Foto: El atropólogo Miguel C. Botella introduce los restos de la momia en el escáner. Patricia Mora.

En el sur de Egipto, a mil kilómetros de El Cairo río Nilo abajo, se encuentra la ciudad de Asuán. Allí, en el año 2.000 antes de nuestra era, "una mujer de entre 35 y 40 años se enfrentó a una situación de dolor insoportable provocada por una metástasis completa, desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Tuvo que sufrir muchísimo", recrea Miguel Botella (izquierda), antropólogo forense y catedrático de la Universidad de Granada.

Se refiere al diagnóstico que ha realizado del cáncer de mama más antiguo documentado científicamente hasta el momento, de hace más de 4.000 años. El descubrimiento se incluye en el proyecto Qubbet el-Hawa, liderado por la Universidad de Jaén, que en breve empezará su décima campaña, en la necrópolis del mismo nombre, a la orilla del Nilo frente a la ciudad de Asuán.

Botella cuenta que se encontró el osario casi de casualidad, cuando, en enero de 2015, iba de camino a estudiar otra momia que había descubierto. "Vi entonces una vértebra enterrada en la arena", dice el investigador, que intuyó a partir del hueso que esa persona habría sufrido cáncer de mama. Pero no es fácil confirmar el diagnóstico médico a una momia egipcia. “Está terminantemente prohibido sacar ningún resto ni muestra del lugar”, explica el profesor Botella, que detalla que ha habido que esperar dos años hasta conseguir los permisos necesarios para el traslado de la momia al hospital de Asuán.

Allí, “con uno de los mejores TAC del mundo hemos realizado más de 3.000 cortes de un milímetro al cuerpo y, finalmente, hemos podido ratificar el diagnóstico: cáncer de mama”, declara Botella, que destaca saca dos conclusiones principales de su pionero diagnóstico: "Por un lado nos cuenta que el cáncer de mama existe desde siempre, está en todos los momentos de la humanidad; y, por otro que esta mujer tuvo gente con recursos que la acompañó, que dedicó su tiempo a alimentarla, a cuidarla y a asistirla”, dice el antropólogo respecto a su estudio. “Debió estar al menos tres años viva mientras la metástasis crecía”, añade.

 

Se estima que la enferma estaría en una situación de extrema fragilidad y que probablemente haría que las fracturas óseas se multiplicaran por momentos. La pregunta entonces es si existía algún método curativo o al menos paliativo. “No tenían nada para curar esa enfermedad pero sí sabían ya como utilizar el opio para paliar los dolores”, recuerda Botella, por lo que el opio y las atenciones de sus acompañantes serían quizás los únicos consuelos para esos tres años de fortísimos dolores.

Miguel Botella e Inmaculada Alemán consolidando el pelo de un individuo en Qubbet el Hawa. PATRICIA MORA UNIVERSIDAD JAÉN.

Carcinoma en un hombre

Y junto a este primer cáncer de mama, en el mismo lugar, en la necrópolis de Qubbet el-Hawa, también aparece el segundo carcinoma científicamente diagnosticado. Un hombre de algo más de 40 años vivió sus últimos años, probablemente menos que la mujer con cáncer de mama, con un mieloma múltiple, “un cáncer de médula ósea que le provocó una metástasis también importante y, finalmente, una descalcificación casi completa”, cuenta Miguel Botella. La datación de este hombre es algo más reciente. Vivió alrededor del año 1.800 antes de nuestra era.

El proyecto Qubbet el-Hawa, liderado por el investigador jiennense  Alejandro Jiménez Serrano (izquierda), puso los pies en el terreno en 2008. Desde entonces, cuenta Jiménez, han sacado a la luz más de 300 momias. Se trata de un lugar especialmente interesante por su ubicación, junto a la isla de Elefantina. Esta zona, en el Nilo, entre Asuán y Qubbet el Hawa, era el lugar donde arropados por la primera catarata del Nilo, los gobernadores de la isla y una importante guarnición militar vigilaban la estabilidad de una zona apetitosa para sus vecinos del sur, los nubios. Era la entrada a Egipto de marfil, oro, ébano y esclavos. Un entorno extremadamente próspero.

En estas excavaciones no es posible sacar restos del lugar ni hacer pruebas que contaminen la escena. ¿Cómo se datan entonces? ¿Cómo sabemos la edad de estos dos enfermos? Alejandro Jiménez lo explica: “La cerámica que acompaña a las momias es la que nos permite datarlas, en ocasiones con un margen de error que no va más allá de 10 o 15 años”, ilustra.

Una estatuilla de madera ha sido la clave también para conocer en qué momento vivieron otros dos jóvenes que también han sido diagnosticados por el profesor Botella gracias al TAC. “Un niño de algo más de 9 años y una niña adolescente, de 16 o 17 años que murieron por un proceso infeccioso agudo", matiza Botella. 

Reconstrucción en 3-D del niño.

Reconstrucción en 3-D de la chica.

Vivieron en el 600 antes de nuestra era y también revela Jiménez que en este caso eran adinerados, pero no nobles, como los enfermos de cáncer. “Estaban acompañados de un ajuar rico pero se ve que no tenían recursos suficientes para su propias tumbas y aprovecharon un mausoleo que ya existía desde hacía siglos”, aclara el director del proyecto. "Su conservación, frente a los enfermos de cáncer, ha sido excelente. Los menores mantenían sus espectaculares sudarios de cuentas de fayenza –cerámica de aspecto exterior vítreo– de múltiples colores que hasta reproducen una máscara. Las momias de este período conservan de manera excelente sus estructuras corporales y se puede conocer de manera muy precisa el rostro” concluye el antropólogo.

Fuente: elpais.com | 8 de diciembre de 2017

 

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