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Fuente: lavozdegalicia.es | 20 de enero de 2016
La química ha reescrito parte de la historia oculta de España mediante la lectura de los libros escritos por la naturaleza. Estos no son otros que las turberas, acumulación de restos vegetales poco degradados, y que constituyen auténticos archivos del tiempo traducidos ahora por un equipo de edafólogos de la Universidad de Santiago. Lo han hecho en la turbera asturiana de La Molina, cuyo análisis de los metales (plomo, cromo, zinc y cobre) acumulados en ella a lo largo de miles de años ha incorporado nuevas piezas al puzle de la prehistoria.
Vista general de la turbera de La Molina, emplazada en un área de intensiva minería en época romana. Foto: José Antonio López Sáez.
Las conclusiones, publicadas en Science Total Envirommental, son cuando menos sorprendentes: la contaminación atmosférica debida a la actividad metalúrgica en la Península no se inició en el sur por la influencia de los pueblos mediterráneos, sino que se detecta con anterioridad, hasta 1.100 años antes, en el norte.
La Molina ofrece la evidencia más antigua de la extracción de minerales en el norte de la Península Ibérica, en este caso principalmente el cobre, y probablemente sea también la más antigua documentada en Europa. En concreto, la explotación de los yacimientos asturianos, y posiblemente también los de las comunidades limítrofes, se inició hace 5.000 años, en el Calcolítico, período anterior a la Edad de Bronce y tres mil años antes de la llegada de los romanos, que luego dejaron agotados prácticamente todos los depósitos de minerales.
La prueba es la huella de la contaminación producida por la metalurgia, partículas de metales y gases que se liberaron a la atmósfera durante este proceso y que fueron transportados por el viento hasta las turberas, una huella del pasado que equivale a la química lo que pueden ser los fósiles para la paleontología.
La conexión con Francia
«Siempre se había considerado que el norte estaba más retrasado que el sur en este período prehistórico, pero nuestra investigación demuestra que no, que en la actividad metalúrgica los pobladores del norte habían alcanzado, cuando menos, el mismo grado de desarrollo tecnológico que los del sur de la Península», explica Antonio Martínez Cortizas (izquierda), coordinador del grupo de Ciencia do Sistema da Terra de la USC y responsable de un estudio en el que también colaboraron investigadores de las universidades suecas de Estocolmo y Umea y de las británicas de Brunel y Aberdeen.
Pero, si la minería no vino del sur, ¿quién la implantó en Galicia o en Asturias? «Es una pregunta que solo pueden responder los prehistoriadores y arqueólogos, y esperamos que los datos que aportamos sean de ayuda en el debate abierto», comenta Martínez Cortizas.
No obstante, existe una hipótesis que apunta a una conexión con el sur de Francia, donde se hallaron similitudes con la composición metálica de la contaminación prehistórica detectada en La Molina. «En el Sur de Francia -señala- hay evidencias del uso del plomo en esa época del Calcolítico final. Si antes se pensaba que la minería llegó por el Mediterráneo, ahora habrá que considerar la posibilidad de que también haya entrado vía Pirineos».
Tres mil años después, los romanos no iniciaron a ciegas la extracción masiva de minerales en el noroeste peninsular. Sabían perfectamente dónde tenían que hacerlo. «Explotaron los yacimientos hasta agotarlos y borraron de esta manera los restos de la minería prehistórica», subraya el investigador de la USC. Una huella que ha pervivido en las turberas y que ahora se ha desvelado.
Distribución de las minas romanas en el espacio estudiado. Foto: Guillermo-Sven Reher Díaz
Vista de la turbera de La Molina, donde se ha llevado a cabo el estudio. // Venasalas.com
Fuente: asturias24.es | 21 de enero de 2016
La historia ha dado un nuevo giro en Asturias. Un grupo de científicos ha hallado en la turbera de La Molina, entre Salas y Tineo, las huellas más antiguas de extracción de minerales en la península y probablemente la más antigua documentada en Europa. El estudio verifica que contaminación atmosférica de metales comenzó hace 5.000 años, 1.500 años antes de lo que se pensaba y 1.100 antes de lo aceptado en el Sur de la península. Hasta ahora se consideraba que la metalurgia se había iniciado en el Sur por la influencia de los pueblos del Mediterráneo. La investigación da un vuelco a esa teoría. Los pobladores de Asturias estaban entonces a la vanguardia de las nuevas tecnologías de la prehistoria, frente a lo que se suponía hasta ahora. El Norte no era una zona atrasada, como era aceptado.
La contaminación atmosférica por metales en el norte de la península ibérica comenzó 1.500 años antes de lo que se pensaba, es decir, aproximadamente entre once y dieciséis siglos antes de lo que señalaban hasta ahora las investigaciones en este ámbito, y alrededor de 1.100 años antes de lo aceptado para el sur. Este es el principal hallazgo de un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment por investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela (USC). Lo han hecho en la turbera asturiana de La Molina, cuyo análisis de los metales (plomo, cromo, zinc y cobre) acumulados en ella a lo largo de miles de años ha incorporado nuevas piezas al puzle de la prehistoria.
Los nuevos resultados alcanzados en colaboración con investigadores de las universidades suecas de Estocolmo y Umea y las británicas de Brunel y Aberdeen “arrojan luz en el debate sobre la cronología de la introducción de la minería y la metalurgia, cuyo inicio hasta ahora se consideraba que tuviera lugar en el sur de la Península, por la influencia de los pueblos que vivían en las orillas del Mediterráneo”, explica el catedrático de Edafología y Química Agrícola de la USC y coordinador del grupo, Antonio Martínez Cortizas. Todo ello ocurrió 3.000 años antes de la llegada de los romanos, que posteriormente agotaron casi todos los depósitos de minerales.
La composición metálica identificada en los substratos de la turbera de La Molina “parecen apuntar una conexión entre la metalurgia del norte peninsular y otras áreas de Europa, particularmente con el sur de Francia”, añade el investigador de la USC, para quien las evidencias de contaminación atmosférica muestran que "el norte no estaba tan atrasado, como se creía, en la introducción de las ‘nuevas tecnologías’ durante la prehistoria, sino más bien todo lo contrario”.
Esta nueva cronología apuntada por los investigadores de la USC fue posible gracias a una línea de trabajo que el grupo desarrolla en la turbera de La Molina (Asturias) para reconstruir el impacto ambiental de las actividades humanas durante la prehistoria reciente. Según Antonio Martínez Cortizas "las turberas son sensores ideales de la contaminación atmosférica ya que la deposición de metales y otras sustancias se produce directamente desde la atmósfera".
Actividades humanas diversas como la minería y la metalurgia, la quema de combustibles fósiles (particularmente las gasolinas) o la incineración de residuos emiten a la atmósfera metales traza que, una vez emitidos, son transportados y depositados en los suelos y en las aguas, pudiendo pasar a las cadenas tróficas. Debido a la continua acumulación de restos vegetales, las turberas van enterrando en capas cada vez más profundas los elementos acumulados en un período dado.
Esto posibilita que el análisis de testimonios de turba, apoyados en una cronología precisa, permita hacer una reconstrucción de la composición de la atmósfera en el pasado. Es una información que los científicos consideran “especialmente importante” en el caso de las sustancias contaminantes por la inexistencia de estudios sistemáticos que se remonten más allá de unos pocos años o décadas.
En este sentido, un punto importante de la nueva investigación es "la confirmación de que la utilización de metales ha dejado una señal reconocible en el ambiente desde los mismos inicios de la metalurgia". El equipo ha utilizado la composición isotópica del plomo y el contenido de diversos metales (cromo, zinc y plomo, entre otros) en la turba como indicadores para reconstruir la intensidad de la contaminación a lo largo del tiempo.
Como añade Martínez Cortizas, las fases mostradas por el registro constituyen un reflejo fiel de los conocidos períodos culturales de hace 5.000 y 2.000 años: el Calcolítico, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. Según los análisis realizados, la fase de contaminación prehistórica más intensa estaría localizada en el Bronce Final (hace entre 3.500 y 2.800 años). Los estudios geoquímicos se erigen como una herramienta complementaria para describir la historia de las actividades humanas
Los resultados son “de una gran relevancia interdisciplinaria”, opina Antonio Martínez Cortizas. En este sentido, los estudios geoquímicos se erigen como una herramienta complementaria para describir la historia de las actividades humanas y sus repercusiones en el medio, “utilizando para esto las turberas como libros alternativos en los que leer aquella parte de la historia que no se ha conservado en otros archivos”.
A modo de ejemplo, el investigador apunta que los registros estudiados demuestran que las actividades mineras probablemente tuvieron lugar en el entorno próximo de la turbera, en un radio de unas pocas decenas de kilómetros, “aunque en la actualidad no queda vestigio alguno de minería prehistórica”. En consonancia con lo propuesto en algunas investigaciones arqueológicas, los investigadores sugieren que el uso continuado de las minas a los largo del tiempo, y de modo particular en la época romana, “habría causado la perdida de los registros de la minería prehistórica".
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