Cada vez conocemos más datos sobre las características funcionales del cerebro, las cuales están revolucionando el concepto estático que sobre el órgano rectos de nuestra conducta teníamos.
En estos últimos años se ha comprobado que el cerebro cambia constantemente a lo largo de su vida, creando nuevas conexiones neuronales, facilitando su adaptabilidad a las condiciones externas, incluso que puede producir nuevas neuronas o neurogénesis. Esta producción de nuevas células nerviosas es limitada y restringida a ciertas áreas cerebrales y en determinadas condiciones (García Verdugo, 2002). Otro axioma que está cambiando actualmente es la noción que sólo las neuronas son las células responsables de todos los procesos mentales, mientras que los otros componentes celulares del cerebro, denominados genéricamente como la glía, se les atribuía una simple función de sostén, mantenimiento alimenticio y protección inmunitaria de las neuronas. Sin embargo, muy recientes estudios han comprobado que tienen una participación activa en los procesos de aprendizaje y memoria (Fields y Stevens-Graham, 2002).
Sin embargo, los conceptos más trascendentes para la comprensión del origen y desarrollo de la conducta humana que han cambiado en la actualidad son dos:
1º - Se conoce la existencia de un periodo crítico en el desarrollo de las funciones cognitivas humanas, pasado el mismo es más difícil o casi imposible que se realicen con las mismas características que dentro de él (Changeux, 1985: 271-272; Delgado, 1994: 59; Flórez et al., 1999: 28; Lenneberg, 1976: 208-212; Mora, 2001: 69-88; Yuste, 1994). Durante este periodo, el cerebro tiene una capacidad de remodelación funcional o plasticidad neuronal muy importante para algunas funciones específicas. Se ha podido ver como, en el caso de lesiones del área de Broca del hemisferio izquierdo, en las que fue preciso su extirpación quirúrgica por lesiones patológicas, las funciones cognitivas que debían de desarrollarse en esta zona (control de la articulación sonora) fueron asumidas en el área simétrica del hemisferio derecho, adquiriendo de igual forma la capacidad de articulación del lenguaje (Changeux, 1985: 279-288; Lenneberg, 1976: 182-183). No obstante, hay que tener en cuenta que tales regeneraciones funcionales tienen lugar cuando se actúa dentro de ese periodo crítico, y con una recuperación mayor cuando más joven sea el enfermo. Lo más importante de esta plasticidad neuronal es la permanente capacidad de creación de redes neuronales, con un carácter funcional a partir de la interconexión de las neuronas, pero dependiendo de la experiencia vivida y sentida, por lo que pueden estar continuamente remodelándose. Corresponde con una serie de procesos que pueden empezar en el embrión, continuando con mucha mayor intensidad después del parto y perdurar durante toda la vida (Delgado, 1994: 111; Flórez et al., 1999: 29-31; Nieto Sampedro, 1996: 66-92).
2º - El caracter modular del cerebro. El aumento cuantitativo de ciertas áreas terciarias puede producir la aparición de nuevas capacidades mentales de carácter emergente, las cuales se desarrollan si reciben información sensorial o cultural adecuada para el inicio de esa capacidad. Con esto puede decirse que tenemos una evolución cualitativa con cierto carácter innato, en el sentido de que se producirá siempre en cada nuevo ser, pero sólo como capacidad a desarrollar, logrando tal desarrollo si el medio ambiente lo permite. En este punto surge el importante problema de cómo podemos considerar a estas áreas más o menos localizadas en el adulto. Diversos neurólogos y psicólogos las han denominado como módulos mentales, donde se localizan las facultades cognitivas humanas con una topografía cortical bastante definida, no quedando claro si su funcionalidad tiene un carácter plenamente innato o dependen en gran medida de las influencias externas, que serían en última instancia quienes las delimitarían y organizarían definitivamente.
Entre los que apuestan por el carácter modular de forma principalmente innata destacan los llamados psicólogos de la evolución Leda Cosmides, John Tooby y Steven Pinker, el arqueólogo Steven Mithen, o el lingüista Noam Chomsky. Estos autores abogan por la creación evolutiva directa para el fin que presentan en al actualidad (guiada por la presión selectiva medioambiental o selección natural), con un carácter innato de tales módulos funcionales. Lo que no queda claro en sus manifestaciones es sí su expresión funcional es automática, o precisan de la estimulación sensorial externa (Mithen, 1998: 49-52). En oposición a este grupo, se sitúan los que creen en la existencia evolutiva de las exaptaciones o capacidades emergentes, es decir, la producción evolutiva de órganos o partes de ellos que, en función de los estímulos externos, pueden desarrollar unas propiedades que no existían en el momento en el que tuvo lugar la evolución anatómica. Así, estos módulos o zonas de la corteza cerebral, donde se ubicarán las funciones que correspondan, son áreas de asociación que recogen los estímulos sensoriales externos ya procesados con la información de otras áreas corticales, con el objeto de elaborar posibles respuestas más complejas y adaptativas. Estas estructuras sí son innatas (protomapa), pero con un carácter poco definido, necesitando para su definitiva estructuración, extensión y ubicación de los estímulos sensoriales externos (Damasio, 1999: 110-111; Changeux, 1985: 233-237; Flórez et al., 1999: 24-27; Mora, 2001: 48-68; Rakic, 1988, 1995). Los recién nacidos, en su crecimiento, nunca hablarían si no lo hacen dentro de un medio social en el que exista un lenguaje determinado, aunque sí es cierto que el aprendizaje del mismo es muy rápido, dando la falsa impresión de que lo realizan por sí solos, sin la aparente ayuda de sus padres o del medio en el que vivan. Pero lo cierto es que sólo pueden aprender el léxico y la sintaxis que el medio les ofrece, y su alta capacidad de aprendizaje y de raciocinio de carácter innato hacen el resto.
Naturalmente, estos conceptos neurológicos tienen un componente psicológico muy importante, pues prácticamente imposible separar las dos vertientes de estos procesos sin que se acuda a resaltar la configuración conjunta que ambos tienen. Tanto es así que desde hace tiempo se viene desarrollando una nueva disciplina (Psicobiología) como fruto de la unión de los elementos Biológicos (Neurología) y psicológicos de la conducta humana.
En conjunto, todos estos datos ofrecen un aspecto dinámico en la funcionalidad cerebral, pues depende mucho de la información externa para su definitiva configuración, por lo que su definitivo funcionamiento (simbólico o no) depende en gran medida de las características medioambientales en las que se organiza. Como puede parecer un poco confuso la anterior explicación puede ser muy interesante explicarlo por un claro ejemplo.
Aunque las capacidades cognitivas que el ser humano posee son importantes y de gran potencialidad, es preciso su modelación por medio de la experiencia y del aprendizaje, pues sin estos requisitos no se produce un verdadero desarrollo de tales capacidades, al menos en la forma en que normalmente solemos usarlas. Un sencillo, divertido y asombroso ejemplo de tales manifestaciones nos lo ofrece el antropólogo Nigel Barley (1989: 123) en su libro “El antropólogo inocente” donde, al intentar que miembros de la tribu de los dowayos del Camerún identificaran con sus nombres a diversos animales de su medio (leopardos y leones) mostrándoles unas fotografías de los mismos, se dio cuenta de que no podían identificar a ningún animal en esas fotos, pues no sabían interpretar lo que se les mostraba. A pesar de conocer perfectamente a los leopardos no los reconocían en las fotografías, pues para poder hacerlo es preciso aprender a verlas con anterioridad, es decir, que el cerebro aprenda a relacionar un animal viviente con esas manchas de colores o grises que están en un papel, si no se aprende no pueden relacionarse.
Este aprendizaje, en algún momento de nuestra primitiva prehistoria, pudo tener los caracteres de iniciación mágica o religiosa, desde luedo simbólica, en los inicios del arte prehistórico. Si se mostraban a ciertos miembros de la sociedad paleolítica los dibujos de un animal bien conocidos por todos (bisonte, caballo, reno, etc.) por primera vez, con poca luz y la dificultad del lugar para ver el dibujo mejor, lo cierto es que no verían nada reconocible y necesitarían un aprendizaje iniciático que le pudiera desarrollar sus capacidades visuales en esas extrañas facetas de manchas y líneas de colores.
Todo, hasta las cosas aparentemente más sencillas, hay que aprenderlas, es decir, hay que enseñar al cerebro a reconocer una figura, un sonido o cualquier otra sensación susceptible de ser recogida por sus terminaciones sensitivas.
* BARLEY, N. (1989): El antropólogo inocente. Anagrama. Barcelona.
* CHANGEUX, J. P. (1985): El hombre neuronal. Espasa Calpe. Madrid
* DAMASIO, A. R. (1999): El error de Descartes. Crítica. Barcelona
* DELGADO, J. M. R. (1994): Mi cerebro y yo. Temas de Hoy. Madrid.
* FIELDS, R. D. y STEVENS-GRAHAM, B. (2002): New insights into neuron-glía communication. Science, 298: 556-562.
* FLÓREZ, J.; GARCÍA-PORRERO, J. A.; GÓMEZ, P.; IZQUIERDO, J. M.; JIMENO, A. y GÓMEZ, E. (1999): Genes, cultura y mente: una reflexión multidisciplinar sobre la naturaleza humana en la década del cerebro. Servicio de publicaciones de la Universidad de Cantabria. Santander.
* GARCÍA-VERDUGO, J. M.; SACRI, F.; FLAMES, N.; COLLADO, L.; DESFILIS, E. y FONT, E. (2002): The proliferative ventricular zone in adult veretebrates: A comparative study using reptiles, birds and mammals. Brain Research Bulletin, 57: 765-775.
* LENNEBERG, E. H. (1976): Fundamentos biológicos del lenguaje. AU. 114. Alianza. Madrid.
* MITHEN, S. (1998): Arqueología de la mente. Crítica. Barcelona.
* MORA, F. (2001): El reloj de la sabiduría. Tiempos y espacios en el cerebro humano. Alianza Editorial. Madrid.
* NIETO SAMPEDRO, M. (1996): Plasticidad neural: una propiedad básica que subyace desde el aprendizaje a la reparación de lesiones. En El cerebro íntimo, Mora, F. (ed.). Ariel neurociencia. Barcelona.
* RAKIC, P. (1988): Specification of cerebral cortical areas. Science, 241: 170-6.
* RAKIC, P. (1995): Evolution of neocortical parcellation: the perspective from experimental neuroembryology. En Origins of the human brain. Changeux, J. P. y Chavaillon J. (Eds.). Clarendon Press. Oxford, 85-100.
* YUSTE, R. (1994): Desarrollo de la corteza cerebral. Investigación y Ciencia, 214: 62-68.
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