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Detalle del mosaico del triclinium en la Domus Avinyó. © A.F.
Fuente: National Geographic | Abril de 2015
Todo lo que hoy es Barcelona, una ciudad dinámica, cosmopolita y con una cultura extraordinaria, se lo debe a su ciudad romana, fundada junto al mar a finales del siglo I a.C. “No sabemos por qué, pero Augusto fundó una colonia aquí y el tiempo le ha dado la razón”, comenta a este medio Carme Miró, responsable del Pla Barcino, del Servei d’Arqueologia de Barcelona. En los últimos años Barcelona se está desnudando arqueológicamente y bajo las vestiduras modernas y medievales está apareciendo la urbs romana original, no tan grande y monumental como Tarraco, pero muy próspera. Desde hace unas semanas, en el número 15 de la calle Avinyó se pueden visitar los restos de una domus del siglo I d.C., la casa urbana de una de las primeras familias acaudaladas de Barcelona.
Descubierta en 2004, durante unas reformas en un edificio de propiedad municipal, la Domus Avinyó conservaba algunos de sus muros, fragmentos de un mosaico y un espléndido pavimento ajedrezado en mármol “como los que lucen algunos pisos modernistas de l’Eixample”, en palabras de Carme Miró, quien también dirige el proyecto de la Domus Avinyó y realiza las visitas guiadas, que se pueden concertar a través del número de teléfono que aparece en la página web del Museu d’Història de Barcelona.
Los arqueólogos del proyecto han obrado un milagro al recomponer meticulosamente algunos de los pedazos que formaban un conjunto pictórico inigualable en el techo del cubiculum, una habitación para recibir a los invitados y a los clientes y para mantener relaciones sexuales. Entre la suntuosa decoración se adivina el rapto de Ganimedes, un mito basado en el rapto del joven príncipe, de enorme belleza, por Zeus en forma de un águila, quien se lo lleva al Olimpo para que le sirva de amante y escanciador en la mesa de los dioses olímpicos. “Esta pintura totalmente única representa la libertad y la homosexualidad; por algún motivo la debió de escoger el dueño de la domus“, expresa Miró.
Conjunto pictórico que estaba situado en el techo del cubiculum, una habitación para recibir a los invitados y a los clientes y para mantener relaciones sexuales. ©A.F.
«Trabajamos para las personas y no para las piedras»
El transeúnte que baja por la turística calle Avinyó no se imagina la muralla romana que hace 2.000 años se alzaba justo a su izquierda. Al cruzar el portal del número 15 está traspasando esa muralla hoy imaginaria, aunque se conservan algunos restos, y se está trasladando al interior de la antigua Barcino. La domus se encontraba junto a la muralla y su aspecto exterior era más bien austero, con pocas aberturas para mantener la privacidad de sus propietarios. La casa se distribuía en torno a un peristilo o patio interior rodeado de columnas, normalmente ajardinado y adornado con fuentes y esculturas. El dominus o propietario seguramente disponía de todos los lujos de la época, por ejemplo unas termas privadas que eran símbolo de salud y bienestar; todavía se conserva un canal por donde discurría el agua hacia el exterior de la vivienda. La edificación soportó varias transformaciones a lo largo de los años y sobre todo hacia el siglo III se llevaron a cabo reformas urbanas importantes.
Entre la suntuosa decoración se adivina el rapto de Ganimedes, un mito basado en el rapto del joven príncipe, de enorme belleza, por Zeus en forma de un águila, quien se lo lleva al Olimpo para que le sirva de amante y escanciador en la mesa de los dioses olímpicos. © A.F.
Una visita a la Domus Avinyó se traduce en un viaje a otra época, a una Barcelona que parecía desaparecida, pero que subyace en el barrio Gótico, a la vuelta de la esquina, con sus mármoles deslumbrantes y sus pinturas polícromas. La antigua Barcino aflora gradualmente y desde hace unos años se busca crear un nexo entre todos estos vestigios y el gran público. “No trabajamos para las piedras. Lo que queremos es dar a conocer las personas que vivían en las piedras”, afirma Miró. “Aún queda mucho por descubrir, pero no se trata de excavar por excavar. Debemos dejar algo para el futuro, para nuestros nietos arqueólogos, que usarán otras tecnologías”, concluye.
Fragmento de la antigua muralla romana que se alzaba junto a la domus. © A.F.
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