Arqueólogos griegos creen haber hallado la tumba de Aristóteles en unas excavaciones llevadas a cabo durante más dos décadas en la antigua ciudad de Estagira (norte), el lugar de nacimiento del filósofo.
Fuente: EFE, Atenas | El Confidencial.com, 26 de mayo de 2016
Fotos por gentileza de: ©Greek Reporter
"No tenemos pruebas, pero indicios muy fuertes que rozan la certeza", declaró el director de las excavaciones, Konstantinos Sismanidis, a medios locales.
Sismanidis presentó hoy los resultados en el congreso internacional "Aristóteles, 2.400 años" celebrado en la Universidad de Salónica.
El equipo en torno a Sismanidis llegó a la conclusión de que un edificio descubierto en 1996 en las citadas excavaciones no puede ser otra cosa que el mausoleo de Aristóteles, tras analizar dos manuscritos en los que se hacía alusión al traslado de las cenizas del filósofo a su ciudad natal.
A los arqueólogos que trabajaban en Estagira desde el inicio de los años 1990 les sorprendió que en medio de una fortificación del periodo bizantino hubiera restos de un edificio, cuyas características no coincidían con esa época ni con eras posteriores.
Los hallazgos en el interior de las ruinas del edificio -monedas del Alejandro el Magno y de sus sucesores- sitúan su construcción al comienzo del periodo helenístico.
Los restos del techo encontrados en este yacimiento arqueológico demostraron que se había fabricado con tejas de la fábrica real, lo que demuestra que se trataba de un edificio público.
El edificio está situado entre una galería del siglo V a.C. y un templo de Zeus del siglo VI a.C., dentro de la antigua ciudad, cerca de su ágora, y con vistas panorámicas.
En el suelo del edificio hay un rectángulo de 1,30 por 1,70 metros, lo que corresponde a un altar.
Todas estas indicaciones y el hecho de que la forma del edificio no permitía atribuirle otro uso que el de una tumba, hicieron sospechar a los arqueólogos que se trataba de un mausoleo.
Finalmente, llegaron a la conclusión de que probablemente la persona a la que estaba dedicado el mausoleo era Aristóteles con la ayuda de dos documentos antiguos: una traducción en árabe del siglo XI d.C. de una biografía del filósofo griego y el manuscrito No. 257 de la Biblioteca Marciana de Venecia.
Ambos documentos precisan que cuando Aristóteles murió en 322 a.C. en la ciudad de Calcís (actual Calcidia) los habitantes de Estagira trasladaron sus cenizas a una urna de bronce, la pusieron en un mausoleo y a al lado de ellas construyeron un altar.
José Luis Santos Fernández
Aristóteles, el filósofo que creó a Alejandro Magno para vengarse de los griegos
En términos de la leyenda, el discípulo de Platón enseñó a Alejandro a pensar como un griego pero a luchar como un «bárbaro», en vista de que los atenienses le habían negado la dirección de la Academia por su condición de macedonio
Busto de Aristóteles en Roma, Palazzo Altemps – Wikimedia
Fuente: CÉSAR CERVERA | ABC
3 de junio de 2016
El reino de Macedonia, donde nació Alejandro Magno, era considerado en la Antigüedad un territorio de bárbaros y extranjeros. Atenas, Esparta, Tebas y otras ciudades estado helenas se negaban a aceptar que lo que hoy forma parte de la Grecia histórica estuviera habitado por compatriotas. Nacido en Estagira(Península de Calcídica), al este de Macedonia, Aristóteles sufrió parte de esos mismos recelos y, de cara a la historia, educó al hombre llamado a someter toda Grecia y lanzarse al corazón de Asia: Alejandro Magno.
La semana pasada se anunció el posible el hallazgo de la tumba de Aristóteles en Estagira, precisamente en la localidad donde tuvo lugar el nacimiento del filósofo. La península de Calcídica, a menos de dos horas de Tesalónica, era parte del reino de Macedonia hace 24 siglos. El lugar, muy cerca de la acrópolis y con vistas sobre la bahía, tenía un altar para sacrificios, y una arquitectura que revela su importancia. No en vano, su valor histórico deriva de haber sido la cuna de uno de los tres grandes filósofos griegos de la Antigüedad y genio dedicado a múltiples campos. Aristóteles está considerado el primer investigador científico en el sentido moderno de la palabra.
Más allá de su obra, Aristóteles es recordado por su vinculación con los reyes de Macedonia. Su padre, Nicómaco, era médico de la corte de Amintas III, padre de Filipo II de Macedonia, y, por tanto, abuelo de Alejandro Magno. De hecho, Aristóteles fue iniciado de niño en los secretos de la medicina, pero su carrera se encaminó pronto hacia la filosofía. Con 17 años, el joven fue enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón.
Detalle de La escuela de Atenas, 1509, con Platón y Aristóteles en el centro – Wikimedia
No está claro cuánto de próxima fue la relación entre Platón (discípulo, a su vez, de Sócrates) y Aristóteles, así como no lo están las razones por las que a la muerte del maestro su alumno más aventajado no heredó la dirección de la Academia de Atenas. La leyenda ha querido ver en la decisión de Platón de poner a su sobrino, Espeusipo, al frente de la Academia una humillación hacia Aristóteles y una muestra de cierta aversión entre ambos.
Tutor del hijo de Filipo II de Macedonia
En verdad, la condición de macedonio invalidaba legalmente a Aristóteles para hacerse cargo del puesto, al igual que provocaba el desdén de muchos griegos hacia Filipo II a pesar de su potencia militar. Su historia es la de un rey que convirtió un empobrecido reino –despreciado por Atenas y Esparta– en la gran potencia hegemónica de toda Grecia. Tras pasarse varios años de su infancia como rehén en Tebas, Filipo regresó a casa con la idea de comenzar una reforma militar de los ejércitos macedonios que, partiendo de la tradicional falange griega, añadiera nuevos elementos tácticos para darle más flexibilidad y poder someter a las grandes ciudades griegas.
Ilustración de Alejandro Magno y Aristóteles.
Con las principales ciudades estado griegas sometidas y Atenas ofreciendo una alianza favorable a Macedonia, Filipo se dirigió contra Esparta, que prefirieron conceder a Filipo II la paz sin presentar batalla. En medio de su vorágine conquistadora, el Rey macedonio decidió casarse en el 357 a. C. con la princesa Olimpia de Epiro (nombre que asumiría años después), hija del Rey de Molosia, una región al noroeste de la actual Grecia. Ella sería la madre de Alejandro y de Cleopatra de Macedonia.
En 343 a. C, Filipo convocó a Aristóteles para que fuera tutor de su hijo de 13 años. Casi como si fuera una venganza contra los griegos «de pura cepa» que impidieron su nombramiento como director de la Academia de Atenas, Aristóteles dio forma al carácter del hombre llamado a concluir el trabajo de su padre y a atar la voluntad griega bajo un nudo bárbaro, esto es, macedonio.
Aristóteles, «de piernas delgadas y ojos pequeños», aceptó la invitación de Filipo II de Macedonia y se encargó de la educación de Alejandro durante varios años. En opinión de un poeta francés medieval: «Le enseñó a escribir griego, hebreo, babilonio y latín. Le enseñó la naturaleza del mar y de los vientos; le explicó el recorrido de las estrellas, las revoluciones del firmamento y la duración del mundo. Le enseñó justicia y retórica, y le previno contra las mujeres libertinas». No en vano, en realidad se sabe poco de su estancia en Macedonia y las obras del filósofo apenas hacen referencia a Alejandro. Como tampoco se advierte su influencia sobre el terreno político: años después, mientras Aristóteles seguía predicando la superioridad de la ciudad-estado, su presunto discípulo establecía las bases de un imperio universal. El más grande conocido hasta entonces.
Alejandro, el Hegemon de toda Grecia
En términos de la leyenda, Aristóteles enseñó a Alejandro a pensar como un griego pero a luchar como un «bárbaro», lo que, al menos al principio, le valió para someter Grecia. Antes de lanzarse a la conquista del Imperio persa, Alejandro volvió sobre los pasos de su padre para atravesar Tesalia, destruir Tebas y obligar a Atenas a reconocer su supremacía haciéndose nombrar Hegemon, título que lo situó como gobernante de toda Grecia.
Posible tumba de Aristóteles en Estagira (Grecia)- Elisabetta Puddu
Por su parte, Aristóteles aprovechó la pequeña fortuna que Filipo le pagó por instruir a su hijo y siguió con sus investigaciones y trabajos. Además de dinero –según relata Diógenes Laercio– el filósofo reclamó al monarca «que restaurase su patria» destruida años antes por los ejércitos macedonios. En el año 340 a. C, Estagira recuperó su forma y comenzaron a regresar sus antiguos habitantes. En el 336 a.C, sin embargo, Alejandro hizo ejecutar a un sobrino de Aristóteles, Calístenes de Olinto, a quien acusaba de traidor. Dado que las ejecuciones macedonias solían extenderse a los familiares, Aristóteles se refugió un año en sus propiedades de Estagira, trasladándose en el 334 a Atenas para fundar, siempre en compañía de su fiel Teofrasto, el Liceo, una institución pedagógica que durante años compitió con la Academia platónica.
A la muerte de Alejandro, en el 323, se extendió en Atenas un brote de odio contra los macedonios instigado por el orador Demóstenes. A pesar de su reputación como filósofo, el macedonio fue llevado a los tribunales atenienses acusado de impiedad contra los dioses. Temiendo acabar igual que Sócrates, Aristóteles huyó ala vecina isla de Eubea, y allí murió un año más tarde de muerte natural. Sería en esta isla donde los habitantes de Estagira fueron a buscar sus cenizas. Como agradecimiento por salvar la ciudad, sus compatriotas enterraron a Aristóteles en su tierra natal y lo honraron como un héroe, salvador, legislador y refundador de su ciudad.
* Vía: La túnica de Neso
3 Jun 2016
María //
Quién pudiera viajar en el tiempo y escuchar las conversaciones entre Aristóteles y Alejandro :-)
3 Jun 2016
José Luis Santos Fernández
El sepulcro de Aristóteles da que pensar
El hallazgo de la supuesta última morada del filósofo despierta grandes ilusiones en el pueblecito griego de Olympiada
FERNANDO VICENTE
Fuente: JACINTO ANTÓN | EL PAÍS
14 de agosto de 2016
El destino o los dioses quisieron que en la carretera de Stavrós a Olympiada, justo en el desvío de entrada al pueblecito junto al que se alzan las ruinas de la vieja Estagira, me encontrara un tejón muerto. El bicho estaba recién atropellado y sopesé si aún podría hacer algo por él. Pero al arrastrarlo por una pata fuera del asfalto me di cuenta de que estaba más allá de toda ayuda, incluso filosófica. Me pareció una casualidad sorprendente y un presagio de buena suerte, no para el tejón, claro. Por la ruta desde Tesalónica, muy poco transitada, iba leyendo a saltos, precisamente, laHistoria de los animales, de Aristóteles, que me parece más amena que laMetafísica, sobre todo si conduces, y había dado con el controvertido pasaje acerca del tejón. Controvertido porque hay quien sostiene que el estagirita (nació en la antigua Estagira y sin duda es su ciudadano más conocido) sabría mucho de animales pero ignoraba el tejón. Cómo puede eso ser así estando Grecia llena de tejones y siendo tan curioso Aristóteles como para fijarse hasta en las sepias es algo que no entiendo –como tantas cosas relacionadas con el sabio-, pero ahí está la discusión. Pues bien, el párrafo que les decía es uno en el que el filósofo y primer naturalista compara las partes pudendas de la hiena (complejas, como es sabido) y el trochus, al que algunos (Joshua Katz, Aristotle’s badger) identifican con el tejón. Aristóteles disiente de Herodoro el Heracleota que por lo visto –yo no lo he leído- sostenía que ambos animales disponían de dos juegos de órganos sexuales y que el dicho trochus se podía fecundar a sí mismo, lo que parece un difícil ejercicio de contorsionismo incluso en un tejón atropellado. Fiado en su empirismo (¡) y con la autoridad que le daba ser Aristóteles, nuestro hombre aclaró para la posteridad que el trochus/ tejón (?) solo tiene un pudendum por individiuo, añadiendo a continuación una frase digna de Monty Python: “Pero suficiente ha sido dicho ya de esto”.
Así que volvamos a la carretera, y conduzcamos hasta Olympiada (650 habitantes, el nombre del lugar se atribuye a una supuesta estancia de la madre de Alejandro) en esta jornada veraniega en busca de la tumba de Aristóteles. Me parecía arduo ir en pleno estío en pos del sepulcro de un filósofo griego de hace 2.400 años que además a mí (y a buena parte de la tradición de pensamiento occidental, como Bertrand Russell) no me cae especialmente simpático, aunque vaya por delante mi respeto por alguien capaz de escribir de lógica, política, matemáticas, cosmología, óptica, música, los sueños, el pene del elefante, la amistad, el amor y hacer crónica deportiva, cartearse con Alejandro Magno, conjeturar la existencia de la Antártida, diseccionar un pulpo y corregir a Herodoto –no quiero imaginar en qué ejercicio empírico- en lo de que los etíopes eyaculan esperma negro. En cambio creía que la tierra es el centro del universo, que los hombres tienen más dientes que las mujeres, que el sol hace los ojos azules, que existen las mantícoras (quimeras con cabeza humana) y que la perdiz es lujuriosa, mientras que la corneja está inclinada naturalmente a la castidad.
En fin, yo no sabré juzgar las complejidades de las relaciones entre Platón y Aristóteles (buenas o malas según quién opine) o valorar en toda su magnitud la aportación de ese “imperioso organizador de la realidad y de la ciencia”, como lo saluda Werner Jaeger en su clásica biografía (Aristóteles, FCE, 2013), y sin embargo les aseguro que el hombre supo nacer (y quizá ser enterrado) en un buen sitio.
Ubicada en la costa norte de la Calcídica, esa península con ubres en el este de Macedonia, la vieja Estagira (no confundir con la moderna) se alza en un lugar de ensueño, incluida una playa solitaria al pie del yacimiento arqueológico con unas aguas cristalinas en las que me zambullí con el placer –y la indumentaria: no llevas bañador a unas ruinas- de Odiseo arribando a las arenas de los feacios. Ahí me den todas las tumbas, me dije feliz, y que viva la Ética Nicomaquea.
En Estagira nació en 384 antes de Cristo Aristóteles, allí pasó largas temporadas (tenía casa, heredada de su padre) y allí, tras su muerte en Calcis (Eubea) a los 62 años de una enfermedad del estómago (o sobredosis de acónito), fueron trasladadas sus cenizas, según algunas fuentes. En la vieja ciudad, que se despliega en una colina doble en una pequeña península llamada Liotopi (Lugar de los Olivos) que domina el pequeño puerto de pescadores de Olympiada, el veterano arqueólogo Kostas Sismanidis –el Schliemann de Estagira- está convencido de haber hallado la largamente buscada tumba del filósofo. Así lo anunció el pasado mayo, aprovechando el 2.400 aniversario, a la comunidad científica, que, desgraciadamente, no ha quedado muy convencida.
Con el tiempo justo de saludar al busto de Aristóteles que se alza en la plaza del pueblo, tomar habitación en uno de los dos únicos hoteles, el Germany, y lavarme las manos (el tejón sangraba mucho), salí disparado a pie para las ruinas, a apenas 500 metros, lleno de renovado entusiasmo periodístico y haciendo oídos sordos a los cantos de sirena de la taberna del capitán Manolis. Al cabo de dos horas, vagaba perdido por el montañoso yacimiento entre piedras incandescentes y olivos, al borde de la insolación, ensordecido por las cigarras, muerto de sed y sin haber dado con la supuesta tumba. Los restos de la antigua Estagira, un gran parque arqueológico con entrada libre, sin vigilancia, pobremente señalizado y en el que solo ocasionalmente te cruzas con algún otro visitante igualmente despistado, son muy extensos e incluyen numerosas ruinas datadas desde la fundación de la ciudad en el 655 a. C. hasta época bizantina. Destacan la acrópolis, con una vista sensacional del golfo Estrimónico y el mar Tracio –en línea recta podrías acabar en Troya-, las casas helenísticas, las poderosas murallas, el ágora con la arcada clásica (stoa) o los santuarios arcaicos -¡qué hermoso el mar azul contemplado desde el templo de Demeter!-.
Tras muchas vueltas (pertinentemente peripatético) y gracias a la indicación de un viejo pescador que apareció subiendo de la playa como un dios disfrazado, encontré al fin la estructura que Sismanidis cree que es la tumba de Aristóteles. No hay ninguna señal ni cartel que la identifique como tal y apenas un cordel disuasorio. Las ruinas, aunque imponentes, son muy confusas, entre otras cosas porque en medio de lo que sería el monumento funerario hay incrustada una torre bizantina. El arqueólogo griego señala que la poderosa estructura en forma de herradura que puede verse corresponde a un importante edificio de inicios de la era helenística, construido con materiales nobles, y dotado de un suelo de mármol, el espacio para un altar y una entrada pavimentada (todo lo cual es visible). En ese edificio, que se alza en un lugar dominante, con preciosas vistas panorámicas, habrían depositado los estagiritas las cenizas de Aristóteles en un lárnax (pequeña urna al efecto)- y allí rendirían culto público al ilustre conciudadano, al que debían la reconstrucción de su ciudad por Alejandro Magno tras haberla devastado Filipo en la guerra de la Calcídica. En la excavación, iniciada en 1996, de ese supuesto Aristoteleion, han aparecido 50 monedas de la época del joven conquistador del mundo y restos de tejas de la fábrica real.
Aunque la hipótesis de Sismanidis –que tiene mucha lógica- no está confirmada por ninguna inscripción y por tanto no puede darse en absoluto por segura, el lugar transpira grandeza y es imposible escapar a la sugestión de que te encuentras en el último lugar de descanso de uno de los hombres más importantes de la antigüedad. Sobre todo si abres al azar su Poética y lees algunos párrafos entre las polvorientas piedras, para sorpresa de los papamoscas. “Debe preferirse lo posible pero verosímil a lo posible pero no convincente”.
Aristóteles, al que se ha retratado como flaco, zanquilargo, ceceante, de ojos pequeños y algo presumido (Diógenes Laercio), marchó de su ciudad a Atenas para estudiar con Platón en la célebre Academia. Luego asesoró al formidable eunuco amante de la filosofía (incluso mientras lo crucificaban los persas) Hermias, el tirano de Atarneo, que le dio a su hija (adoptiva) Pitias por mujer. En el 343 a. C. Filipo II de Macedonia –en cuya corte había servido como médico el propio padre de Aristóteles-, lo reclamó para educar a su hijo Alejandro: el gran encuentro entre la razón y la pasión. Cuánto influyó el preceptor en el pupilo es discutible. Se atribuye a Aristóteles haberle regalado al príncipe macedonio un ejemplar anotado de la Ilíadaque Alejandro –que hizo de Aquiles su modelo- siempre conservó. Un regalo peligroso para un chico vehemente. El conquistador habría ido enviando especímenes de fauna y flora a su maestro durante su campaña en Asia, lo que indica un cariño. Parece haber habido sin embargo un desafecto o al menos un desacuerdo entre ambos. Aristóteles no vería con buenos ojos, como tantos griegos, las revolucionarias ideas de mestizaje cultural y político de Alejandro. Y una tradición quiere que el filósofo estuviera involucrado en las conspiraciones contra el rey e incluso su muerte. Habladurías, seguramente; aunque es cierto que Alejandro hizo matar al sobrino de Aristóteles, Calístenes, un bocazas, confinándolo en una jaula y luego echándoselo a un león.
En todo caso, tras la desaparición de Alejandro, el filósofo se marchó de Atenas, donde había fundado su propia escuela, el Liceo, y era mal visto como promacedónico (Aristóteles no iba a dejarles a los atenienses que, tras lo de Sócrates, cometieran “un segundo pecado contra la filosofía”). Refugiado en Calcis murió no sin antes haber redactado un conmovedor testamento que empieza con las famosas palabras: “Todo irá bien, más para el caso de que suceda algo”. En el documento recuerda constantemente su patria, Estagira, en la que encarga consagrar sendas estatuas de Zeus y Atenea la Sabia, y pide que, “vayan donde vayan”, no se separen sus restos de los de su mujer Pitia, muerta muchos años antes (Aristóteles se volvió a casar, con Herpilis, de Estagira, de la que tuvo a su hijo Nicómaco). Así que es posible que en su tumba estén las cenizas de ambos. Quién sabe.
Las tumbas griegas tienen una larga tradición de controversia. Se discute la identidad del principal enterrado en la espectacular y vecina –a media hora de coche de Olympìada- de Anfípolis, en el túmulo de Kasta: el año pasado la arqueóloga Katerina Peristeri lanzó sin evidencias claras la noticia de que era la de Hefestión, compañero y amante de Alejandro (la tumba se ha atribuido también a Roxana, la esposa de Alejandro, a su madre Olimpia y al propio Alejandro). Es objeto de debate incluso el que sea realmente Filipo II el ocupante de la tumba 2 de Vergina –tampoco muy lejos-, que descubrió y le adjudicó en 1977 el gran Manolis Andronicos. La tumba del más famoso griego, Alejandro, sigue sin descubrirse: las fuentes la sitúan sin duda alguna en Alejandría, donde se la continúa buscando, pero hay quienes han sostenido que podría estar en Anfipolis, en Vergina o incluso en el oasis de Siwa.
“Los griegos somos 11 millones de arqueólogos”, bromea campechano tomando un vino y llamándome “Zakynthos” con camaradería Dimitris Sarris, propietario del hotel Germany y personaje fundamental en la vida cultural de Olympiada, además de buen amigo y defensor de Sismanidis. Sarris, como la mayoría de sus convecinos, considera la tumba de Aristóteles –de cuya identificación no tiene la más mínima duda- una extraordinaria oportunidad para impulsar turísticamente la localidad y la zona- El hallazgo llega tras el anuncio (este mismo año) de que se suspende el despliegue de la discutida mina de Skouries. Pero las cosas, admite, no marchan bien. “Costas está decepcionado, triste, su anuncio no ha provocado la reacción que esperaba, incluso busca fondos para publicar su libro”. Considera Sarris que hay una “conspiración de silencio” para rebajar la importancia del descubrimiento. “Grecia es una vaca”, dice inclinándose sobre la mesa, “muge en el norte pero las ubres están en el sur: el dinero está en Atenas”. Aristóteles, recalca entusiasmado como un Zorba macedonio, es un gran activo para un turismo de calidad. Tener su tumba incrementa la atracción de Olympiada. Le apunto, acabando mi cena que es mucho más que los higos de Diógenes, que de momento no parece que estén sacando mucha tajada: en el yacimiento no hay mención ni indicaciones de la tumba. Mueve la cabeza. “No hay proyecto al respecto aún. Tenemos la idea de hacer un Aristotle Park, y este año abrimos una Ruta Aristóteles, de unos 90 kilómetros. Habrá que adquirir una entrada para entrar en el yacimiento. Hacen falta guías, limpiar la zona”. Sarris cree que además todavía hay mucho que investigar en la tumba. Y una cripta escondida. Acerca la cabeza, mira alrededor y baja la voz. “Hay un bonito secreto ahí”. Está convencido, como mucha gente en Olympiada, de que el sepulcro, depósito de maravillas, contiene misteriosos mecanismos y arrojará grandes sorpresas. Quién sabe si (puestos a soñar) incluso el segundo tomo de la Poética sobre la comedia. San Kyriaki, patrón de la localidad, y san Umberto Eco, lo quieran.
17 Ago 2016