Este ensayo de tremenda calidad nos lleva de viaje por el tiempo del Bajo Imperio Romano.


Vía: FANTASYMUNDO | Francisco Martínez Hidalgo | 2 de mayo de 2012


En la historia del Imperio Romano la vista recae casi siempre en los principales protagonistas sociales y políticos, aquellos que intervienen en los grandes acontecimientos, marcando nuestro sentido de los hechos. La clase política o el ejército toman un protagonismo de tal envergadura que muy pocas veces nos hacemos preguntas, aparentemente más intrascendentes, sobre la forma de vivir y relacionarse en aquel tiempo, sobre la cotidianeidad de sus vidas; entrando a fondo en los matices de convivencia de una de las sociedades más desigualitarias de la historia de la humanidad.

Sin embargo, poco a poco, las cosas están empezando a cambiar. Cada vez más ensayos históricos entran en las profundidades de la cotidianeidad de las vidas de las élites, de los ejércitos… pero también de las castas populares. Los importantes actores de la historia abren paso a las personas anónimas, gentes sin rostro y apenas con nombre, cuyas anécdotas de vida han conseguido llegar a nuestros días (posiblemente, nunca imaginaron que tal cosa les podría suceder a ellos), para ayudarnos a comprender cómo vivía la gente de la “no élite”.

Una de las novedades en este línea de investigación es ‘Sesenta millones de romanos’ (Crítica, 2012, disponible en FantasyTienda), mucho más gráfico no obstante en su título original de ‘Popular culture in ancient Rome’, del historiador británico y director de estudios clásicos en el Hughes Hall de la Cambridge University, Jerry Toner.

Mientras uno afronta la lectura no puede evitar recurrir a los paralelismos, intentando ver cuánto de lo que ahora conocemos pudiera proyectarse a aquellos tiempos, y la sorpresa salta al comprobar las importantes diferencias. Si bien pudieran explicarse por una esperanza de vida condenadamente breve –Toner la cifra alrededor de los veinticinco, dónde la familia nuclear que hoy conocemos se disuelve al no permitir apenas que padre e hijo convivan más que durante unos pocos años. La red familiar se debilita y, en la competición por la supervivencia, el vínculo con los demás resulta ser de una naturaleza más conflictiva que cooperativa. Como en los juegos de suma cero, la desgracia ajena representa una oportunidad para los demás, mientras que su prosperidad amenaza a la supervivencia de uno.


La lucha por el alimento padecía constantes vaivenes. Una buena cosecha podría sucederse de otra menos buena. La desgracia amenazaba el frágil hilo que ataba las personas a su supervivencia. Por eso, cuando los riesgosse materializaban, y podía ser así de múltiples formas, se podían llegar a enfrentar situaciones de gran dificultad. Por ejemplo, la llamada del hombre a filas podía reducir los ingresos de tal forma que la familia se viera obligada a vender sus pertenencias o, incluso, “exponer” (eufemismo para “abandonar”) a sus hijos. La debilidad de las relaciones familiares eran síntoma de unas redes sociales frágiles o inexistentes, dónde la viudedad o la muerte de un hijo en edad productiva -en capacidad por tanto de generar ingresos a la familia- podría llegar a suponer la miseria, en sentido literal.

La extrema desigualdad, la ausencia de apoyos sociales y el escaso dinamismo de la economía invalidaban cualquier posibilidad de recurrir a mecanismos de crédito. Los prestamistas rozaban la usura pues, la posibilidad de devolver lo prestado estaba envuelta de tantas incertezas y riesgos, que aceptar sus condiciones implicaba asumir la muy probable circunstancia de vender hasta la vida por devolver lo prestado. Para los prestadores el riesgo llevaba también, en múltiples ocasiones, a la irritabilidad, la ansiedad o la depresión. Pues su negocio tampoco era para nada boyante.

Unos y otros vivían en un equilibrio mental quebradizo. Lo sobrenatural convivía con los oráculos u otras técnicas de adivinación. La religión y la magia contribuían al equilibrio de la salud mental generando presuntas certezas, dando respuestas a dudas sobre las cosechas, pero también sobre el amor, sobre las relaciones familiares, o sobre el devenir general de las cosas. Lo que en un primer vistazo pudiera parecer credulidad, se transforma de pronto en una salida para una situación vital en la que, a duras penas, uno podría planear a largo plazo qué hacer con su vida o prever cómo vendrán las cosas al día siguiente.




Ante circunstancias similares a ésta, y como pasa igualmente en nuestros días, el humor y la picaresca sexual se convierten también en vías de escape. Las fiestas del desenfreno, el gusto por lo grotesco, la notoriedad social de los desfigurados, lo carnavalesco como sátira de los defectos o los problemas del entorno… Transgredir lo establecido o decir lo que se quiere sin temor a represalias. Sin embargo, tanto este tipo de actos, como las representaciones teatrales populares, estaban sometidos a una estricta sujeción. La autoridad debía conceder su permiso y, a veces, no lo hacía, pues existía el temor de que este tipo de concentraciones derivasen en reivindicaciones sociopolíticas capaces de producir alteraciones del orden. El espectáculo pretendía mantener ese difícil equilibrio de resultar, al tiempo, una vía de escape para la no élite y una forma de ejercicio de estatus o control para la élite.

Sesenta millones de romanos’ (Crítica, 2012) nos lleva de viaje por el tiempo del Bajo Imperio Romano. Con un gran sentido del humor y fina ironía, Jerry Toner despliega un denso conocimiento de un tema poco tratado en los ensayos históricos, pero que demuestra tener un atractivo cada vez mayor para el lector curioso. Con ilustraciones y fotografías, tablas o listas, inscripciones de lápidas o de telas, el libro gana en cercanía, permitiéndonos acabar con la necesidad de nuevas obras que abarquen un tema del que sólo estamos empezando a rascar la superficie. Ojalá muchos otros ensayos con esta calidad lleguen pronto a nuestras librerías y conviertan estos primeros pasos en una tendencia de conocimiento.


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