Recuperan restos de una mandíbula, de hace 27.000 años, en la cueva de El Castillo (Cantabria) con signos de posible canibalismo

Tres vistas de la mandíbula de un niño hallada en la cueva de El Castillo, en Cantabria. AJPA

Unas enigmáticas marcas halladas en la mandíbula de un niño de unos cinco años han reavivado un misterio paleontológico que dura ya más de un siglo. Las hendiduras en el hueso prueban que alguien le arrancó la lengua con herramientas de piedra afiladas después de muerto. Puede que se trate de un caso de canibalismo o de un ritual mortuorio que se realizó en la cueva de El Castillo (Cantabria), una enorme oquedad en cuyas paredes se pueden encontrar algunas de las pinturas rupestres más antiguas de Europa.

Los restos del muchacho fueron hallados en 1912 por el paleontólogo alemán Hugo Obermaier. Su equipo fue el primero en excavar esta cueva de forma sistemática. No le dieron gran importancia al fragmento de mandíbula inferior. Dos años después estalló la I Guerra Mundial y nunca volvieron a la cueva cántabra. El hueso humano, inicialmente conservado en el Museo de Prehistoria de Cantabria, fue prestado y después perdido.

En 2016, un equipo de paleontólogos consiguió localizar el fósil. Había aparecido entre las pertenencias personales de José María Basabe, un paleoantropólogo vasco muerto en 1985. Tras recuperar la mandíbula, los investigadores vieron que algunos dientes se habían arrancado toscamente con la intención de extraer ADN sin éxito.

Pinturas rupestres de manos en la cueva de El Castillo (Cantabria). F.B.Q.

El nuevo estudio de los restos, recuperados para la ciencia más de un siglo después, es el primero que ofrece datos fiables sobre quién era aquel niño y qué le sucedió. El trabajo, publicado en la revista de la Asociación de Antropología Física de EE UU, repasa los cuadernos escritos por Obermaier durante su trabajo en la cueva cántabra, que se conservan en el archivo del Museo Arqueológico Nacional.

Los autores del estudio han descubierto que junto a los restos del niño se hallaron pequeños fragmentos de cráneo y dientes de dos personas más, un adulto muy robusto y un joven. El análisis del fósil del niño indica que era un Homo sapiens, nuestra misma especie, aunque aún mostraba rasgos primitivos característicos de aquella época, como unos dientes más grandes y un mentón menos saliente. Los investigadores extrajeron una muestra del hueso y la dataron con carbono, lo que demostró que el niño vivió hace unos 27.000 años.

Es posible que en esas mismas fechas se realizasen algunas de las pinturas rupestres de la cueva, en concreto las siluetas de manos con ocre, explica Federico Bernaldo de Quirós (izquierda), coautor del estudio. Otras dataciones con isótopos de uranio apuntan a que algunas pinturas pueden remontarse 40.000 años atrás, mientras las más recientes, cuya edad ha sido calculada a partir del carbono de la propia pintura arrojan fechas de hace unos 15.000 años.

“El Castillo tiene una primera sala enorme, de unos 20 metros de ancho, seguida de una segunda gran cámara que es en la que se encuentran algunas pinturas. Este era un sitio ideal de reunión y socialización al que llegaban diferentes grupos y convivían por temporadas, socializaban, compartían. Hemos encontrado huesos de hasta 200 ciervos cazados de una sola vez”, explica Bernaldo. Los primeros en llegar fueron los neandertales hace unos 200.000 años y desde entonces hay rastros humanos intermitentes que también incluye a los Homo sapiens y que llegan hasta la Edad del Bronce, hace unos 5.000 años.

En aquella época no faltaba la comida. La caza era abundante y también había pesca en ríos cercanos. El análisis de isótopos de la mandíbula muestra que el niño tenía una dieta variada. ¿Por qué iban a comérselo si sobraba alimento?

El niño de El Castillo formaba parte de la cultura Gravetiense, que se extendió por Europa desde hace 30.000 años hasta hace unos 20.000. “De esta época hay numerosos enterramientos, unos muy humildes, otros riquísimos, como un joven enterrado con un tocado de conchas cosidas, un gran puñal en la mano y el cuerpo cubierto de ocre rojo al que se le apoda 'El Príncipe' (derecha), y que fue hallado en Arene Candide [Italia]”, explica la antropóloga María Dolores Garralda (izquierda), coautora del estudio.

Lo excepcional de la pequeña mandíbula de Cantabria es que las marcas de corte “demuestran que hubo una manipulación del cadáver poco después de la muerte para extraer la lengua”, explica esta antropóloga de la Universidad Complutense de Madrid. “No hay manera de saber por qué lo hicieron. El de El Castillo es el único caso claro de esta práctica en Europa Occidental junto a otro descubierto muy recientemente en Francia”, explica. En el Este de Europa, en la península de Crimea, se descubrieron marcas en cráneos que indican que los cadáveres fueron desarticulados. Sus descubridores lo atribuyen a algún ritual funerario. “Pensamos que es más probable que en El Castillo, hubiese o no canibalismo, hay un significado ritual o simbólico. Tal vez fuese un enterramiento que después fue destapado por las hienas”, añade Garralda.

Los responsables del estudio hacen bien siendo cautos en su interpretación, opina Palmira Saladié (izquierda), investigadora del Instituto de Paleoecología Humana (IPHES) y experta en el estudio del canibalismo en los homínidos de Atapuerca. “En la mayor parte de casos los huesos humanos canibalizados aparecen junto a abundantes restos de animales. En Atapuerca hay abundantes evidencias de canibalismo, especialmente de niños. Mi interpretación es que se trataba de un canibalismo violento. Aquel era un territorio muy rico, con abundante caza, y probablemente era una forma de defender el territorio frente a grupos rivales. Es algo parecido a lo que hacen los chimpancés. En general, el canibalismo es algo muy común, tanto en nuestra especie como en periodos anteriores. El problema es que aún sabemos poquísimo sobre las razones por las que se producía”, resalta.

Cueva de El Castillo, Cantabria.

María Martinón-Torres (derecha), directora del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana explica: “La reconstrucción de una historia, como en una película, necesita algo más que el actor, necesita un escenario, otros personajes principales o secundarios, un contexto. Nada de esto se conserva, desgraciadamente, en el caso del niño de El Castillo”.

Los restos de los otros dos humanos encontrados por Obermaier hace más de un siglo se han perdido. “No tenemos ni idea de dónde pueden estar”, dice Bernaldo. Durante años, la entrada a la cueva de El Castillo se usó como aparcamiento para los visitantes. En 1980 el equipo de arqueólogos que firma el estudio comenzó a excavarlo. “Aunque aún no lo hemos publicado, hemos encontrado restos humanos de la misma época, pero solo son dientes de leche de niños que no nos dicen nada más sobre las prácticas mortuorias. Probablemente el misterio continuará”, concluye.

Fuente: elpais.com | 16 de agosto de 2019

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