Fuente: elcorreo.com | Julio Arrieta| 31 de enero de 2014

Los neandertales aparecieron cuando la ciencia no estaba preparada para recibirlos. El ejemplar que acabaría dando nombre a la especie fue encontrado por casualidad en el valle alemán de Neander en 1856, apenas un lustro después de que el término 'prehistoria' fuera usado por primera vez por Daniel Wilson y antes de que Darwin desencadenara el debate sobre la evolución con 'El origen de las especies', publicado en 1859. Esta situación hizo que los primeros hallazgos registrados hasta 1863, cuando se acuñó el término 'Homo neanderthalensis', cayeran en el olvido o fueran discutidos y negados con argumentos que hoy resultan estrambóticos.

Conviene empezar diciendo que el neandertal de Neandertal no fue el primer neandertal encontrado. El hallazgo del primer resto conocido de este homínido se debió al médico, geólogo y prehistoriador Philippe-Charles Schmerling y tuvo lugar en una cueva de Engis, en la provincia belga de Lieja. Se trataba del cráneo de un niño pequeño. En su publicación sobre este descubrimiento, 'Recherches sur les ossements fossiles découverts dans les cavernes de la province de Liège' (1833), Schmerling propuso que aquello era lo que quedaba de un 'hombre fósil' contemporáneo de los mamuts, los osos de las cavernas y el rinoceronte lanudo, pues el cráneo había aparecido mezclado con huesos de estos animales extinguidos: "He terminado por llegar a la conclusión (…) de que estos restos humanos fueron enterrados en las cuevas en la misma época y, por consiguiente, por las mismas causas que llevaron allí una masa de huesos de diferentes especies extinguidas" (citado por Yves Coppens en 'La historia del hombre', editado por Tusquets en 2009).

Aunque el artículo no tuvo demasiado recorrido no pasó desapercibido del todo, pues resultó lo suficientemente llamativo como para que el geólogo Charles Lyell viajara hasta Lieja para echar un vistazo. No acabó muy convencido y se acogió a la prudencia. Por su parte, Édouard Lartet, consideró en 1837 que "la idea [de la contemporaneidad del hombre y de los animales antediluvianos] no tiene nada de inverosímil". Como señala Coppens, "el descubrimiento de Engis no recibió, en cualquier caso en esta época, el eco que merecía".

La suerte del segundo hallazgo de un neandertal antes del de Neandertal no fue mucho mejor. Era el cráneo de una mujer y apareció en Gibraltar en 1848, durante los trabajos de extracción de piedra de una cantera (Forbes' Quarry, situada en la cara norte del Peñón), para las obras de refuerzo de unas fortificaciones. Lo encontró el capitán de la Armada Real británica Edmund Flint y fue registrado formalmente en las actas de la Gibraltar Scientific Society, de la que el militar era secretario, pero nadie le hizo el menor caso hasta que llegó la polémica de los restos del valle de Neander.

El neandertal de Neandertal

El cráneo de Gibraltar, encontrado en Forbes' Quarry

Agosto de 1856

El descubrimiento del ejemplar de Neandertal, el que acabaría dando nombre a esta especie extinguida del género 'Homo', fue casual. Ocurrió en agosto de 1856 y lo protagonizó un grupo de trabajadores de una cantera de piedra caliza en la cueva de Kleine Fledhofer, situada en el valle alemán de Neander, que no es un río, como suele decirse por error, sino que fue un señor: Joachim Neander, un predicador y teólogo calvinista del siglo XVII. El río que pasa por el valle de Neander es el Düsser, que da nombre a la cercana ciudad de Düsseldorf.

Dos operarios italianos encontraron los restos de un esqueleto al despejar de tierra la cueva para poder extraer caliza. Los huesos fueron arrojados como escombros, sin ningún miramiento. Pero su forma acabó llamando la atención de los trabajadores, que avisaron a los propietarios de la explotación, Friedrich Wilhelm Pieper y su socio, William Beckerhoff. Tras examinarlos, concluyeron que podría tratarse de los restos de un oso, por lo que decidieron entregárselos al profesor y naturalista aficionado Johann Carl Fuhlrott (1803-1877), de Elberfeld. Se trataba de 16 piezas, entre ellos una pesada cubierta craneana y dos fémures. Como explicaría Fuhlrott en una carta enviada a Thomas Huxley, "los trabajadores no tuvieron ningún cuidado en la recogida (de los huesos), y guardaron solo los más grandes; a esta circunstancia se debe atribuir que yo solo esté en posesión de unos fragmentos de lo que probablemente era un esqueleto completo" (citado por Thomas Huxley en 'On some fossil remains of Man', en la tercera parte de 'Man's place in Nature', editado en 1863).

Fuhlrott reconoció enseguida que se trataba de restos humanos, pero también apreció sus extraordinarias características, sobre todo la llamativa frente huidiza y los potentes arcos supraorbitales del cráneo, además de su inusitada robustez. Intuyó la importancia del descubrimiento y regresó a la cantera para buscar más huesos, pero no logró encontrar ninguno. Supuso que se trataba de los restos de algún tipo de humano antiguo desconocido hasta entonces, un 'hombre fósil', aunque en su comunicación a la Sociedad Médica y de Historia Natural del Bajo Rin, leída el 2 de junio de 1857, se mostró prudentísimo y no avanzó ninguna conclusión arriesgada.

A mediados del siglo XIX hablar de 'hombres fósiles' en foros académicos era exponerse a la crítica sañuda o incluso al ridículo. Cuando Fuhlrott presentó los huesos de la cueva de Fledhofer faltaban dos años para que Charles Darwin publicara 'El origen de las especies mediante selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida', y desencadenara un debate que revolucionaría la ciencia. Aunque antes que él otros naturalistas habían observado las similitudes entre algunas especies y habían planteado la posibilidad de que podrían tener orígenes comunes, o de que unas podían transformarse en otras, la idea no era bien recibida en ámbitos académicos. Entre otros, Lamarck había especulado sobre esta noción y el propio abuelo de Darwin, Erasmus Darwin, la había defendido. Por su parte, los geólogos estaban demostrando que el mundo era mucho más antiguo de lo que se creía, muchísimo más que los pocos miles de años que los teólogos habían calculado a partir de La Biblia, por lo que era posible que el ser humano también fuera muy antiguo y tuviera antepasados desconocidos. Pero aunque algunos lo consideraran y lo discutieran, el concepto de 'transformación' o 'transmutación' de las especies era rechazado por la mayor parte de los científicos.

El neandertal de Neandertal

Aspecto que tenía la cueva de Fledhofer donde aparecieron los restos

De un aficionado a un profesional

La ciencia en general no estaba preparada para interpretar los huesos del valle de Neander, pero algunos científicos si estaban dispuestos a tratar de entender lo que significaban. Fuhlrott era uno de ellos, pero no dejaba de ser un aficionado. Así que decidió poner aquel cráneo raro en manos de un académico, el anatomista y antropólogo Hermann Schaaffhausen (1816-1893). Profesor de Anatomía de la Universidad de Bonn, era la persona ideal para tratar los huesos de un posible 'hombre fósil'. Schaaffhausen era uno de los atrevidos partidarios de la 'transformación' de las especies, cuestión sobre la que había publicado en 1853 un artículo, 'Ueber Beständigkeit und Umwandlung der Arten' (Sobre la persistencia y la transformación de las especies), en el que afirmaba que lo que estaba por demostrar era la inmutabilidad de las especies, no lo contrario.

A partir de una serie de comparaciones raciales que leídas hoy resultan bastante embarazosas -con cráneos de 'negros', razas degradadas e 'idiotas'-, Schaaffhausen concluyó que aquel cráneo extraño perteneció a una forma arcaica de hombre, probablemente el miembro de una tribu extremadamente salvaje desplazada por los ancestros de los germanos en tiempos inmemoriales, en algún momento de la Edad de hielo. "Los huesos humanos del valle de Neander superan tanto a los demás en sus peculiaridades, que conducen a la conclusión de su pertenencia a una raza bárbara y salvaje", escribió (citado por Ian Tattersall en 'The last Neanderthal', 1999).

Como señala Julia R. R. Drell, "El fósil neandertal pertenecía a la Edad de hielo, de ahí su carácter más primitivo. Por lo tanto Schaaffhausen estuvo tentadoramente cerca de una perspectiva evolutiva de los homínidos fósiles. Pero el tiempo todavía no estaba preparado para la sugerencia de que los neandertales eran cualquier cosa menos la versión inferior o salvaje de nuestra propia especie" (en 'Neanderthals: A history of interpretation'. Oxford Journal of Archaeology', 19, 2000).

Precisamente que un individuo con rasgos tan "primitivos" y "salvajes" como los del ejemplar de Neander pudiera estar emparentado de algún modo con los humanos modernos sublevó a los sabios más conservadores. Este choque generó una polémica virulenta en la que no faltaron algunas aportaciones muy ocurrentes y pintorescas. Tanto, que raro es el libro sobre neandertales o evolución humana que no las enumere. Yves Coppens, por ejemplo, se deleita recordando que el hombre de Neandertal "se consideró un enfermo, un artrítico, peludo, encorvado, bárbaro, bruto, caníbal, con el dedo gordo del pie oponible, incapaz de hablar, intermedio entre el hombre y el mono -pero más cerca del mono- y, por supuesto, sin nada que ver con nuestra ascendencia".

"Es una criatura degradada". Este fue el veredicto sobre los huesos de Neandertal dictado por August Franz Josef Karl Mayer (1787-1865), profesor de la misma universidad que Schaaffhausen. Este célebre anatomisa examinó los restos y llegó a conclusiones sorprendentes. Además de negar su antigüedad, Mayer creyó que la peculiar curvatura de los huesos largos respondía a las patologías sufridas por alguien que había pasado buena parte de su vida a caballo. Por ejemplo, un cosaco. En efecto, el sabio de Bonn sugirió que el esqueleto de Neandertal "podría ser un cosaco del ejército del general Chernichef, que acampó en las cercanías antes de cruzar el Rin el 14 de enero de 1814", durante las guerras napoleónicas. En una línea similar, por lo llamativo del argumento, el antropólogo Franz Pruner-Bey (1808-1882), sugirió que los restos podrían ser los de "un idiota microcefálico" que pudo haber vivido recluido en la cueva.

Raquitismo y artritis

De las manos de Mayer los restos de la cueva de Fledhofer pasaron a las del biólogo, antropólogo y patólogo alemán Rudolf Carl Virchow (1821-1902). Como señala Drell, la formación de patólogo de Virchow, disciplina en la que era una autoridad, le hizo propenso a identificar las peculiaridades de aquellos restos óseos como el resultado de diversas enfermedades. Virchow es perfilado a menudo como una especie de fanático obtuso contrario a la evolución, pero en realidad era "un científico meticuloso y cauto", detalla Drell, "escéptico pero no opuesto a las teorías de Darwin". Tras estudiar los restos concluyó que no podían ser muy antiguos y "pertenecieron a un hombre de edad, que padeció raquitismo en la infancia, graves heridas en la cabeza en la edad adulta y artritis durante muchos años antes de su muerte". La opinión de este sabio tenía mucho peso y acabó por imponerse en Alemania, donde frenó el debate sobre la evolución humana durante dos décadas. La polémica se trasladó a Francia y Reino Unido, países en los que se trató la cuestión en varios encuentros científicos en los que se debatió sobre la antigüedad de los restos, su naturaleza y su relación con el pasado de nuestra especie.

El neandertal de Neandertal

El cráneo de Neander, encontrado en 1856

El principal y más combativo defensor de las ideas de Darwin, el biólogo Thomas Henry Huxley (1825-1895) dedicó parte de su 'Evidence as to Man's Place in Nature' a analizar los restos de Engis y de la cueva de Neandertal, que pudo estudiar mediante copias realizadas a molde que le facilitó el geólogo Charles Lyell. Los de Gibraltar seguían en el armario. Huxley concluyó que pertenecían a la misma especie, eran contemporáneos y muy antiguos. A partir de comparaciones con cráneos de individuos de razas "salvajes", sobre todo con los aborígenes australianos, llegó a la conclusión de que se trataba de restos humanos pero que "en ningún sentido los huesos de Neandertal pueden considerarse como los restos de un ser humano intermedio entre los hombres y los simios". El cráneo de Neander era humano, solo que se trataba de una versión temprana de la especie humana. El libro fue publicado en 1863, el año en el que los neandertales se ganaron su nombre científico. El encargado de acuñarlo fue el geólogo irlandés William King (1809-1886), que no estaba de acuerdo con Huxley.

King propuso la denominación de 'Homo neanderthalensis' en un encuentro de la British Association en 1863 y lo publicó en un artículo editado al año siguiente, 'The reputed fossil man of the Neanderthal'. Sin embargo, su punto de vista cambió en apenas un año. Cuando propuso la 'etiqueta' de 'Homo neanderthalensis', King, al contrario que Huxley, estaba convencido de que el cráneo de Neander era tan simiesco, más parecido al de un chimpancé que al de un hombre, que debía de pertenecer a una especie diferente. "Me siento empujado a creer que los pensamientos y deseos que una vez habitaron (en el cráneo) nunca se elevaron más allá de los de un bruto", escribió. En el artículo el término 'Homo neanderthalensis' aparece solo en una nota al pie, al final del texto, en la que King confiesa que su parecer había variado y que las diferencias entre el hombre y el neandertal iban más allá de la especie: no eran del mismo género. Al final, para King, al 'Homo neanderthalensis' le sobraba el 'Homo'. Sin embargo, la denominación prosperó. Afortunadamente. Porque si no podría haberse impuesto la de 'Homo stupidus', propuesta por el zoólogo evolucionista alemán Ernst Haeckel (1834-1919).

Además de para dar nombre a la especie, el encuentro científico de 1863 sirvió para que el cirujano naval y zoólogo George Busk (1807-1886) recordara la existencia del olvidado cráneo de Gibraltar, que fue recuperado mediante una comunicación escrita por Busk y el geólogo, botánico y paleontólogo Hugh Falconer (1808-1865) presentada en la reunión de la British Association celebrada en Bath de 1864. En un plano anecdótico, también sirvió para que Charles Darwin tuviera en sus manos un cráneo de neandertal, sobre cuyos debates se había mantenido al margen. El gran naturalista había sido extremadamente prudente respecto a la evolución humana y apenas dedicó una frase en 'El origen de las especies' a las implicaciones sobre el origen de los seres humanos que suponía su teoría ("se proyectará luz sobre el origen del hombre y su historia") y más adelante, cuando la cuestión ya era objeto de debate científico, solo mencionaría de pasada los restos de Neander en 'El origen del hombre' (1871). En la última línea de una carta enviada el 1 de septiembre de 1864 a J. D. Hooker, Darwin dice que “F. me trajo el maravilloso cráneo de Gibraltar”. El naturalista no pudo asistir a la reunión científica de Bath al encontrarse enfermo y sus amigos Falconer y Lyell se las apañaron para acercarle el ejemplar que iba a ser presentado a los asistentes, para que pudiera examinarlo a su gusto.

Desde que el homínido recibió su nombre científico y fue reconocido como especie en 1863, los hallazgos de neandertales se multiplicaron a finales del siglo XIX y principios del XX: cueva de Spy, en Bélgica (1886); Krapina, en Croacia (1899-1906); Ehringsdorf, en Alemania (1908); Le Moustier, en Francia (1908); La Chapelle-aux-Saints (1908) etc., etc. La realidad de la evolución humana fue asumida por la comunidad científica, y el mundo real de los neandertales barrió, por pura acumulación de descubrimientos y excavaciones, aquellas primeras especulaciones sobre cosacos perdidos, enfermos deformes y el tonto del pueblo. En cuanto al yacimiento de Neandertal, todavía guardaba alguna sorpresa: a pesar de que la cueva en sí ya no existía y el lugar había sido dinamitado, excavado y nivelado a excavadora, en 1999, los arqueólogos Ralf Schmitz y Jurgen Thissen lograron encontrar en él hasta 20 fragmentos de hueso, uno de ellos, hallado bajo seis metros de escombros de cantera, correspondiente sin duda a la rodilla izquierda del esqueleto original, el neandertal de Neandertal.

El neandertal de Neandertal

Aspecto actual del lugar donde se encontraba la cueva de Fledhofer

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Lastima.. cuanto material desechado en el tiempo y ceguera cientifica..

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