Fuente: elcomercio.es | 13 de agosto de 2015 | Ver vídeo en este enlace

La comarca oriental asturiana es un foco verdaderamente importante en la investigación de los orígenes humanos gracias a la cantidad de yacimientos existentes que guardan en sus entrañas tesoros del pasado. Cada verano, diferentes equipos de investigación meten en la maleta todo el material y bártulos necesarios para asentarse en las cavidades y hacer de ellas su campo de trabajo para, paso a paso, seguir escudriñando en el tiempo y descubrir sus secretos.

La cueva de Sopeña, en Onís, sigue ofreciendo datos de los hombres prehistóricos porque su riqueza es «infinita», como por ejemplo un lápiz de ocre que utilizaban los neandertales para pintarse la piel. Ana Cristina Pinto (izquierda) y otros trece especialistas volvieron a poner el pie en Sopeña el primer día de agosto y se marcharán el próximo domingo. Tras intensas jornadas destripando la cavidad, ahora es el turno de analizar cada una de las muestras que han extraído y categorizarlas, aunque ayer se dieron un pequeño respiro para mostrárnoslo.

Las ganas de trabajar no les faltan, más bien todo lo contrario. Y es que, lo de Pinto y Sopeña podría decirse que fue un flechazo. Tras acabar su tesis doctoral en el año 2001 supo que esa cueva tenía algo especial y desde entonces no ha parado. Con la realización de un sondeo para conocer sus orígenes, así como el comportamiento de los hombres de la época y sobre todo del género, descubrieron que «es como un libro que está lleno de cuadernillos que se conservan todos íntegros, y cada uno en su sitio. Hay mucho trabajo por hacer porque se trata de un yacimiento paleolítico de referencia no solo para España sino para toda Europa, pero es lento», explicaba la investigadora. Si bien es cierto que la cavidad oniense tiene mucho potencial a nivel científico e histórico, «sus hallazgos no es que sean de lo más deslumbrantes, porque prácticamente lo que encontramos es la basura de aquella gente, pero con eso podemos conocer mucho. Los primeros arqueólogos se limitaban a coger lo que era guapo», añadía.

Son 60.000 años de cosas distintas. Sopeña está dividida en 17 niveles separados por los periodos Gravetiense, Auriñaciense y Musteriense. Su importancia radica en su vinculación con un momento de la Prehistoria tan candente como la extinción de los neandertales y la llegada del Homo sapiens al continente europeo. Tal y como detalló la investigadora, en este yacimiento de Onís es posible constatar ese momento de transición, toda vez que «600 años después de extinguirse los neandertales, ya estaban viviendo aquí los primeros auriñacienses y luego tenemos un largo desarrollo de la cultura gravetiense. Sopeña es el único yacimiento en el mundo que contiene una secuencia completa de esa transición con dataciones correlativas».

De hecho, en este pequeño abrigo rocoso «que antes era más grande», por cada día de investigación, los expertos hablan de 200 hallazgos por día «porque hay mucho». Eso se refleja en los trece años que llevan trabajando en la cavidad «y todavía no hemos pasado del nivel 3, así que creo que me jubilaré sin haber llegado al final», comentaba Ana Cristina Pinto.

Foto: Ana Cristina Pinto con parte de los miembros del equipo de arqueólogos.

Método innovador

Destaca en este yacimiento el método empleado que además de «palillos de dientes y cucharas» utilizan un sistema de información geográfica cuyo margen de error es de 5 milímetros, aunque la media del equipo de Sopeña está en los 2. Es conocido como datación y consiste en la ubicación de restos materiales o de culturas en un período determinado, aunque es bastante costoso, «unos 500 euros cada una». «Es de los más innovadores», destacaba Pinto.

Excavan por unidades estratigráficas, por cuadrantes de unos 50 centímetros aproximadamente, y cada una de las piezas que extraen es dibujada en tres dimensiones en un ordenador. De esta manera cada uno de los hallazgos queda registrado no solo en las pequeñas bolsitas que todos conocemos y que acaban engrosando el Museo Arqueológico de Asturias, sino que también quedan almacenadas para poder ser estudiadas con detenimiento por la vía virtual. Además de todo eso siempre se guarda una bolsa de tierra de cada unidad estratigráfica.

El equipo se compone por especialistas en diversas materias y de varias universidades del país, aunque también colaboran en la divulgación científicos extranjeros. De esta manera cada una de las piezas encontradas será analizada con conocimiento. Como ejemplo, una muela de cabra quemada, «que nos indica no solo que asaron un cabritu, sino la época en la que se encontraban, qué tipo de animales cazaban, cómo viajaban y los métodos que utilizaban», relataba Pinto.

Pese a que en las mesas de los laboratorios no cabe ni un alfiler, aún queda mucha Sopeña por descubrir. Años de historia y evolución concentrados en una cueva que no deja de sorprender a la comunidad científica. Ana Cristina Pinto sospecha que los del Sidrón «pudieron vivir en la cueva de Sopeña». Para saber más acerca de ello lamenta que no haya más ayudas destinadas a este tipo de proyectos, así como la reducción en el tiempo de excavación. «Antes estábamos un mes, pero ahora solo son días». El domingo colgarán las mochilas y dirán adiós a la cueva hasta el próximo año.

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