Excavaciones en Son Espases. Foto: Miquel Massuti

 

Vía: Diario de Mallorca | 3 de julio de 2011

 

Bartomeu Bestard (Cronista oficial de Palma de Mallorca)

 

Los descubrimientos realizados estos últimos años por los arqueólogos Francisca Torres, Josep Merino y Marilena Estarellas en las sementeras de Son Espases marcan un antes y un después en la historiografía mallorquina.

 

Durante más de un siglo, los eruditos, historiadores y arqueólogos contaban con la posibilidad de encontrar restos de un poblado talayótico dentro de la Palma antigua, con lo que se hubiese demostrado un origen prehistórico de la ciudad. En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado se realizaron una serie de actuaciones arqueológicas importantes, por ejemplo en el Estudio General Luliano o en el palacio de la Almudaina. En esas excavaciones se buscaron restos prerromanos, sin que se consiguiese encontrar nada. Hoy sabemos, gracias a las conclusiones de los directores arqueólogos de Son Espases, que hasta la romanización de Mallorca, el solar de la ciudad de Palma no fue sino un espacio natural no urbanizado.

 

Por otro lado, también se ha podido demostrar que los primeros romanos que invadieron la Isla (123 a.C.), se establecieron cerca de un poblado talayótico comprendido entre las actuales fincas de Son Cabrer y Son Espases, para unas décadas después, hacia el año 60 a.C., trasladarse al borde del mar, con el fin de fundar la actual Palma. Recordemos aquel episodio histórico, alborada de nuestra ciudad.

 

Tal como apunta Domínguez Monedero, durante el último tercio del siglo II a.C. se intensificó el control de los romanos sobre el Mediterráneo. En este sentido, las Islas Baleares, y en concreto Mallorca, se escapaba al control romano. En aquel entonces la Isla estaba habitada por una sociedad presidida por la cultura talayótica. Entre estos habitantes se encontraban los famosos honderos, de sobras conocidos en las guerras de la Antigüedad.

 

Una de las descripciones más completas que nos han llegado sobre estos antiguos mallorquines es la de Diodoro Sículo: "… De los productos de la tierra para la alimentación no producen vino. Por eso también están todos ellos inclinados a beber vino con desmesura […] Y porqué van escasos de aceite, lo sacan del lentisco y mezclándolo con manteca de cerdo, se untan los cuerpos. Porqué son más amantes de las mujeres que el resto, las valoran tanto que algunas mujeres capturadas por los piratas que atacan por mar, las rescatan dando tres o cuatro hombres a cambio de ellas. Viven bajo rocas excavadas y agujereando lugares escarpados y haciendo muchas minas subterráneas obtienen refugio y seguridad".

 

Continúa la narración con este dato sorprendente: "Entre ellos se da una extraña costumbre nupcial. En las bodas, el primero de los familiares y de los amigos según la edad, y el segundo y el resto se acuestan uno después de otro con las novias, siendo el novio el último en conseguir este honor". Estos primitivos mallorquines navegaban en embarcaciones muy sencillas. A bordo iban expertos honderos con la intención de asaltar las naves de comercio que se dirigían a Hispania o a Ebusus (Ibiza). Fueron precisamente este tipo de actividades las que sirvieron de excusa a los romanos para invadir Mallorca.

 

El 123 a. C. el Senado romano comisionó a Quinto Cecilio Metelo para que conquistase las Baleares. El procónsul romano se dirigió enseguida con una flota a Mallorca. Nada más vislumbrar las velas romanas en el lejano horizonte marino, los talayóticos se embarcaron con sus hondas, para guerrear dónde mejor lo hacían: en el mar. Una lluvia de piedras cayó sobre los romanos. Pero tal como narró Estrabón, Metelo "se acercaba a las islas por mar, extendía pieles sobre las cubiertas como protección contra las hondas". La resistencia de los nativos fue breve. Los romanos desembarcaron ­­–Domínguez propone que éste tuvo lugar en la costa meridional, cerca de Ses Salines– mientras los honderos se desperdigaban y se refugiaban en "túmulos" –seguramente en los talayots–. Las fuentes apuntan a una gran matanza de nativos.

 

Los arqueólogos han constatado que algunos poblados talayóticos desaparecieron bruscamente a raíz de la conquista, en cambio otros mantuvieron su actividad hasta bien entrado el siglo II d.C. Con ello lo que se demuestra es que la romanización de la isla fue más bien lenta.

 

Después de la conquista, las islas Baleares fueron agregadas a la provincia romana de Hispania Citerior. El 124 a.C. Quinto Cecilio Metelo trasladó tres mil romanos de Iberia con la intención de colonizar las Islas, y fundó dos ciudades: Palma y Pollentia. La Palma de Son Espases y la Pollentia de Alcudia. Ambas ciudades ubicadas en dos puntos estratégicos de la Isla, que sobre un altiplano, aunque sin estar al borde del mar, dominaban las bahías sur y norte respectivamente. En el caso de Palma, los romanos se instalaron en las inmediaciones de un poblado talayótico el cual estaría ubicado en los terrenos de Son Cabrer, al lado de Son Espases. Según los directores de la excavación del nuevo hospital "ha quedado demostrado que a pesar de la sencillez de las técnicas y materiales utilizados en la construcción de las estructuras, estamos ante un asentamiento de cierta entidad, diseñado de forma unitaria y con una planificación preconcebida […] significa que estamos ante uno de los yacimientos de fundación romana más antiguos de la Isla".

 

Este primer asentamiento debió tener un carácter marcadamente militar. Estos mismos arqueólogos nos han recordado "la coincidencia entre la situación de Son Espases Vell con el topónimo bien sintomático que había perdurado en la documentación medieval: Palma alta", tal como aparece citado en el códice latino del libro del Repartiment.

 

Así como la ubicación de Pollentia se mantuvo hasta época islámica, la ubicación de la primera Palma romana –la Palma alta– se trasladó a orillas del mar, allá por el año 60 a. C., originando la Palma actual.

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