Fenicia es el nombre de una antigua región de Oriente Próximo, cuna de la civilización fenicio-púnica, que se extendía a lo largo del Levante mediterráneo, en la costa oriental del mar Mediterráneo. Su territorio abarcaba desde la desembocadura del río Orontes al norte, hasta la bahía de Haifa al sur, comprendiendo áreas de los actuales Israel, Siria y Líbano, una región denominada antiguamente Canaán, con cuya denominación se engloba muy a menudo en las fuentes.
El catedrático de Prehistoria, Diego Ruiz Mata, en el yacimiento fenicio del Castillo de Doña Blanca. / FERNÁNDEZ HORTELANO.
La ocupación de la ciudad fenicia de Doña Blanca fue apenas una gota de agua en el mar de la historia de la humanidad. Tan sólo duró desde el siglo VIII a. de C. hasta el año 215 a. de C. pero la huella que ha dejado en la civilización occidental ha sido profunda. Durante ese tiempo debió ser una ciudad rica y próspera, muy poblada para su época, con unos mil quinientos habitantes en un enclave amurallado con sólidas defensas. Fue un verdadero emporio, a cuyo puerto llegaban naves procedentes de todo el Mediterráneo. Solo así se entiende que la colina artificial sobre la que se asientan sus ruinas (denominada tell por los arqueólogos) esté formada por las capas superpuestas de siete ciudades, con una potencia estratigráfica de nueve metros, que tuviera tres murallas diferentes y una capacidad económica suficiente para preparar el enorme gasto militar que supuso para Cartago la segunda guerra púnica.
Los Bárcidas la mimaron, Aníbal y Asdrúbal pisaron sus calles y sus barrios, su puerto, de siete hectáreas de extensión, exportó y recibió productos durante los tiempos de paz y de conflicto, y nunca reconoció la autoridad romana, ni después de perder la segunda guerra púnica que dio a Roma el control del Mediterráneo sobre Cartago y sus colonias. Se cree que los romanos, como represalia, obligaron a sus habitantes al destierro y condenaron al olvido a la orgullosa metrópolis, ordenando a geógrafos e historiadores evitar cualquier mención a la ciudad rebelde.
Durante siglos permaneció olvidada como una apartada meseta solitaria, en la que asomaban trozos de muros, habitáculos y oquedades de piedra, donde el ganado podía alimentarse y buscar cobijo sin que sus dueños tuvieran que preocuparse de vigilarlo.
El enclave no obstante corrió riesgos de destrucción: los monjes quisieron construir la Cartuja sobre esa elevación silenciosa y apartada, pero finalmente se decidieron por otro lugar. Se libró también de ser cantera para las ciudades vecinas, debido a la cercanía de otras explotaciones mineras de piedra. Quizá la existencia de una ermita con planta de cruz griega en su solar, una torre donde se rindió culto a Santa María de Sidueña y en la que sufrió cautiverio Blanca de Borbón, ayudó también a su conservación.
El enclave arqueológico, situado en el término municipal de El Puerto de Santa María. FERNÁNDEZ HORTELANO
Hoy el paisaje es muy distinto al que conocieron los Bárcidas, pero la ciudad fenicia ha sobrevivido a los siglos, al igual que la gran necrópolis que se conserva junto a ella, y naturalmente su antiguo puerto, que yace enterrado en la marisma. También, una parte de los vestigios arqueólógicos de la actividad industrial que se generó en la Sierra de San Cristóbal para mantener y alimentar la segunda guerra púnica.
El catedrático y arqueólogo Diego Ruiz Mata, explicando los restos de la bodega.
Se trata por lo tanto de la única ciudad completa de época fenicia que se conserva intacta: “Es la única que nos queda del mundo fenicio y fue el motor de la formación de Occidente”, afirma el catedrático y arqueólogo Diego Ruiz Mata, el único que ha dirigido las excavaciones que se han realizado en ella. Este hecho, unido a la conservación de la bodega completa más antigua del mundo en una cima de la Sierra, también de época fenicia, y a la valiosa necrópolis de 100 hectáreas, transforman este yacimiento, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1991, en un auténtico incunable dentro de la arqueología.
Se compone de 200 hectáreas de yacimientos arqueológicos, situados en el entorno único de una Sierra que encierra en su interior una sucesión de grandes cuevas cantera, creadas por siglos de extracción de piedra, auténticas catedrales subterráneas; pinares, un espacio natural privilegiado y una gran cantera a cielo abierto, aún en explotación, a cierta distancia de la zona arqueológica.
Con estos elementos, el catedrático propone crear un gran Parque Cultural, Lúdico, Turístico y Arqueológico, que ocuparía toda la parte frontal de la Sierra que asoma a la Bahía de Cádiz. La propuesta y la fundación con la que quiere materializar el proyecto (Fundación de Estudios Fenicios y Mediterráneos), similar en algunos aspectos al Starlite de Marbella, contempla tres zonas diferenciadas.
La torre de Sidueña, la única construcción antigua que sobresale en el cerro fenicio. / FERNÁNDEZ HORTELANO
En la zona más lúdica, correspondiente a la cantera de áridos pegada a la Cuesta del Chorizo, se instalarían zonas de música al aire libre y actividades deportivas. El catedrático lanza también la propuesta de transformar el cortijo de Las Beatillas en un Museo de la Historia Antigua del Vino.
Los vestigios arqueológicos de siglos de historia se asoman a las marismas de la Bahía de Cádiz. / FERNÁNDEZ HORTELANO
Según las previsiones económicas del catedrático, este ambicioso proyecto, que tendría un alcance internacional, requiere de inversión privada y pública; pondría en valor el patrimonio de la Sierra de San Cristóbal y serviría para crear empleo y riqueza.
La ciudad fenicia del Castillo de Doña Blanca, cuya memoria intentaron borrar los romanos, se transformaría así en un lugar clave para el relanzamiento económico de la Bahía de Cádiz, y en un referente imprescindible para entender la historia de Occidente.
El profesor Diego Ruiz Mata, durante la presentación de la Fundación. / ANDRÉS MORA
Presentada la Fundación de Estudios Fenicios y Mediterráneos en Bodegas Osborne
La bodega de Mora de Osborne acogió el jueves, día 5, la presentación de la Fundación de Estudios Fenicios y Mediterráneos (FEFeMe), de la que forman parte catedráticos e investigadores relacionados con el ámbito fenicio y púnico. Científicos de universidades de Líbano, Israel, Túnez, Francia, Italia y España, además de una junta directiva, forman el Patronato, y su objetivo es la puesta en valor del patrimonio existente en el arco de la Sierra de San Cristóbal que se asoma a la Bahía de Cádiz, mediante la creación de un Parque Cultural, Arqueológico y Lúdico, para fomentar la investigación sobre la importancia de esta zona como origen de la cultura de Occidente y el fomento de un turismo de excelencia.
La fundación ya se ha puesto en marcha y tiene el apoyo del Ayuntamiento de El Puerto y la Universidad de Cádiz (UCA). Está presidida por el catedrático de Prehistoria Diego Ruiz Mata, y tiene a su alrededor asociaciones como Amigos de FEFeMe, Amicenes o los Amigos de la bodega de la Sierra (Abosierra), que constituyen su rama social para ayudar a poner en marcha el proyecto, para el que se busca financiación.
Fuente: diariodecadiz.es | 22 de marzo de 2020
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Guillermo Caso de los Cobos
Diego Ruiz Mata, catedrático de Prehistoria de la UCA, el hombre que cambió su vida por Doña Blanca: "Es única en el mundo"
Diego Ruiz en el enclave arqueológico de Doña Blanca. JUAN CARLOS TORO
Olvidada y sin vida agoniza ante la imponente Sierra de San Cristóbal. La ciudad fenicia más antigua de la península ibérica, la única intacta, que ha sobrevivido al paso del tiempo, brinda un enclave donde se respira soledad. La quietud inunda a la gran necrópolis y el puerto enterrado, tesoros escondidos, desconocidos e invisibles a ojos de los mortales. “Esto es único en el mundo”, expresa Diego Ruiz Mata mirando al horizonte.
El catedrático de Prehistoria de la Universidad de Cádiz lleva 37 años defendiendo a capa y espada la importancia de estas 300 hectáreas para la historia de Occidente. El Puerto de Santa María, lugar donde se halla el Yacimiento de Doña Blanca y un sinfín de paradas arqueológicas de gran valor, se convirtió en su hogar desde que empezó a reivindicar esta zona como un revulsivo económico para la Bahía de Cádiz.
Un proyecto ambicioso al que denomina Parque cultural, arqueológico y lúdico que lleva décadas perfilando con paciencia. “Es el más importante y completo que se ha hecho”, dice mientras revisa mapas y esquemas que recogen todos los detalles. Diego ha sido el encargado de las excavaciones de este enclave y ha estudiado con pelos y señales cada uno de sus rincones. “Soy consciente de que aquí no se han dado cuenta del valor que tiene esto, yo no sé por qué razón la cultura está al margen de los objetivos de la sociedad”, comenta el arqueólogo que está convencido de que “si esto estuviera en Inglaterra o Alemania, sería Patrimonio de la Humanidad”. Un título que ya se le intentó otorgar allá por el 2003, sin éxito. “La lucha de partidos a veces impide avanzar”, suspira.
Hace décadas el sevillano descubrió a Doña Blanca y desde entonces no se ha separado de ella. En 1979 Diego realizaba su tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Madrid donde compaginaba su beca de investigación con las clases. “Un día de mayo, al final de curso, expresé el deseo de conocer los estratos antiguos de Cádiz. Ojalá hubiese un asentamiento cerca de la zona que reflejase como un espejo lo que Cádiz no puede darnos”. En ese momento -recuerda el investigador- alguien levantó la mano. Uno de los estudiantes, Juan Ramón Ramírez Delgado, de Cádiz, le reveló la existencia del yacimiento. “Yo francamente no lo conocía”, dice.
Al día siguiente, el joven le llevó unas fotografías y una caja de zapatos con fragmentos de cerámica fenicia del siglo VII. “Cogemos el coche y nos vamos ya”, le dijo Diego sin pensárselo dos veces. De un día para otro, se había topado con el asentamiento con el que soñaba, por entonces, inexplorado. Cuando puso sus pies en el terreno exclamó: “Esto es una joya”. Diego quedó maravillado, engatusado por los encantos de Doña Blanca.
En agosto de ese mismo año el catedrático se desplazó al enclave con una veintena de estudiantes y comenzó las excavaciones, los trabajos de campo y un programa de campañas arqueológicas para desentrañar al poblado. En 1984, el concejal de Turismo de El Puerto, Miguel Marroquí Travieso, y el entonces alcalde, Fernando Gago, visitaron los trabajos de Diego. “¿Qué se puede hacer aquí?”, le preguntaron al arqueólogo, “y yo les hice un proyecto”.
Es ese plan primitivo sobre el parque, con el tiempo ampliado, el que sigue reivindicando sin descanso. El sevillano no se rinde pese al camino de obstáculos que se le han presentado todos estos años. Nadie le parará. No se le agotan las ganas de cambiar el triste destino del lugar.
“Doña Blanca me trae a El Puerto”, comenta. A finales de los 90 le ofertaron una plaza en la UCA, la aceptó y se mudó a la ciudad de los cien palacios, dejando atrás su vida en Madrid. Si estaba más cerca del enclave, tendría más posibilidades de llevarlo a cabo. Eso le dijeron, una promesa hecha añicos con el tiempo. “Era absolutamente mentira”, lamenta.
En 1981 el yacimiento arqueológico había sido declarado Patrimonio histórico artístico, y en 1999, Bien de Interés Cultural. Poco a poco tomaba presencia y se hacía notar, pero el proyecto de Diego no avanzaba. “Hemos luchado vida y muerte por que fuese un parque arqueológico desde el mismo año 84, lo hemos intentado por todos los medios, pero España no es precisamente un país que se distinga por el amor a la historia, esa cualidad no la tenemos”, explica adentrándose en el enclave.
Frente al paraje natural, el catedrático detalla los entresijos de ese proyecto. Para él, no es una quimera, es la consecución de un arduo trabajo que podría suponer para la Bahía un modo de reactivar la economía tras los palos de la pandemia. “La cultura no es solo un producto para el disfrute del conocimiento, sino también es una proyección social para una zona donde no hay I+D+I, ni industria de pesca, ni campo, ni desarrollo industrial”, expone Diego, que manifiesta la vocación turística del lugar. Según sostiene, “el pasado y sus restos reviven en el presente como una fuente primordial de riqueza”.
El investigador plantea un parque cultural, arqueológico y lúdico que busca materializar a través de la Fundación de Estudios Fenicios y Mediterráneos, creada por él mismo para “resucitar a la Sierra” y “salpicar a El Puerto de historia”. Este proyecto “tiene un plus de universalidad, es la historia del comienzo de la civilización europea, en Japón, cuando se explica a los fenicios se habla de Cádiz”. Diego recuerda cuando unas jóvenes japonesas le comentaron que querían ver el yacimiento porque lo habían estudiado.
Él percibe el interés. Por eso, su objetivo principal es investigar, difundir y crear empleo. Según explica, cuenta con el respaldo de 10 universidades de prestigio mundial -este las que apunta que no está la UCA- y generaría 1.500 puestos de trabajo directo, entre arqueólogos, obreros especializados, arquitectos, guías turísticos o el personal de mantenimiento y jardinería. El sevillano busca proyectar en la Sierra “turismo de calidad”. Para ello, ha realizado una lista repleta de elementos arqueológicos, culturales y lúdicos que conformarían el ansiado parque.
El viento golpea su rostro mientras señala a un punto exacto. En la zona militar se instalaría un barrio de artesanos donde se recuperarían 14 oficios de la Baja Andalucía. Además, el documento contempla la creación de una Escuela internacional del Patrimonio histórico, arqueológico y medioambiental con formación práctica y teórica que incluiría la cátedra de Historia del Mediterráneo que Diego presentará en la Universidad de Navarra.
Otro de los atractivos del parque serían las cuevas canteras, catedrales subterráneas que albergarían exposiciones culturales. “Son una maravilla. En Carrières de Lumières, Francia, solo una está proporcionando la entrada anual de más de un millón de personas que deja 90 euros de promedio cada una, y aquí tenemos 23”, señala. Un jardín escalonado, 100 hectáreas de necrópolis o la zona portuaria se suman a la bodega completa más antigua del mundo, datada en el siglo III a.C y localizada en una cima de la Sierra. “Es una vergüenza que estando en el marco de los vinos, no se haga nada”. La exhumación de la Bodega, que ocupa unos 2.000 metros cuadrados, es lo primero que tiene en mente.
A estas paradas le siguen el Mirador de la Bahía, que proporciona unas vistas panorámicas, según él, “el punto geodésico del parque”, y actividades culturales y deportivas de todo tipo. Macroconciertos, pistas de baloncesto, tenis o motocross, campamentos, rutas turísticas y hasta una guardería. El diseño también incluye el museo de la Historia del Vino en Las Beatillas y el Museo de la Cantería.
En total, más de 30 elementos que en las últimas semanas el catedrático ha querido dar a conocer en visitas guiadas a la zona. Hay expectación y aceptación por parte de los curiosos que se han acercado a la actividad. Diego vuelve a impulsar, una vez más, y las que hagan falta, esta idea para la que ha solicitado fondos Next Generation y requiere inversión privada.
“Nunca se ha parado, pero ahora vamos a reactivar el proyecto”, dice delante del Castillo de Doña Blanca. Se niega a que su propuesta sufra el cautiverio del que Blanca de Borbón no se pudo liberar. A los pies de la Torre de Sidueña, donde siglos atrás se hallaba prisionera la noble francesa, Diego desea que esta vez, sus años de trabajo hayan merecido la pena y su sueño se haga realidad.
Fuente: lavozdelsur.es | 16 de mayo de 2021
16 May 2021