Fuente: eluniversal.com | MARIANO NAVA CONTRERAS | 21 de marzo de 2014

A Emma

El sábado pasado se cumplieron exactamente 2.058 años del más célebre magnicidio que haya conocido la historia. Uno de verdad, me refiero. Ese día se recordó un aniversario más de aquel 15 de marzo del año 44 a.C., cuando caía apuñalado el dictador Julio César en el Senado romano.

Claro que llamar "dictador" a Julio César, así como así, es una gran irresponsabilidad, y podría suscitarnos confusiones imperdonables. Según mi diccionario de latín, Dictator era un "magistrado supremo y extraordinario nombrado en Roma en circunstancias difíciles e investido de un poder absoluto". De sabia manera pues, las dictaduras en Roma eran temporales, circunstanciales, aun cuando en el acotado lapso de su ejercicio ostentarán los máximos poderes: el imperium. Tamaña concentración de poder debía estar estrechamente supervisada por el Senado. El dictador ostentaba asimismo el título de Magister populi, que pudiera traducirse como "maestro del pueblo" si la voz no implicara también funciones militares, pues designaba al comandante de la infantería. Junto al Magister populi, el Senado nombraba un Magister equituum, un "maestro de caballería", el oficial de más alto rango con el que el dictador debía compartir el control del ejército. Se ve que, ya desde Roma, la dictadura siempre estuvo relacionada al poder militar.

El Senado romano nombró a César dictator en tres ocasiones. La última de ellas fue en la primavera del año 46 a.C., al final de la Guerra Civil. En esta oportunidad el Senado lo designó Dictator perpetuum y le entregó el imperiumpor diez años, algo nunca antes visto. Los historiadores cuentan que las celebraciones se extendieron por más de diez días, del 21 de septiembre al 2 de octubre, durante los que hubo hasta cuatro desfiles triunfales. Allí, los romanos asombrados vieron desfilar a miles de prisioneros galos, egipcios y asiáticos, encadenados junto a jirafas, elefantes y carros de guerra britanos. Sin embargo, el de "dictador" no fue el único título que obtuvo César. También ostentó el de Pontifex Maximus, o Sumo Sacerdote, Imperator y Pater Patriae: demasiado poder para un solo hombre. Pronto estableció un gobierno personalista y autocrático con inconfundibles rasgos populistas. Mientras por un lado iba despojando más y más al Senado de su poder y sus atribuciones, por el otro emprendía colosales proyectos de infraestructura, y mimaba al ejército con dádivas y recompensas. Esto inevitablemente suscitó las suspicacias de losoptimates, los miembros del Senado que comenzaron a ver en el caudillo un inminente peligro para la República.

Historiadores como Plutarco, Suetonio o Dion Casio nos cuentan al detalle los datos de la conjura. Detalles que excitaron después la imaginación de genios como Shakespeare y Goethe, quienes supieron aderezarlos de romántico dramatismo. Parece que la idea saltó del senador Cayo Casio Longino, y éste convenció a Marco Junio Bruto, hijo de Servilia, una vez amante favorita de César. A Bruto el dictador lo prodigaba de afecto y atenciones, por lo que nadie sospecharía de él. Poco a poco la conspiración fue ganando seguidores. Los idus (día 15 del calendario romano) de marzo el Senado había convocado al dictador para hacerle unas peticiones. De nada valieron los malos presagios de los que nos habla Plutarco, ni el sueño premonitorio de Calpurnia, su mujer. César asistió puntual a la curia de Pompeyo, que era donde el Senado se reunía. Cuenta Plutarco que ya a las puertas, César se topó con un viejo adivino que le había prevenido del grave peligro que afrontaría ese día. Al verlo, le dijo burlón: "y bien, los idus de marzo ya han llegado", a lo que el adivino respondió: "sí, pero no se han ido". Suetonio cuenta que fueron 23 las puñaladas, pero que mortal fue solo una, la que le asestó su favorito Bruto en la ingle. Dice que, al verlo, le dijo en griego: kai sú, téknon; (¿tú también, hijo?), y entonces se cubrió el rostro con la toga para que nadie lo viera morir.

Hace poco un equipo de arqueólogos dio con el sitio exacto donde cayó Julio César ese 15 de marzo del año 44 a.C. a las 11 de la mañana. Dicen que está en el centro de Roma, frente a una parada de tranvía, cerca de un viejo teatro. La imagen de unos transeúntes que van y vienen al anochecer, algunos tal vez con prisa por no llegar tarde a la función, sin apenas percatarse de que están frente al lugar donde fue asesinado uno de los hombres más poderosos de la historia, nos dice mucho acerca de lo efímeros que son el poder y sus pasiones, y de lo fácil que es olvidarse de sus personajes cada vez que comienza una nueva comedia.

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