Prehistoria

La prehistoria (del latín præ: ‘antes de’, y del griego ιστορία: ‘historia’) es, según la definición clásica, el período de tiempo transcurrido desde la aparición del Homo sapiens sapiens hasta la invención de la escritura, hace más de 5000 años (aproximadamente en el año 3300 a.C.). Pero según otros autores se terminaría con la aparición de las sociedades complejas que dieron lugar a las primeras civilizaciones y Estados.
Es importante señalar que según las nuevas interpretaciones de la ciencia histórica, la prehistoria es un término carente de real significancia en el sentido que fue entendido por generaciones. Si se considera a la Historia, tomando la definición de Marc Bloch, como el «acontecer humano en el tiempo», todo es Historia existiendo el ser humano, y la Prehistoria podría, forzadamente, solo entenderse como el estudio de la vida de los seres antes de la aparición del primer homínido en la tierra. Desde el punto de vista cronológico, sus límites están lejos de ser claros, pues ni la aparición del ser humano ni la invención de la escritura tienen lugar al mismo tiempo en todas las zonas del planeta.
Por otra parte, hay quienes defienden una definición de esta fase o, al menos, su separación de la Historia Antigua, en virtud de criterios económicos y sociales en lugar de cronológicos, pues éstos son más particularizadores (es decir, más ideográficos) y aquellos, más generalizadores y por tanto, más susceptibles de proporcionar una visión científica.
En ese sentido, el fin de la Prehistoria y el inicio de la Historia lo marcaría una estructuración creciente de la sociedad que provocaría una modificación sustancial del hábitat, su aglomeración en ciudades, una socialización avanzada, su jerarquización, la aparición de estructuras administrativas, de la moneda y el incremento de los intercambios comerciales de larga distancia. Así, no sería muy correcto estudiar dentro del ámbito de la Prehistoria sociedades de carácter totalmente urbano como los incas, mayas o mexicas en América, los ghana o zimbabue en África y los jemer en el sureste asiático, las cuales solamente son identificadas con este período por la ausencia de textos escritos que de ellas tenemos.

Los europeos somos más africanos de lo que se pensaba

Foto: Antonio Salas Ellacuriaga

 

Vía: La Voz de Galicia.es | 26 de marzo de 2012

 

Todos somos africanos. Sobre nuestro origen biológico no hay dudas: todos los europeos, al igual que el resto de las poblaciones humanas, derivamos de los Homo sapiens que salieron de África hace entre 60.000 y 70.000 años. Pero desde entonces, con la frontera marcada por una distancia de miles de años, el genoma europeo se fue diferenciando y apenas se volvió a emparentar con el subsahariano más que en episodios puntuales de mezcla genética protagonizados por las migraciones de africanos a Europa durante el imperio romano, por las conquistas árabes o, más recientemente, por el tráfico de esclavos.

 

Son sucesos históricos producto de adaptaciones que dejan su huella en el genoma y que los investigadores pueden leer a través del ADN mitocondrial, el que las madres transmiten a su descendencia. Esta es la historia conocida hasta ahora, pero un trabajo internacional coordinado por el Instituto de Medicina Legal de la Universidade de Santiago, que ocupará la portada de la revista «Genome Research», la más importante del mundo en su área, reescribe las migraciones poblacionales y ofrece una nueva visión. ¿La conclusión? Los europeos modernos somos más africanos de lo que hasta ahora se pensaba. O al menos su huella está más impresa en nuestro genoma de lo previsto.

 

Después del análisis de miles de muestras biológicas, los investigadores han determinado que los vínculos genéticos entre Europa y África se han mantenido de forma constante a lo largo de los últimos 11.000 años. «Es posible que en nuestros genes tengamos muchos otros segmentos de ADN que se remontan a episodios de intercambio genético entre estos dos continentes y que datan de esta época prehistórica», explica Antonio Salas Ellacuriaga, profesor de la Facultad de Medicina y coordinador del estudio.

 

La nueva componente subsahariana está presente en más del 35% de los linajes que las poblaciones africanas han dejado en nuestro genoma. Esta huella se encuentra especialmente presente en los países mediterráneos, pero tampoco es ajena a poblaciones atlánticas como la gallega. De hecho, si a una población gallega se le practicara un análisis genético es probable que entre un 3% y un 4% presente un ADN mitocondrial de origen africano fruto de este mestizaje histórico. El componente africano en los gallegos sería aún más alto, entre un 6% y un 7%, pero este aporte extra habría llegado en épocas más recientes.

 

El estudio ha permitido constatar que la conexión entre los dos continentes se mantuvo de forma regular en los últimos 11.000 años, pero lo que no se sabe aún es cómo se produjeron estas migraciones humanas de África a Europa, por dónde y por qué. «Pensamos que este contacto -aclara Salas- ocurrió a través de Oriente Medio y la costa del noroeste africano, pero sobre todo por mar. El mar fue probablemente el principal vínculo de conexión, como ha sucedido en otros episodios de la expansión antigua del hombre».

 

Pero, por qué se movilizaron estas poblaciones. La hipótesis que se plantea es que así como los europeos avanzaron hacia África por el sur de la península después de abandonar sus refugios tras el Último Máximo Glacial, los africanos también pudieron hacer lo propio. Sería un camino de ida y vuelta. «Lo lógico es pensar -explica Salas- que hubo un cierto retorno en la dirección contraria».

 

En el trabajo, coordinado por la Universidade de Santiago, también han participado equipos de las universidades italianas de Perugia y Pavia; de la Universidad de Oxford; de la Fundación Sorenson de Genealogía Molecular (Estados Unidos) y del Instituto de Toxicología Forense de la Universidad de Sevilla. La investigación ocupará la portada de «Genome Research» con un dibujo que ha sido realizado por el artista ourensano Fernando Barreira.