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La pérdida de gran parte del vello corporal en el linaje humano debe contemplarse no como un fenómeno aislado, sino como un aspecto parcial de un cambio adaptativo más general, que tuvo lugar hace unos dos millones de años en África.
Este cambio se correlaciona con la progresiva adaptación de los homínidos a la sabana, que coincide con el inicio del Pleistoceno, un periodo climático caracterizado por la aridez estacional y la aparición de ambientes de sabana abierta en el este de África.
Los primeros representantes del género Homo desarrollaron un mecanismo de refrigeración corporal que funciona con la disipación de calor a través de glándulas sudoríparas distribuidas por todo el cuerpo. Para que la evaporación del sudor funcione, se requiere la desaparición del vello corporal (todavía hoy, aquellos que conservamos vello en algunas partes del cuerpo, como las axilas, comprobamos que allí es donde el mecanismo de refrigeración funciona peor, especialmente ahora que el calor aprieta). Dicho sea de paso, nuestro sistema de refrigeración sólo conlleva un problema adicional, que es la necesidad de reponer el agua perdida constantemente.
La desaparición pilosa se asocia también con la presencia de una pigmentación oscura destinada a proteger a los primeros humanos de los efectos dañinos de la fuerte radiación ultravioleta existente en las regiones ecuatoriales. El mantenimiento del pelo en la cabeza es necesario para la protección del cerebro contra la insolación directa asociada a la locomoción bípeda.
Todo este complejo adaptativo se acompaña de otros cambios morfológicos muy visibles, como el aumento relativo de la superficie corporal mediante la aparición de cuerpos muy estilizados y con extremidades muy alargadas respecto al tronco; unas proporciones corporales parecidas pueden verse en nuestra especie en poblaciones de África del este, como los masai o los turkana, adaptadas también a condiciones ambientales de gran calor. Esta morfología puede observarse en el registro fósil, en el que encontramos el llamado chico de Nariokotome, (Kenia, izquierda), un esqueleto casi completo atribuido a Homo ergaster y datado en hace un millón y medio de años. Este individuo, que tenía al morir unos 8 años, medía ya un metro y sesenta centímetros de estatura y sin duda en su vida adulta habría sido tan alto como muchos europeos actuales. Sus proporciones corporales muestran extremidades muy alargadas, especialmente en sus segmentos más alejados del cuerpo.
Aunque obviamente el pelo no fosiliza, tenemos formas indirectas de poder investigar esta hipótesis. Por ejemplo, conocemos un gen (RPTN) que codifica una proteína que se expresa en los folículos pilosos, y cuya secuencia es muy distinta en humanos y en chimpancés (curiosamente, los neandertales comparten la versión del gen de los chimpancés). No sabemos exactamente cómo actúa este gen, pero podríamos averiguarlo en el futuro mediante estudios de genómica funcional en ratones.
Por otra parte, el análisis de la variación genética acumulada en los humanos modernos, en genes de la pigmentación, es compatible con las fuerzas selectivas que habrían actuado sobre estos genes a partir de hace poco más de un millón de años. Claramente, esto sólo tendría sentido si la piel estuviera ya expuesta a los procesos de selección, y esto sólo ocurriría después de perder el vello corporal.
Finalmente, conocemos otros genes involucrados en el pelo y modificados en nuestra propia especie, como el gen EDAR, que tiene una variante genética que es responsable del pelo grueso y lacio característico de los asiáticos actuales. Pero esto es sólo el principio. Cuando conozcamos todos los genes implicados en la expresión y desarrollo del complejo patrón de la pilosidad corporal humana (y también aquellos implicados en la pigmentación, ya que se trata de procesos paralelos), podremos entender exactamente cómo y cuándo tuvo lugar este proceso selectivo en nuestro linaje.
Vía: Público.es | Carlos Lalueza | 8 de agosto de 2011
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Sí, Servan, son consideraciones que pueden tenerse en cuenta. Ahora bien, lo curioso del artículo que escribe el afamado genetista Carlos Lalueza (afamado por aparecer muchas veces en los artículos referidos al estudio del genoma neandertal) es que no explica el verdadero porqué, la razón -o razones- última que llevó a que el proceso de pérdida del vello se constituyera en una ventaja adaptativa para los homínidos. No deja de ser curiosa esta carencia.
No dudo -como nos dice el autor del artículo- de que los estudios genéticos nos podrán proporcionar en el futuro muchos datos sobre cómo y cuándo tuvo lugar dicho proceso selectivo de pérdida del vello, pero sí dudo mucho que tales investigaciones puedan concluir esta razón última.
Aducir, como hace el articulista, que todo se debe a un simple proceso de adaptación a un marco geográfico-climático de paisaje de sabana abierta, caracterizado por la aridez estacional, es dar una explicación plausible (y así se ha venido haciendo en muchas ocasiones), pero que se queda a medias. Pues falta por explicar entonces por qué otras especies animales que merodeaban en ese mismo ambiente de sabana no tuvieron necesidad de desprenderse de su capa de pelo para adaptarse al mismo.
Para mí la mejor explicación al respecto la proporcionó hace ya muchos años el zoólogo-etólogo Desmond Morris en su obra "El mono desnudo", al sugerir que el proceso de pérdida del vello vino, es verdad, como consecuencia de una necesidad adaptativa a un entorno caluroso de sabana abierta, pero, y esto es lo fundamental, porque, en ese preciso entorno, el paulatino proceso evolutivo de pérdida del vello favorecía a los homínidos en su actividad cazadora a la hora de correr detrás de sus presas, o simplemente a la hora de correr por cualquier motivo (y seguro que había muchos).
Es decir, con una mata de pelo abundante por todo el cuerpo no se tenían las mejores condiciones para correr velozmente (o realizar largas y fatigosas persecuciones) bajo un clima caluroso. La extrema necesidad de poder realizar estas actividades de marcha, en relación con la obtención de recursos alimenticios mediante la caza o la obtención de carroñeo de animales heridos que perseguir, debió de ejercer tal presión selectiva -en orden a reducir la sobrecarga de calor- que el proceso de pérdida del vello se produjo inexorablemente.
Adviértase cómo otra caracteristica que va en este sentido, y que señala el propio Carlos Lalueza, pero que no relaciona con la hipótesis de la razón última de Desmond Morris, es precisamente cómo los homínidos, conjuntamente con la pérdida de pelo, experimentan cambios morfológicos-anatómicos que los llevan a tener cuerpos estilizados y extremidades largas. Esto es: cambios orientados precisamente a facilitar no sólo una mejor transpiración del cuerpo, sino también una mayor disposición para la carrera, fuera ésta corta y veloz o lenta y de larga distancia.
Un ejemplo de ello podemos verlo en el siguiente vídeo:
No me convence nada lo de la sabana. La sabana está llena de ungulados, que al igual que los humanos tienen glándulas sudoríparas por todo el cuerpo. Los ungulados también corren y están adaptados para la carrera y las largas migraciones ¿Cómo sería posible está divergencia adaptativa en el mismo medio?
Por otro lado, si hay algo característico de los humanos en cuanto al pelo es que el de la cabeza no nos deje de crecer a lo largo de nuestra vida (hasta que a algunos se nos cae ;-)). Creo que es más extraño y difícil de explicar.
Hombre, Sr. Jabo, ya dije que la explicación de Desmond Morris era una hipótesis (hay otras más al respecto), si bien, desde mi punto de vista, y a pesar de que se le pueden hacer varias objeciones, parece una de las más aceptables.
Es verdad que los ungulados también estaban (y están) adaptados para correr y realizar grandes migraciones en la tórrida sabana y no por eso perdieron el pelaje, pero yo no pondría en un plano de igualdad las adaptaciones a dicho entorno de especies distintas (ungulados y homínidos, por ejemplo). Yo mismo dije que todavía faltaba por explicar por qué determinadas especies -tal como los ungulados que usted apunta- no habían perdido el pelaje en las mismas condiciones climáticas de sabana, ante lo cual es evidente suponer que las distintas conformaciones anatómicas, morfológicas y órgano-funcionales, que ostentaban las diferentes especies modularon respuestas adaptativas específicas con arreglo a sus propias características.
Es decir, no todas las especies con pelo que pululaban por la sabana se vieron impelidas a perder el mismo, a fin de encontrar una mejor termorregulacion corporal. No es lo mismo correr a cuatro patas sobre pezuñas que hacerlo de modo bípedo y sobre la planta de los pies, por ejemplo. Por no hablar de la distinta estructura cardiopulmonar entre un ungulado y un homínido, o de su diferente funcionamiento metabólico, etc., etc.
Aspectos todos ellos que, en el caso de los ungulados, el desarrollo evolutivo no consideró (si me permite hablar así) llevar a cabo una pérdida del pelaje. Antes al contrario, dicho pelaje se adaptó perfectamente al entorno, dadas precisamente esas otras características anatómicas y órgano-funcionales distintas con las que contaban.
En el caso de los homínidos, partiendo de su peculiares características como especie -que no tienen nada que ver con la anterior-, cabe suponer que la adaptación a la tórrida sabana, y al hecho de que conseguir alimento -en competición con otras especies- requería mayor capacidad de resistencia a la sobrecarga de calor que conllevaba el esfuerzo de correr, exigió, en términos evolutivos, una pérdida del vello o pelaje, entre otras transformaciones, tal como fue el alargamiento de las extremidades, un notable aumento del número de glándulas sudoríparas, y un incremento del pigmento de la melanina con el fin de proteger la piel expuesta a los rigores de la luz solar, sin ir más lejos.
En fin, ya sé que, aun con todo, se pueden aducir mil reparos a lo antedicho, y que muy posiblemente, como Ud. señala, el asunto de explicar suficientemente la pérdida del vello implique más complejidades de lo que se barrunta con las diferentes hipótesis que se suelen aducir. Pero esto es como todo en lo que se refiere a contextos evolutivos. No es nada sencillo determinar la secuencia causal de los fenómenos al respecto (sean éstos los que sean). Así que hay que conformarse, por el momento (que será muy largo), con lo que hay: hipótesis mejor o peor elaboradas y mejor o peor explicitadas.
Me convencen más hipótesis sobre la pérdida de pelo ligada a la importancia de la diferencia entre hombres y mujeres del pelo como un carácter sexual secundario. Las diferencias entre sexos en nuestra especie son especialmente visibles y la importancia de la evolución de los caracteres sexuales secundarios es especialmente importante. Juan Luis Arsuaga comenta en muchas de sus conferencias la importancia de estos caracteres, proponiéndola como uno de los grandes motores evolutivos en el género Homo.
La piel es el órgano que más peso tiene. El pelo en la bipedestación no puede ser sino un estorbo para la carrera, no hay más que fijarse en el cuidado que ponen los atletas en la depilación. Ellas elegían al menos peludo y más veloz. Esta tendencia tiene continuanción hoy en día cuando el hombre de "pelo en pecho" es arrinconado por varones depilados con esmero, hasta tal punto que se están convirtiendo en una especie en vía de extinción.
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