritos, o de qué copista, son de fiar y cuáles son más erróneos”, explica. Otro aspecto que también se ilumina en esta exposición es que la difusión de un libro era un problema hace varios siglos. No solamente porque los tomos eran muy escasos, sino además porque había que saber en qué monasterio había un ejemplar y conseguir que lo copiasen.
La exposición en el Museo del Papiro, situada en el sótano de la Biblioteca Nacional de Austria, en el antiguo Palacio Imperial de los Habsburgo, puede visitarse hasta el 14 de enero de 2018. Sus piezas pertenecen a la Colección de Papiros de Viena, una de las mayores del mundo. Consta de 180.000 objetos que abarcan tres milenios -desde 1.500 antes de Cristo hasta 1.500 después de Cristo- y de los que, en 130 años de trabajos continuos de investigación, solo 8.000 textos han sido editados hasta ahora.
Fuente: Wanda Rudich – EFE | YAHOO Noticias, 8 de julio de 2017
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