Humanos y primates comparten rasgos y cualidades. / Tambako the Jaguar (Getty)

Fuente: EL PAIS.com | Guillermo Altares | 18 de septiembre de 2015

El hallazgo en Sudáfrica de una nueva especie de homínidos, el Homo naledi, que muestra rasgos muy primitivos (las manos, el tamaño del cerebro) pero también muy evolucionados (los dientes, los pies), ha vuelto a poner sobre la mesa el debate en torno a una cuestión crucial que parece una obviedad, pero sobre la que los científicos llevan debatiendo desde Darwin sin encontrar una respuesta única: ¿qué nos convierte en humanos? ¿Qué nos diferencia del resto de los primates?

“Los rasgos mezclados de estos restos prehistóricos representan un reto para la teoría más asentada sobre el origen de nuestra especie, según la cual el bipedismo propició la tecnología, el cambio de dieta y una mayor inteligencia”, escribió esta semana en The New York Times el célebre primatólogo, profesor de la Universidad Emory de Atlanta, Frans de Waal

(izquierda).

Bill Gates lanzó la pregunta “¿Qué nos convierte en humanos?” en su página de Facebook y se encontró con 1.500 respuestas, la inmensa mayoría de ellas diferentes. Lo que parece obvio, que los seres humanos son distintos del resto de las especies, nunca ha encontrado una respuesta unánime y conforme se descubren nuevos fósiles aparecen nuevas dudas. El neurocientífico francés Thierry Chaminade (derecha), experto en la evolución del cerebro humano, explica que la “evidencia fenomenológica se impone ya que la observación de nuestra cultura y nuestra historia nos lleva necesariamente a la conclusión de que, aunque sigamos siendo un animal, somos diferentes del resto”. Sin embargo, esta respuesta deja abierta la pregunta clave: de acuerdo, somos diferentes, pero ¿por qué?

Chaminade cree que el “hombre es el resultado de un salto evolutivo que le dio ventajas psicológicas –capacidad de aprender y transmitir el conocimiento a través de la cultura– que explica que seamos únicos”. Un reportaje reciente de la cadena británica BBC trazaba una lista de 15 mutaciones genéticas desde que comenzamos a separarnos de los monos hace siete millones de años, como el gen RNF213, que aumenta el tamaño de la cariótida que lleva sangre al cerebro; el FOXP2, que permite el lenguaje complejo; o el AMY1, que produce una enzima en la saliva que permite digerir el almidón (y por lo tanto, la agricultura en torno a la que se crearon las sociedades en las que vivimos ahora).

“No hay una sola cosa que nos convierta en humanos”, asegura desde Harvard el paleoantropólogo Daniel Lieberman (izquierda), director del Departamento de Biología Evolutiva de esta universidad estadounidense, una opinión que refleja la teoría aceptada por la mayoría de los expertos: no existe una varita mágica que nos transformó en lo que somos; más bien se trató de una serie de golpes de suerte evolutivos. “Muchos factores que fueron cambiando a lo largo de la evolución humana nos ayudaron a convertirnos en humanos: ser bípedos, tener un cerebro más grande, construir y utilizar herramientas, el lenguaje, la cultura, elevados niveles de cooperación, la capacidad para desplazarnos a lo largo de grandes distancias”, prosigue.

Una por una, la mayoría de estas cualidades pueden encontrarse, aunque en versiones más simples, en otras especies (y no sólo de primates); el conjunto de ellas, no. De hecho, a lo largo de la historia de la paleoantropología muchas certezas han ido cambiando, no sólo a causa del hallazgo de fósiles, sino también por avances en el estudio del comportamiento de los simios. Raymond Dart, autor de la primera teoría de que el hombre venía de África, pensaba que lo que nos hace humanos es la violencia. De hecho, Stanley Kubrick plasmó esa teoría en uno de las escenas más famosas de 2001. Odisea del espacio. Sin embargo, se ha acabado por descubrir que los chimpancés hacen algo muy parecido a nuestra guerra.

Los primeros homínidos sobre los que hay certeza que caminaron erguidos fueron los Australopithecus, que vivieron hace unos cuatro millones de años en África. Forman parte de nuestro tronco, pero están muy lejos de nosotros. Estos, a su vez, evolucionaron hacia el Homo habilis (unos 1,8 millones de años), el primer primate de la especie Homo que acabaría transformándose en el Homo sapiens (200.000 años), nosotros.

Josep Call (izquierda), primatólogo de la Universidad de St Andrews y director del Wolfgang Köhler Primate Research Center del Instituto Max Planck, en Alemania, explica que Louis Leakey (derecha), uno de los padres de la paleoantropología y el descubridor de los primeros fósiles de Homo habilis en Tanzania, “creó el género Homo para indicar que era un homínido que utilizaba instrumentos, pero es una distinción que se tambalea porque los chimpancés también utilizan instrumentos”. Aunque el propio Call lanza el contraargumento: “Es cierto que utilizan piedras para cascar nueces, pero no las modifican, no tienen industria lítica”. Pero la diferencia está en el matiz, no en el hecho en sí.

El profesor de la Universidad de Jerusalén Yuval Noah Harari (izquierda) autor de un libro sobre la evolución humana De Animales a Dioses (Debate) que se ha convertido en un best-seller internacional por la sencillez y brillantez con la que enfrenta a la pregunta de quiénes somos, busca la respuesta fuera de nuestro propio cuerpo. “Es obvio que tenemos peculiaridades, además del lenguaje, como la empatía, la crueldad o la violencia extrema, pero las compartimos con otras especies”, explica Harari por correo electrónico. “En lo que los seres humanos somos especiales es en nuestra habilidad única para cooperar de forma flexible en grandes números. Muchas otras especies, desde las abejas hasta los chimpancés, cooperan; pero solo los miembros de la especie 'Homo' cooperan de forma flexible con un número indefinido de extraños”.

Para otros pensadores y divulgadores como Bill Bryson (derecha) la evidencia de que, tras varias oleadas de homínidos que salieron de África, sólo los Homo sapiens colonizaron territorios a los que se llegaba cruzando mar abierto (como Australia) convierte la sed de aventura y exploración en nuestra característica definitoria.

El famoso “porque está ahí” de Geroge Mallory (izquierda) para explicar su primer ascenso al Everest sería la clave de nuestra especie. Harari sigue un camino cercano, también intangible. “¿Qué hace que los 'sapiens' podamos cooperar de esa manera? Nuestra imaginación. Podemos cooperar con extraños porque podemos inventar historias sobre cosas que sólo existen en nuestra imaginación –dioses, naciones, dinero– y difundirlas a millones de personas. Ningún chimpancé creería en un cielo lleno de bananas para toda la eternidad. Sólo nosotros podemos creer algo así. Y por eso dominamos el mundo”.

Cuando no estábamos solos

El hecho de que el Homo sapiens sea el único Homo sobre la Tierra es bastante extraordinario porque es así desde hace muy poco tiempo. Hasta hace unos 12.000 años (nada en términos evolutivos) vivió el Hombre de Flores, un homínido muy pequeño (un metro) que quedó aislado en una isla de Indonesia y que algunos científicos consideran una especie. Pero hubo un periodo muy largo (decenas de miles de años) durante el que el Homo sapiens compartió no sólo el planeta, sino los mismos territorios en los que vivía con los neandertales (que se extinguieron hace unos 30.000 años por motivos que todavía se debaten), el Homo erectus (que se extinguió hace 50.000 años tras pasar 1,7 millones de años sobre la Tierra) y los denisovanos (descubiertos hace poco tiempo en Siberia, del que se han encontrado escasos fósiles, aunque sí se sabe que su genoma está presente, por ejemplo, en los aborígenes australianos). Una de las películas más famosas sobre la prehistoria, En busca del fuego, para la que el gran escritor Antony Burguess se inventó las lenguas y el primatólogo Desmond Morris, autor de El mono desnudo, la comunicación gestual, habla precisamente de ese momento en el que el hombre no estaba solo.

Antonio Rosas (izquierda) autor de Los primeros homininos (Catarata), director de paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales y experto en neandertales, asegura sobre esta convivencia (que acabó con la desaparición de todas las demás especies menos la nuestra): “Nos hace menos únicos, sin duda. Copérnico nos quitó del centro del universo y la paleoantropología nos pone en la tesitura de que en el planeta han existido diferentes humanidades. Tenemos que relativizar y aprender a pensar qué significa ser humano porque hay variantes. Es un camino que todavía tenemos que explorar”.

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Doce teorías que explican cómo nos hicimos humanos

Fuente: National Geographic

Autor: Mark Strauss Fecha: 2015-09-17

¡El ser humano es todo un caso! Al menos, todos están de acuerdo en eso. Pero, ¿qué exactamente distingue al Homo sapiens del resto de los animales, sobre todo los simios, y cuándo y cómo fue que nuestros antepasados adquirieron ese cierto algo? En el último siglo se han propuesto un sinnúmero de teorías. Y algunas revelan mucho, tanto de la época en que vivían sus proponentes como de la evolución humana:

1. Fabricamos herramientas: “La fabricación de herramientas es una particularidad del hombre”, escribió el antropólogo Kenneth Oakley en un artículo de 1944. Explicó que los simios usan los objetos que encuentran, “pero modelar palos y piedras para un uso específico, fue la primera actividad humana reconocida”. A principios de la década de 1960, Louis Leakey atribuyó el inicio de la fabricación de herramientas y consiguientemente, el origen de la humanidad, a una especie que llamó Homo habilis (Hombre hábil), la cual vivió en África Oriental hace unos 2.8 millones de años. Sin embargo, como han demostrado Jane Goodall y otros investigadores, los chimpancés también modifican ramas para usos particulares. Por ejemplo, arrancan las hojas para “pescar” insectos ocultos bajo el suelo. Incluso los cuervos, que carecen de manos, son bastante habilidosos. (Lee: ¿Los animales se limpian la nariz?)

2. Somos asesinos: Según el antropólogo Raymond Dart, nuestros antepasados diferían de los simios en cuanto a que eran asesinos despiadados: seres carnívoros que “capturaban presas vivas con violencia, las mataban a golpes, destazaban sus cuerpos maltrechos y los desmembraban, extremidad por extremidad, saciando su voraz sed con la sangre caliente de las víctimas, devorando con ansiedad la carne aún palpitante”. Tal vez ahora nos parezca una lectura sensacionalista, pero tras la espantosa masacre de la Segunda Guerra Mundial, el artículo de 1953 donde Dart detalla estateoría del “simio asesino”, tocó fibras muy sensibles.

3. Compartimos la comida: En la década de 1960, el simio asesino dio paso al simio hippie. El antropólogo Glynn Isaac desenterró pruebas de cadáveres animales que fueron movidos, deliberadamente, del sitio donde murieron a lugares donde, presuntamente, toda una comuna compartió la carne. En opinión de Isaac, compartir la comida condujo a la necesidad de compartir información sobre la localización de fuentes de alimento y en consecuencia, al desarrollo de lenguaje y otras conductas sociales distintivamente humanas.

4. Nadamos desnudos: Un poco después, durante la Era de Acuario, la documentalista televisiva Elaine Morgan afirmó que los humanos somos muy diferentes de otros primates porque nuestros antepasados evolucionaron en un ambiente muy distinto: cerca del agua. Al perder el vello corporal nos hicimos nadadores ágiles, en tanto que la postura erguida nos permitió caminar en el agua. La hipótesis del simio acuático fue descartada por toda la comunidad científica. Pero en 2013, David Attenborough la respaldó.

5. Arrojamos cosas: El arqueólogo Reid Ferring opina que nuestros predecesores comenzaron a humanizarse cuando desarrollaron la capacidad para lanzar piedras con gran velocidad. En Dmanisi, yacimiento homínino de 1.8 años de antigüedad en la ex república soviética de Georgia, Ferring halló evidencias de que Homo erectus inventó las lapidaciones públicas para ahuyentar a los depredadores que rondaban sus presas. “Los individuos de Dmanisi eran pequeños”, explica Ferring. “El área estaba plagada de grandes felinos. ¿Cómo iban a sobrevivir los homíninos? ¿Cómo llegaron allí desde África? Parte de la respuesta es que lanzaban rocas”. Argumenta que lapidar animales también contribuyó a la socialización, porque el éxito de la estrategia requería del esfuerzo grupal.

6. Cazamos: En un artículo de 1968, los antropólogos Sherwood Washburn y C. S. Lancaster argumentaron que la caza hizo mucho más que inspirar cooperación. “Nuestro intelecto, nuestros intereses y emociones, y nuestra vida social básica: en un sentido muy real, todo ello es consecuencia evolutiva de nuestro éxito para adaptarnos a la caza”. Por ejemplo, nuestros cerebros más grandes se desarrollaron a resultas de la necesidad de almacenar más información sobre el lugar y el momento oportuno para hallar presas. Así mismo, la cacería presuntamente condujo a la división de tareas por género, dejando a las mujeres la labor de buscar comida. Lo cual plantea una interrogante: ¿Por qué las mujeres también tienen cerebros grandes?

7. Intercambiamos comida por sexo: De manera específica, sexo monógamo. Según la teoría, publicada en 1981 por C. Owen Lovejoy, el punto de inflexión crítico en la evolución humana fue el surgimiento de la monogamia, hace unos seis millones de años. Hasta entonces, casi toda la sexualidad estaba reservada a bestiales machos alfa que repelían a los rivales. Sin embargo, las hembras monógamas favorecían a los machos más capaces de proporcionar alimento y dispuestos a participar en la crianza de los hijos. Según Lovejoy, nuestros antepasados comenzaron a caminar erguidos porque eso les permitió tener las manos libres y así, podían volver a casa con más comida.

8. Consumimos alimentos (cocinados): Los cerebros grandes son voraces: la materia gris requiere 20 veces más energía que el músculo. Según algunos investigadores, el cerebro jamás habría evolucionado con una dieta vegetariana; todo lo contrario, nuestros sesos crecieron hace dos o tres millones de años, cuando comenzamos a consumir carne, fuente rica en proteína y grasa. Y según el antropólogo Richard Wrangham, una vez que nuestros antepasados inventaron la cocción –conducta exclusivamente humana que facilita la digestión de la comida-, desperdiciaron menos energía masticando o aporreando la carne, de suerte que tuvieron más energía disponible para sus cerebros. A la larga, esos cerebros se desarrollaron lo suficiente para tomar la decisión consciente de volverse vegetarianos.

9. Consumimos carbohidratos (cocinados): O tal vez nuestros cerebros más grandes se deben a la carga de carbohidratos, según un reciente artículo. Luego que nuestros predecesores inventaron la cocción, los tubérculos y demás plantas ricas en almidón ofrecieron excelentes fuentes de nutrición cerebral, mucho más fáciles de obtener que la carne. Una enzima de la saliva, llamada amilasa, descompone los carbohidratos en la glucosa que requiere el cerebro. El genetista evolutivo Mark G. Thomas de University College, Londres señala que nuestro ADN contiene numerosas copias del gen de amilasa, lo que sugiere que la enzima –y los tubérculos- contribuyeron al crecimiento explosivo del cerebro humano.

10. Caminamos en dos pies: ¿Acaso el punto de inflexión en la evolución humana ocurrió cuando nuestros antepasados bajaron de los árboles y empezaron a caminar erguidos? Los proponentes de la “hipótesis de la sabana” afirman que el cambio climático provocó esa adaptación. Conforme África empezó a secarse, hace unos tres millones de años, los bosques se redujeron y las sabanas comenzaron a dominar el paisaje. Eso favoreció a los primates que podían erguirse para mirar sobre la hierba en busca de depredadores, y a los que podían desplazarse con eficacia en terrenos despejados, donde el agua y la comida se encontraban en lugares apartados. En 2009 surgió un impedimento para esta hipótesis con el descubrimiento de Ardipithecus ramidus,, homínido que vivió hace 4.4 millones de años en la actual Etiopía. En aquella época, la región era muy húmeda y boscosa; y no obstante, “Ardi” podía caminar en dos piernas.

11. Nos adaptamos: Richard Potts, director del Programa Orígenes Humanos del Smithsoniano, sugiere que muchos cambios climáticos influyeron en la evolución humana, en vez de una sola tendencia. Dice que el surgimiento del linaje Homo, hace casi tres millones de años, coincidió con fluctuaciones drásticas entre climas húmedos y áridos, y que la selección natural favoreció a los primates que podían enfrentar cambios constantes e imprevisibles. Potts argumenta que la adaptabilidad es, de sí, la característica definitoria de los humanos.

12. Nos unimos y conquistamos: El antropólogo Curtis Marean ofrece una visión del origen humano muy adecuada para nuestra era globalizada: somos la máxima especie invasiva. Luego de decenas de miles de años de vivir confinados a un solo continente, nuestros antepasados colonizaron el planeta. ¿Cómo lograron semejante hazaña? Según Marean, el secreto fue la predisposición genética a cooperar, un instinto surgido no del altruismo sino del conflicto. Los grupos de primates que cooperaron obtuvieron una ventaja competitiva sobre sus rivales y de ese modo, sus genes sobrevivieron. “Esa singular propensión, aunada a las desarrolladas capacidades cognitivas de nuestros antepasados, les permitió adaptarse hábilmente a los nuevos ambientes”, escribe Marean. “También fomentó la innovación y dio origen a una tecnología transformadora: proyectiles avanzados que usaron como armas”.

Pero, ¿qué hay de malo con todas estas teorías?

Muchas de ellas son meritorias, pero tienen un prejuicio común: la idea de que la humanidad puede definirse por un rasgo o grupo de rasgos bien definidos, y que una sola etapa en la evolución fue el punto de inflexión crítico en el inevitable camino que condujo al Homo sapiens.

Nuestros antepasados no eran pruebas beta. No estaban evolucionando hacia algo, sino que meramente sobrevivían como australopitecos u Homo erectus. Y ningún rasgo único que hubieran adquirido fue un punto de inflexión, porque el resultado jamás tuvo nada de inevitable: el simio asesino fabricante de herramientas, lanzador piedras, comedor de carne y patatas, cooperador, adaptable y de gran cerebro que somos todos. Y que sigue evolucionando.

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Comentario por María Jesús el septiembre 20, 2015 a las 7:00pm

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