Vista del anfiteatro de Tarragona, con los restos del templo cristiano al fondo |
© Javier García

La ciudad de Tarraco fue una de las urbes más importantes de la provincia romana de Hispania. No en vano, fue la capital de la provincia más extensa del Imperio, la Citerior Tarraconensis, fundada por el mismísimo Augusto durante su presencia en la Península Ibérica. No es de extrañar, por tanto, que aún hoy sus calles más antiguas estén plagadas de vestigios de su esplendoroso pasado romano.

Fuente: Javier García Blanco | Noticias Yahoo.es, 28 de septiembre de 2014

 

Entre todas estas huellas de la gloria imperial, hay un monumento que destaca sobre los demás, tanto por la espectacularidad de sus restos como por su privilegiada ubicación a orillas del Mediterráneo:el antiguo anfiteatro de la ciudad, escenario de espectáculos que tenían como fin entretener a aquellos pretéritos tarraconenses.

Hoy en día son miles los turistas que pasean absortos y admirados por aquella gran obra arquitectónica, reflejo del poderío cultural, militar y arquitectónico alcanzado por una civilización que tuvo el mundo en sus manos durante varios siglos. Sin embargo, sólo aquellos visitantes que atienden con atención las explicaciones de los guías o que observan el recinto desde cierta distancia son capaces de apreciar una de las peculiaridades de este magnífico espacio.

Desde algunos de los miradores que rodean el anfiteatro, es posible apreciar en uno de los lados de la construcción el perfil apenas visible de otra edificación que se eleva tímidamente entre las piedras del recinto romano. Se trata de un templo cristiano, erigido por los fieles de la ciudad siglos después de que el anfiteatro perdiera su función original.

Pero, ¿cuál fue la razón que llevó a levantar un templo cristiano en un recinto de orígenes paganos, un lugar impío en el que se llevaron acabo espectáculos que no podían estar más alejados de la sacralidad de un santuario piadoso? Los motivos que llevaron a los antiguos constructores cristianos a levantar una iglesia en este lugar son bastante singulares, y de hecho constituyen uno de los elementos de mayor interés del yacimiento.

A mediados del siglo III d.C., en época de dominación del emperador Valeriano, se produjo en todo el territorio del Imperio una persecución contra los fieles cristianos, algo que ocurrió en otros momentos de los primeros siglos de nuestra era.

Planta de los dos templos cristianos sobre la arena del anfiteatro de Tarraco.

En aquel entonces, Tarraco contaba con un cada vez mayor grupo de seguidores de Cristo, y entre ellos se encontraban el obispo Fructuoso y los diáconos Eulogio y Augurio. Durante la persecución de las autoridades romanas, estos tres representantes de la Iglesia primitiva fueron detenidos y condenados a muerte, siendo ejecutados –según la tradición–, el 21 de enero del año 259 de nuestra era. La sentencia se llevó a cabo en las mismas arenas del anfiteatro, donde los mártires perdieron la vida ardiendo entre las llamas.

El trágico suceso quedó en la memoria del pueblo de Tarraco durante siglos, y fue registrado un siglo después en la llamada Passio Fructuosi (Pasión de Fructuoso), un texto escrito en base a la tradición oral y restos de las actas judiciales existentes en los archivos proconsulares.

Tiempo más tarde, en el siglo VI, el anfiteatro había dejado de servir para el fin con el que fue construido, y se decidió –ya bajo dominación visigoda– erigir en el lugar una basílica en recuerdo de los mártires que habían perdido allí vida por la fe, empleando para ello los propios sillares del anfiteatro para levantar los muros del nuevo templo cristiano.

Este hecho fue el que llevó a los constructores a elegir no sólo el anfiteatro como enclave para el templo –ubicado entonces extramuros de la ciudad–, sino también el punto exacto que la tradición atribuía al martirio, lo que explica que la planta del edificio esté desplazada del centro de la antigua arena.

Con la invasión musulmana de la península la basílica perdió su uso, pero tras la Reconquista de aquellas tierras, en el siglo XII, se procedió a construir una nueva iglesia que sustituyó a la original:Santa María del Miracle (Mirador), más tarde vulgarizada en Santa María del Milagro.

El templo románico estuvo en uso durante varios siglos, e incluso se añadieron un cementerio y otros recintos adjuntos, entre ellos un convento trinitario, pero el espacio sagrado acabaría perdiendo su sentido original de forma definitiva en 1792, cuando fue empleado para acoger prisioneros de guerra, convirtiéndose en el conocido como Penal del Milagro.

Antigua fotografía con el Penal del Milagro todavía ocupando el espacio del anfiteatro de la ciudad.

El uso penitenciario se prolongó hasta inicios del siglo XX, momento en el que se procedió a su demolición con la intención de recuperar el antiguo templo cristiano. Por desgracia, durante los trabajos –en los que se emplearon explosivos para derribar los muros del presidio–, las detonaciones causaron un efecto contrario al deseado, destruyendo para siempre la cubierta de la iglesia.

Las primeras excavaciones arqueológicas con un criterio científico se llevaron a cabo entre 1948 y 1957, con el arqueólogo Samuel Ventura dirigiendo los trabajos, y en 1963 se inició el proyecto para restaurar y proteger el monumento, hasta dejar el recinto tal y como puede contemplarse hoy.

 

De los cerca de doscientos anfiteatros romanos que se tienen catalogados hoy en día, apenas una docena fueron utilizados posteriormente para albergar templos cristianos –casi siempre a raíz de la existencia de una tradición vinculada con el martirio de cristianos–, lo que convierte al existente en la antigua Tarraco en uno de los más singulares de todos los que se conocen.

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