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Fuente: quo.es| 8 de marzo de 2016
La taxonomía de los homininos, y en particular la del género Homo, ha dado lugar a controversias muchas veces alejadas de los cauces estrictamente científicos. Una de las cuestiones más debatida está relacionada con la identidad de Homo erectus.
Algunos colegas dan por hecho que esta especie vivió en Africa y Asia (y tal vez en Europa) durante buena parte del Pleistoceno Inferior y todo el Pleistoceno Medio, en un rango temporal de 1.700.000 y unos 100.000 años. Esta visión de la especie supone admitir una gran variabilidad, si tenemos en cuenta que incluiría especímenes como los de Dmanisi, Koobi Fora, Tighenif, Sangiran, Zhoukoudian, etc. Hay quienes han llegado a proponer la eliminación de las especies Homo habilis y Homo rudolfensis, cuyos representantes pasarían también a formar parte del “cajón” de Homo erectus. Esta forma de entender el registro fósil se puede calificar de extremista.
En este contexto, resulta sorprendente y contradictorio que se haya aceptado la especie Homo floresiensis, que podría ser simplemente una versión en miniatura de los Homo erectus del sudeste asiático. Aún es más sorprendente que se hable de los “denisovanos”, casi con categoría de especie. El ADN de los pocos restos encontrados en cueva de Denisova ha servido para dar a sus habitantes del Pleistoceno una importancia extrema, sin conocer absolutamente nada de su aspecto. Tampoco sabemos nada del genoma de los fósiles incluidos en Homo erectus, que podría ser muy similar al de Homo floresiensis.
No se puede ocultar la singularidad de los fósiles encontrados en la isla de Flores, pero tampoco tendríamos que olvidar la sorprendente morfología de otros fósiles encontrados en las actuales islas de Indonesia. Es evidente que el aislamiento prolongado de muchas poblaciones del Pleistoceno, tanto en África como en Asia, dio lugar a homininos de aspecto cuando menos “extraño”. Esta pudo ser la norma más que la excepción. Recordemos el caso de los fósiles humanos hallados durante buena parte del siglo XX en la isla de Java.
En 1934, el paleoantropólogo Gustav H.R. von Koenigswald (1902-1982) comenzó a excavar en terrenos de la colina de Sangiran, situada de la región central de la isla de Java. En 1941 ya se habían realizado interesantes hallazgos, pero el que tuvo más impacto sucedió ese mismo año. El equipo de von Koenigsvald localizó una mandíbula humana de aspecto tan enigmático, que posiblemente puede presumir de tener el récord de publicaciones científicas sobre su significado. Se trataba de un pequeño fragmento de mandíbula de aspecto masivo y dientes grandes. Se documentó con las siglas Sangiran 6 y en la actualidad se conserva en la magnífica colección del Instituto Senckenberg de Frankfurt am Main (Alemania). Valorando los rasgos tan peculiares de la mandíbula, Von Koenigsvald consideró la necesidad de incluirla en un nuevo género, Meganthropus palaeojavanicus, quizá relacionado con los grandes primates asiáticos del Mioceno.
Von Koenigsvald fue hecho prisionero por las tropas japonesas cuando invadieron la isla de Java durante la segunda guerra mundial, pero aún tuvo ocasión de enviar una réplica de la mandíbula a su colega alemán Franz Weidenreich (1873-1948). En 1944, pocos años antes de su muerte, este investigador utilizó por primera vez el término Meganthropus en la descripción de la mandíbula. A partir de entonces, la lista de publicaciones y autores que han opinado sobre la identidad, origen y relaciones filogenéticas de este ejemplar es interminable. Por ejemplo, en 1955, Wilfrid Le Gross Clark (1895-1971) consideró de nuevo el nombre de Pithecanthropus erectus, acuñado por Eugène Dubois para los primeros fósiles humanos encontrados en la isla de Java. En 1964, Philip Tobias colaboró con von Koenigsvald en un nuevo estudio, en el que atribuyeron la mandíbula Sangiran 6 a la especie Homo habilis estableciendo por primera vez una relación de aquellos homininos asiáticos con el continente africano. Abundando en esta idea, las posibles relaciones de esta mandíbula con el género Australopithecus y en particular con el género Paranthropus fueron objeto de varias publicaciones científicas en los años 1970 y 1980. Se puede decir que Sangiran 6 llevó a plantear un fenómeno de gigantismo, contrastando con el supuesto enanismo ocurrido en la vecina isla de Flores. En la actualidad la gran mayoría de la comunidad científica prefiere obviar las peculiaridades de Sangiran 6 y asignar esta mandíbula a la especie Homo erectus en base a sus caracteres dentales, evitando así más especulaciones.
A falta de más información que la proporcionada por algunos restos fósiles fragmentarios, los especialistas tendríamos que centrarnos en averiguar la compleja historia del linaje humano, y aportar los posibles datos biológicos inferidos del estudio de esos fósiles. Habría que dejar a un lado polémicas taxonómicas agrias y estériles que no conducen a nada. Cada población del Pleistoceno tuvo sus peculiaridades, debido a una historia singular. Si el concepto biológico de especie genera debate entre los estudiosos de las poblaciones actuales, es obvio que tengamos tantos problemas para clasificar fósiles aislados. El concepto paleontólogico de especie también ha generado un gran debate, sobre todo cuando se ha intentado aproximar a criterios biológicos.
Es muy posible que los homininos que vivieron en África hace un millón y medio de años pudieran tener descendencia fértil con los que vivieron en la isla de Java en el mismo momento. Pero, ¿cómo probarlo? La distancia geográfica entre ellos era gigantesca y cada población derivó hacia formas muy particulares. Lo único que podemos hacer es reconocer esas diferencias y dejar abierta la cuestión de si pudieron pertenecer o no a la misma especie. Difícilmente se podrá obtener ADN de fósiles tan antiguos, en los que ya no queda nada de materia orgánica.
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