A la busca de los elefantes de Aníbal junto al Tajo

Vista de un meandro del río Tajo desde el yacimiento arqueológico de Caraca, en Driebes (Guadalajara). EQUIPO ARQUEOLÓGICO DE CARACA

El joven general cartaginés Aníbal Barca, de 27 años, debía volver a sus cuarteles de invierno en Qart Hadasht (actual Cartagena) tras arrasar Helmática (Salamanca). Corría la primavera o el verano del 220 a. C., y el militar se enfrentaba a dos obstáculos para lograrlo: la orografía –anchos ríos y elevadas montañas difíciles de cruzar por los 40 elefantes que lo acompañaban- y las belicosas tribus locales –carpetanos, vetones y olcades- que reclamaban venganza por la destrucción de sus campos y ciudades. Sin embargo, lo logró. Con solo 25.000 soldados derrotó a 100.000, aunque nadie sabe dónde se produjo con exactitud el desigual enfrentamiento, solo que fue a orillas del Tajo.

Ahora, el estudio interdisciplinar Datos históricos, arqueológicos y geológicos para la ubicación de la batalla de Aníbal en el Tajo (220 a.C), de los arqueólogos Javier Fernández (izquierda, equipo arqueológico Caraca-Driebes) y Emilio Gamo (Museo Nacional de Arte Romano) y los geólogos Miguel Ángel Rodríguez-Pascua, Andrés Díez-Herrero, María Ángeles Perucha y José Francisco Mediato del Instituto Geológico Minero de España (IGME), propone una hipótesis de dónde pudo darse la batalla: entre los municipios de Driebes e Illana, en Guadalajara.

Desde hace más de 200 años, los expertos han barajado diferentes ubicaciones (Toledo, Talavera de la Reina, Aranjuez, Colmenar de Oreja, Fuentidueña…) basándose en la descripción de la lucha que hicieron el griego Polibio de Megalópolis y el romano Tito Livio. En muchos casos sin corresponderse estos escenarios a las descripciones antiguas o evidencias arqueológicas.

Sin embargo, el nuevo estudio no solo tiene en cuenta estos relatos, sino también las características morfológicas del Tajo y el trayecto más lógico -el más corto y rápido- que debió emprender Aníbal para regresar a Cartagena.

Los autores del estudio están convencidos de que el general usó una antigua vía –luego mejorada por los romanos- que unía  Complutum (Alcalá de Henares) con Cartago Nova (Cartagena)  y que cruzaba el Tajo en las cercanías de Driebes, no lejos del  oppidum  (asentamiento fortificado) carpetano llamado  Caraca. “La decisión de atacar ahí a Aníbal fue de los carpetanos, buenos conocedores del entorno y que les confería, además, el liderazgo dentro de la coalición con vacceos y olcades”, explica Emilio Gamo (derecha).

 

Pero los locales no tuvieron en cuenta la genialidad del invasor, que colocó sus tropas en los vados del río –los únicos lugares por donde se podía cruzar a pie-, con lo que los carpetanos tuvieron que concentrar sus guerreros en esos sitios y perdieron así su ventaja numérica: muchas tropas, pero poco espacio para combatir.

Para forzarles a cruzar, Aníbal construyó, además, una empalizada en paralelo al cauce. En los vados colocó fundamentalmente a la caballería y, tras la empalizada, a la infantería y a la mayor parte de los elefantes. Cuando los carpetanos intentaban atravesar el río, morían arrastrados por la aguas o abatidos por los jinetes cartagineses, que se sustentaban mejor en el lecho fluvial. La profundidad en las zonas vadeables pudo alcanzar el metro y medio y la velocidad de la corriente hasta un metro por segundo. Tito Livio lo confirmó en sus escritos: “Algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, fueron aplastados por los elefantes”, un fenómeno que se produce en zonas de meandro, “donde la trayectoria helicoidal del agua hace pasar un objeto flotante de una orilla a otra”.

Sin embargo, “la dinámica fluvial en ríos meandriformes está caracterizada por la alta variabilidad [del cauce] en el tiempo”, indica el estudio. ¿Cómo se sabe, por tanto, que la batalla fue en las cercanías Driebes e Illana y no en otro lugar, si los meandros han podido cambiar en 2.200 años? El informe explica que “en Driebes los condicionantes tectónicos y geomorfológicos” han determinado sobremanera la “dinámica fluvial” del tramo. La clave está en la conjunción de distintos factores geológicos que posibilitan la persistencia de los vados, por ejemplo la existencia de fallas con actividad tectónica cuaternaria (últimos dos millones y medio de años). “Estos factores hacen posible que los vados que vemos ahora sean probablemente los mismos, o en parecida situación, que los existentes en época de Aníbal”, indica el informe.

Cerro de la Virgen de la Muela visto desde el noreste, se observa el trazado de la vía Cartago Nova-Complutum.

Además, la investigación geomorfológica realizada en torno a Caraca “revela la existencia de una estructura cuadrangular posiblemente de origen antrópico [humano]”, que podría corresponder a la empalizada de Aníbal, mientras que un surco delante de ella sería su “foso frontal”. Igualmente, se ha determinado “un elemento geográfico que pudo tener un papel importante en la batalla: el cerro de El Jardín, al sureste de la empalizada, y desde donde el general pudo observar todo el escenario de la batalla, así como el 'oppidum' de Caraca y usar el montículo para ocultar a los ojos del enemigo su escolta y la caballería ligera”.

Con las tropas carpetanas ya desorganizadas y diezmadas en el cauce del Tajo, Aníbal decidió pasar a la ofensiva, como describe Polibio: “Al final cruzó el río él mismo con su escolta, atacó a los bárbaros y puso en fuga a más de cien mil hombres”.

Este estudio se inserta en una serie de investigaciones realizadas en la ciudad carpetano-romana y que ha sido posible gracias a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la Diputación de Guadalajara y los ayuntamientos de Diebes, Illana y Brea de Tajo, así como la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara.

El estudio interdisciplinar anuncia, además, que en futuras campañas arqueológicas se tiene la intención de realizar “una prospección sistemática del entorno para poder localizar evidencias del paso del ejército cartaginés”, incluidos las osamentas de los elefantes, aunque las fuentes clásicas no mencionan que hubiese muerto ninguno. Por eso, señala Gamo, “de momento, nuestra propuesta es una hipótesis de trabajo”.

UNA AVENIDA, UN ACUEDUCTO Y 27 MANZANAS

Las primeras prospecciones arqueológicas sobre la ciudad carpetano-romana de Caraca se llevaron a cabo a principios de los años ochenta del siglo pasado. El hallazgo fortuito en 1945 del llamado Tesoro de Driebes –un conjunto de joyas y objetos de plata carpetanos de casi 14 kilogramos- dio lugar a esta primera investigación. Pero no fue hasta 2016 cuando se retomó el proyecto de forma sistemática y se determinó, mediante técnicas geofísicas, que la ciudad en época altoimperial romana (siglos I-II d. C.) se extendía ocho hectáreas. Se concluyó que tuvo foro y termas y que el suministro de agua le llegaba mediante un canal de unos tres kilómetros, de los que solo se conservan 113 metros, según el estudio Las termas públicas de Caraca y su contexto urbano, de los arqueólogos Emilio Gamo y Javier Fernández Ortea.

La ciudad, desde el siglo I, se estructuraba en torno al Cardo Maximus (una gran avenida), que la atravesaba en sentido noreste-sureste y la dividía en dos. En esta gran vía desembocaban 18 decumani (perpendiculares), con lo que la ciudad se estructuraba en 27 manzanas. Los expertos han podido determinar así que el número de habitantes se aproximaba a los 1.800 y que cada uno de ellos disponía de 61,6 litros de agua diarios provenientes del acueducto, aunque sólo parte del agua se destinaba al consumo humano. Igualmente, el equipo de investigación ya ha calculado las dimensiones del foro (1.330 metros cuadrados). Era de planta rectangular y tras él había un edificio, posiblemente la basílica. Al este del foro, se ha localizado un edificio público de dos alturas con un pórtico y dos tabernas. Al sur, el georradar marca una estructura de unos 25 metros cuadrados, posiblemente un pequeño templo orientado hacia el Cardo Maximus.

Fuente: elpais.com | 22 de marzo de 2020

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