Roma consumió aceite andaluz durante siglos. Así lo constatan los restos encontrados en el monte Testaccio de la capital italiana.

Para ellos, era un basurero. Para nosotros, un archivo que guarda una parte fundamental de la historia para entender algo más de la vida romana. Es el Monte Testaccio, que atesora en la capital italiana más datos de lo que cualquiera pudiera pensar a la vista de los restos de las 25 millones de ánforas que lo forman. Esas que los olivareros andaluces enviaban a Roma cargadas de aceite ya en el siglo I. El Imperio lo apreció entonces y lo siguió haciendo durante varios siglos a tenor del estudio realizado por un equipo de especialistas dirigido por el arqueólogo sevillano y catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Barcelona José Remesal y el catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid, José María Blázquez en colaboración con el Dipartimento di Scienze della Terra de la Universidad La Sapienza de Roma.


Las conclusiones son claras: de los 20.000 sellos de comerciantes y las 6.000 etiquetas analizadas, el 80 por ciento procede de la zona Bética, o lo que es lo mismo, de la actual Andalucía. Como destaca Remesal, cifra suficiente para explicar el papel que la región jugó en el Imperio Romano y el impulso para su desarrollo. De hecho, también se exportó a la India.

Tal es la vinculación del Testaccio con el aceite andaluz que la Asociación Española de Municipios del Olivo ha llegado a ironizar sobre la reivindicación territorial del monte. Y es que los talleres de Sevilla, Córdoba, Cádiz y Écija eran los principales proveedores, a juicio de las inscripciones de las ánforas. Aunque también hay «bastantes testimonios» de producción en la zona de Antequera. La etiqueta 'malaca' da fe de ello.

Competía con África
Sus competidores directos eran el norte de África (sobre todo, las actuales Túnez y Libia). Todos se beneficiaban de la unificación política del Mediterráneo, que estimuló el crecimiento de los circuitos de intercambio. El destino final era el complejo portuario fluvial y los almacenes situados a los pies del Aventino en Roma.

Aunque, según José Remesal, existían diversas rutas de transporte. Unas utilizaban cargamentos mixtos que hacían descargas en Baleares y otras iban directamente a Roma o Germania, otros de los destinos del aceite andaluz. «Se producía un comportamiento mimético, imitando los hábitos del vencedor, así que ejércitos británicos y germánicos, poco habituados al consumo de aceite, también lo importaron bajo el influjo de la presencia romana», asegura el profesor Remesal, que constata la presencia de ánforas béticas en Germania. No en vano, el catedrático de la Universidad de Barcelona lleva desde 1989 estudiando el monte Testaccio. El buen estado de conservación es una de las claves. «Gracias a él, por primera vez tenemos una especie de archivo con datos muy concretos de la época», advierte Remesal sobre esta colina semiescondida entre la vegetación y con una superficie aproximada de 22.000 metros cuadrados. Y todo formado con vasijas rotas.

Salta a la vista que los romanos no estaban por la labor de reciclar. ¿Por qué, si podría resultar más fácil? Parece que no veían rentable lavar las ánforas y enviarlas de vuelta a la Bética. De esta forma, casi sin darse cuenta, fueron gestando esta colina artificial de base triangular y situada cerca de la orilla derecha del Tíber, en la zona sudeste de Roma.

Y no fue cuestión de unos meses. Las estimaciones de los investigadores apuntan a un proceso de cientos de años. Al menos, el peso del tráfico comercial se concentra entre los siglos I y III. Aunque podría haberse mantenido hasta el siglo VII, tras el fin oriental del Imperio Romano.

La pregunta es: si ellos ya tenían aceite, ¿por qué lo buscaban fuera? Es uno de los nuevos interrogantes que abren las últimas excavaciones. Lo que sí está claro es que no les suponía mucho coste. «Como todo imperio, Roma tenía provincias a su cargo y le resultaba más barato explotarlas», explica el coordinador de la investigación.

También era económico para los propios productores. Los estudios arqueológicos relacionan el documento hallado en las ruinas romanas de Cástulo, en la localidad jiennense de Linares, con la ley ateniense que regulaba la venta de aceite. De su contenido se desprende que la exportación del aceite dejaba más beneficios que su venta en la ciudad. Todo apunta a que la decisión de Cástulo podría deberse al emperador Adriano, si bien se sabe que ya en época de Augusto se hacían exportaciones de trigo, aceite y vino desde la Bética. Aunque no menos importante era el comercio de gárum.

Según lo hallado en el Testaccio, se puede afirmar que la dieta del aceite alimentó a medio millón de personas durante 250 años. A razón de un litro por persona y día. Eso sí, no sólo para los fogones. También para otros usos: limpieza, ungüentos medicinales, engrasado de máquinas o incluso para iluminación. Al fin y al cabo, según el profesor Remesal, el aceite era la «grasa de la antigüedad».

No era algo nuevo. Como recuerda el director del Centro Andaluz de Arqueología Ibérica, Arturo Carlos Ruiz, los íberos ya conocían el hoy conocido como 'oro líquido'. Les llegó por los fenicios y los griegos, como perfume. Porque, más que algo nutritivo, era muy valorado para el tratamiento del cuerpo. «El olivo es un cultivo complejo, ya que se basa en un injerto que necesita ser domesticado. Y eso empezaron a hacerlo los fenicios y los griegos», puntualiza Ruiz, convencido de que hubo familias que se enriquecieron gracias al aceite.

Especialmente, en la época del dominio romano, uno de los mejores momentos para el aceite andaluz, que, no obstante, ha sido muy apreciado a lo largo de la historia. «Las condiciones climáticas aquí siempre han sido excelentes para la producción aceitera», considera el director del Centro Andaluz de Arqueología Ibérica.



La almazara de Roma
«Al sur de Francia le tocó el vino, y a la Bética, el aceite», añade Ruiz, para quien la región era «la almazara de Roma». No en vano, a juzgar por los descubrimientos en el monte Testaccio, la producción debió de ser enorme para exportar tal cantidad de aceite. E incluso seguir, porque los árabes también lo consumieron.

Eso sí, tan importante como ese aceite conocido hoy a nivel mundial fue la industria que lo sustentó: la alfarería, clave en sus exportaciones. En la antigüedad, las ánforas eran el recipiente de transporte y almacenamiento por excelencia. El bajo costo hacía posible su fabricación masiva. De hecho, junto a las orillas del Guadalquivir se han encontrado más de cien centros de producción de envases.

Algunos centros productores, como el de Lora del Río, superaban las veinte hectáreas. Además, las excavaciones han demostrado que existían baterías de varios hornos que trabajaban en cadena. Estructurados en forma circular, tenían una altura de casi seis metros y estaban construidos utilizando los restos de las propias ánforas rotas.

EN DETALLE
Ubicación: El monte Testaccio es una colina artificial de base triangular, situada cerca de la orilla derecha del río Tíber, en la zona sudeste de Roma.

Dimensiones: Tiene una altura de cerca de cincuenta metros y un perímetro de 1.490 metros, con una superficie total de unos 22.000 metros cuadrados.

Hallazgo: En ella se han encontrado los restos de 25 millones de ánforas. El ochenta por ciento de ellas procedían de la zona Bética, especialmente de Córdoba y Sevilla.

Vía: MARINA MARTÍNEZ / FOTOS: EQUIPO DE JOSÉ REMESAL / MÁLAGA, 4 de mayo de 2008

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