Lleva 12 años cerrada al público. Había que salvar sus frágiles pinturas. Ahora, podría abrirse de nuevo. Todo depende del estudio que ha dirigido este especialista francés. Para De Guichen, la cueva es como un paciente al que hay que observar y escuchar. Estos son los secretos que le ha revelado.

Fuente: finanzas.com | 27 de julio de 2014

Gaël de Guichen visitó altamira por primera vez hace más de 40 años: por entonces entraban 170.000 personas al año. Hoy, la situación es la opuesta: cierre absoluto. ¿Existe un término medio? Es la respuesta que ha buscado el llamado Programa de investigación para la conservación preventiva y régimen de acceso a la cueva de Altamira

A lo largo de los últimos dos años ha evaluado el impacto sobre las pinturas prehistóricas de una serie de visitas controladas: cinco personas a la semana han realizado un recorrido de 37 minutos entre los meses de enero y agosto. Con los datos en la mano se tomará en las próximas semanas la gran decisión, 12 años después de que Altamira echara el cierre por última vez: abrir o no la cueva. Incluso los científicos han reducido al mínimo sus entradas para minimizar el impacto: el propio Gaël puede contar con los dedos de la mano las veces que ha accedido en estos dos años.

Consejero del Centro Internacional de Estudios de Conservación y Restauración de Bienes Culturales (ICCROM), organismo de la UNESCO con sede en Roma, Gaël es el director científico del proyecto y máximo experto en conservación preventiva del patrimonio, una materia a la que este ingeniero químico con alma de arqueólogo lleva dedicadas más de cuatro décadas. Entre viaje y viaje, recibe a XLSemanal en su casa en Roma. 

XLSemanal. Usted compara la cueva con un enfermo.

Gaël de Guichen. Exacto. Digamos que el abuelo está enfermo. Si lo encierro en una habitación, ¿qué gano? La conservación es fundamental, pero no puede ser un fin en sí mismo. Debemos permitir que la gente vea el original, siempre y cuando eso no acelere el ritmo natural de deterioro. Es nuestro deber.

XL. Pero el CSIC concluyó, en sendos estudios de 2010 y 2012, que la cueva debía permanecer cerrada...

G.G. [Piensa antes de responder]. ¡Atacas enseguida! El dilema es el mismo: la cueva está enferma, ¿qué hacemos? En un hospital puede que un médico te dé el alta en dos días y otro te mantenga ingresado. La conclusión del CSIC fue una, puede que ahora sea otra.

XL. El trabajo de los investigadores también afecta a la cueva.

G.G. Nosotros lo hemos tenido muy en cuenta y en ningún caso hemos duplicado investigaciones ya realizadas. Pero la presencia humana tiene un efecto. ¡Es evidente! [Ríe]. Tu cuerpo tiene una temperatura de 37 grados centígrados; si entras en una cueva que está a 14 grados, ¡producirás alteraciones importantes! Ocurre allí, en la terraza en que nos encontramos o en el Museo del Prado. Lo importante es ver si supone un peligro para las pinturas. Hasta ahora nadie ha demostrado que la presencia humana tenga una influencia directa ni sobre los bisontes de Altamira ni sobre Las meninas, de Velázquez.

XL. ¿La solución está en los grupos reducidos?

G.G. Cinco personas, sean científicos o visitantes, pueden producir una variación de unos 0,2 grados de temperatura en la cueva, dependiendo del tiempo que pasen en ella. Una hora después ya se han recuperado los niveles precedentes. ¿Afecta eso a la pintura? Eso es lo que hay que ver. Por supuesto mil personas al día provocarían daños irreversibles. Pero ¿qué pasa si es uno, dos, cinco, veinte o cien...? Es todo un problema de equilibrio. Además, siempre hay un riesgo. Es demasiado fácil cerrar las puertas y decir: «¡Ah, ya estoy a salvo!».

XL. Ya, pero si cerramos las puertas podemos salvarla.

G.G. La cueva está siguiendo un deterioro natural, y eso no se puede detener. Se pintó hace 18.000 años y el pigmento está directamente aplicado sobre la roca. Dentro de 18.000 años más habrá desaparecido. Y no podemos evitarlo. ¡Ya faltan el 52 por ciento de las pinturas de la Sala de Polícromos! Si tú te limitas a tomar mediciones, pero no observas, te estás perdiendo mucha información. Esa es otra de las diferencias de nuestro equipo: tenemos gente cuya función es observar, mirar.

XL. ¿Mirar?

G.G. Fui a Altamira por primera vez en 1969, con mi colega y amigo Jacques Marsal, el hombre que descubrió las cuevas de Lascaux en 1940. Nos ofrecieron el privilegio de quedarnos a solas una hora allí dentro. Por entonces, yo tenía diez años de experiencia y había visto las cuevas de Tito Bustillo, Rouffignac... ¡Jacques llevaba 30 años de carrera! No era ni mucho menos un novato, pero entramos y nos quedamos tumbados en silencio, contemplando maravillados el techo. Solo después de 20 minutos dijimos: «Empiezo a ver». Sí, enseguida ves que hay un bisonte aquí, otro allá. Pero llegar a ver realmente, y después a comprender, lleva su tiempo.

XL. Y a usted ¿qué le lleva a aceptar el proyecto?

G.G. A mí me lo propone Mariam del Egido, del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE). Hay muchas personas en el mundo que trabajan en cuevas prehistóricas. Pero en mi caso es el cien por cien de mi trabajo. De lunes a domingo. Es mi dominio.

XL. El proyecto lo promueve el Patronato del Museo de Altamira. ¿Presiones?

G.G. Cuando un médico atiende a un enfermo, habla con la familia porque su apoyo es esencial. La familia aquí es el público, pero también los políticos. Pero no trabajamos bajo su presión. Nunca he conocido a un político, nadie me ha llamado ni me ha buscado. Solo hablé con ellos una vez. Les expuse el proyecto y, al terminar la reunión, me dijeron: «Estupendo, ahora vamos a hablar con la prensa. Explícalo tú». Esa es la confianza que quiero. No hay ninguna influencia política.

XL. Usted lleva muchos años en esto. ¿Qué hace a Altamira distinta de otras cuevas?

G.G. Cada gruta es diferente. Hay grutas de dos kilómetros de profundidad, otras bañadas por dos metros de agua... O cuevas como Altamira, a escasos metros de la superficie. Las amenazas en Altamira se concentran, básicamente, en la Sala de Polícromos.

XL. ¿Y cuáles son las principales?

G.G. La pintura es muy frágil. En algunas cuevas, como ocurre en Lascaux (Francia), se han producido a lo largo de milenios filtraciones de calcita que actúan como un protector sobre la pintura, casi como un barniz. Eso no ha ocurrido en Altamira. Si la tocases con el dedo, te la llevarías. Lo importante es la permanencia del pigmento. Ahora mismo hay dos grandes amenazas: los microorganismos, que pueden llegar a cubrir las pinturas, y el agua que se filtra y la arrastra.

XL. ¿Y no podemos evitarlo?

G.G. Contra el agua que se filtra podemos hacer muy poco. Pero quizá la mayor amenaza venga de la mano de los microorganismos. La primera vez que se cerró la cueva, en 1978, fue por miedo a que estos crecieran de manera incontrolada.

XL. ¿Qué les hizo tener ese miedo?

G.GBásicamente que en Lascaux había ocurrido diez años antes. «Aquí también puede ocurrir, cerremos». Después llega un estudio de la Universidad de Cantabria que dice que por suerte los microorganismos no afectan a las pinturas. Se abre a unas diez mil personas al año. Todo funciona hasta 2002 sin evidencia de daños.

XL. Entonces, ¿por qué se decidió cerrar de nuevo?

G.G. Ese año se cierra Lascaux, que está sufriendo un ataque fulminante: en dos semanas, los microorganismos se han extendido y ocupan una superficie de 120 metros cuadrados. Se utiliza más de una tonelada de cal viva para acabar con la plaga y se cierra la cueva. Tres meses después en Altamira se observa una pequeña mancha, minúscula. Y se observan más...

XL. ¿Y?

G.G. Y se cierra la cueva de manera temporal. ¡Pero por qué! Son problemas completamente distintos. ¡Descubrir que hay bacterias en Altamira no es un gran hallazgo! Sabemos que hay microorganismos, lo importante es conocer las cuevas y ver hasta qué punto se están viendo afectadas. Esa es la visión de la conservación preventiva.

XL. Perdón, ¿qué es la conservación preventiva?

G.G. Llevo enseñándola desde hace 40 años. Es un modo diferente de entender la conservación. Por ejemplo, cuando la gente habla de estas obras, a menudo dice que tienen un valor cultural. ¡Si yo le hablo a la gente de valor, pensará en euros! Prefiero usar otra palabra: mensaje. Altamira es un embajador llegado desde 18.000 atrás que me trae un mensaje.

XL. Oiga, ¿y qué hace un ingeniero químico descifrando ese mensaje?

G.G. [Ríe]. En realidad es sencillo. Mi padre me llevó a visitar muchos sitios arqueológicos y desde niño pensé en trabajar como arqueólogo. Estudié Ingeniería Química, pero en verano trabajaba en yacimientos arqueológicos. Espera un momento. [Se levanta y vuelve con un álbum de fotos]. Mira, aquí estoy en un campo de trabajo en Ampurias, con el arqueólogo Miguel Ángel García Guinea... ¡en 1962! Aquí estoy en Pompeya... Después llega Lascaux.

XL. La cueva que más le marcó.

G.G. En Lascaux viví dos años. Hoy está cerrada. Era la manera de cuidar ese mensaje. En Altamira quizá podamos abrir: y que ese mensaje se propague. Lo importante es que el público lo entienda, que vea que se encuentra ante un material sumamente frágil con 18.000 años de historia. Y hoy se entiende. Hemos avanzado mucho en este sentido. No podremos abrir para 170.000 personas al año, como se hizo en otras épocas. Pero tal vez pueda verlo un número reducido de personas. Con eso es suficiente.

XL. ¿Es ese su objetivo?

G.G. Altamira es Patrimonio de la Humanidad, reconocido por la UNESCO. ¿Para quién es ese patrimonio? No estamos hablando solo de algo técnico, sino de un proyecto cultural que trata de conseguir que el máximo número de personas descubra una obra; y al mismo tiempo que perdure para las generaciones futuras.

Los polícromos: la capilla sixtina de la prehistoria

«La Gran Sala o Sala de los Bisontes es la más conocida de la cueva, donde se conservan la mayor parte de sus pinturas y las de mejor calidad. Es también la más amenazada y, por tanto, la zona en la que se han centrado nuestros estudios. Como en la Capilla Sixtina, el artista pintaba de pie, sobre el techo que se encuentra a poca altura del suelo, apenas un metro. Una cosa es segura: ¡la pintura le cayó en la cara mientras dibujaba!».

-Las pinturas perdidas. «Estamos muy acostumbrados a ver las reproducciones de los bisontes. Pero se han perdido más de la mitad de las pinturas, probablemente debido a las filtraciones de agua durante estos 18.000 años. Esta es, precisamente, la parte que más me interesa».

-Una 'fotografía' prehistórica. «El pintor vio todos estos animales en la llanura de Santillana del Mar y pensó: ¡Mmm, cuánta carne!'. Después lo ha reflejado como si fuera una foto. Es increíble que el hombre tuviera esta capacidad para el hiperrealismo hace 18.000 años».

-Pastel sobre la roca. «Uno de los elementos que hace que Altamira sea tan frágil es que la pintura está directamente aplicada sobre la roca, sin nada que la proteja. Es como al pintar con pastel: si tocamos la pintura, nos la llevamos con los dedos». La calcita: un barniz natural

-La calcita: un barniz natural. «Las manchas blancas no son un fallo de la fotografía sino depósitos de calcita, causados por filtración de aguas calcáreas. En cuevas como Lascaux, funcionan como un barniz natural que las protege. En Altamira no se ha producido este efecto».

-Aprovechando los relieves. «El techo de la sala está dominado por unos salientes en la roca, como medias circunferencias con un diámetro de entre 80 y 120 centímetros. Sobre ellos pintaron a los animales, casi como si fuera una escultura o un bajorrelieve».

 

La cierva: el enigma interminable

«Destaca la precisión del dibujo: un solo trazo y sin correcciones. Si ya sería difícil sobre un papel, pensemos en lo complicado que es hacerlo en una superficie irregular y con unas dimensiones de más de dos metros, que es lo que mide esta cierva. ¡Eran verdaderos artistas, esto no lo hacía cualquiera! Sobre su significado he oído muchas interpretaciones. El único que tiene la respuesta es el autor, que lamentablemente ya no nos podrá contestar».

-El lápiz prehistórico. «Como era habitual, el pintor dibujó primero la silueta en negro. ¡Y con qué seguridad! Para los trazos más finos usaban trozos de carbón o una pieza de arcilla compacta y fina. Después aplicaban el color en el interior de la figura que habían diseñado».

-La importancia del método. «En algunas zonas, como en esta del vientre, la pintura está difuminada: lo lograban con una especie de aerógrafo hecho con un hueso a través del cual soplaban la pintura. En ocasiones usaban un tampón fabricado con trozos de hierba».

-Buscando la perspectiva. «La pintura no se aplica de modo uniforme, sino que presenta un degradado en algunas zonas: es la forma de obtener la perspectiva. También se conseguía creando zonas más sombreadas para diferenciar la pata trasera de la delantera».

-Una visión muy realista. «Llama la atención que casi todos los animales aparecen en actitud relajada, incluso durmiendo. En otras cuevas, sin embargo, aparecen corriendo o saltando. Quizá sencillamente porque al autor se le daba mejor una cosa que otra».

-Dibujos a cuatro manos (o más). «Bajo el rostro de la cierva se ve un pequeño bisonte, obra probablemente de un autor o autores distintos. La mezcla de animales aporta pistas sobre las distintas épocas de ocupación de la cueva: la fauna dependía del clima».

La Cola de Caballo, la galería de las máscaras

«Al final de la cueva, a más de 200 metros de la entrada, hay varios salientes que utilizaron para dibujar máscaras. ¡Muchos de ellos pasan inadvertidos! Los descubres de repente, cuando te giras o miras bajo una luz determinada. En la Cola de Caballo se encuentra también uno de los grandes dilemas del yacimiento: unos símbolos indescifrables que parecen representar unas redes o un plano. No presentan problemas graves de conservació

-¿Hombre o animal? «A lo largo de la cueva, especialmente en esta galería final, hay muchos salientes que producen formas extrañas, las cuales recuerdan a rostros humanos o a animales. Es evidente que el hombre prehistórico lo vio y lo resaltó con algunos trazos».

-Viaje a las profundidades. «Esta zona está a más de 200 metros de la entrada. Y estaba sumida en la más absoluta oscuridad, aunque ellos llevaban pequeñas lámparas de piedra con las que se iluminaban. Nunca sabremos qué los llevó hasta aquí».

-'Cine' en la Prehistoria. «A propósito de la luz he visto algunos experimentos interesantes en la cueva de Lascaux: si mueves el foco, parece como si el animal se moviera. Algunos autores sostienen que, ya entonces, eran conscientes de este efecto». Una visión muy realista

-Una cuestión de estilo. «Llama la atención el enorme realismo de este dibujo. La cierva está quieta, pero en tensión. Es como si nos observase atentamente y estuviera preparada para echar a correr ante el más mínimo movimiento por nuestra parte».

-Zonas de control. «Altamira tiene una superficie de 270 metros cuadrados. Los científicos han establecido algunas zonas de control sobre las cuales centran sus distintos análisis de temperatura, presencia de microorganismos...».

TEORÍAS ENFRENTADAS

¿Arte o religión? Desde su descubrimiento, los expertos han debatido sobre el significado de las pinturas. Donde algunos ven una mera decoración del espacio donde acudían a resguardarse, otros la mayoría buscan un significado más preciso. ¿Se deben leer en clave religiosa? ¿Responden a ritos de fertilidad, como podría sugerir, por ejemplo, la cierva aparentemente embarazada? También hay quien ha visto la presencia de dos clanes enfrentados: uno representado por la cierva, el otro por los bisontes.

¿Cuándo -y quién- las hizo? La cueva estuvo habitada desde hace, al menos, 35.000 años. Las pinturas, por su parte, tienen unos 18.000 años. Pero un estudio publicado en Science en 2012 concluyó que algunos de los símbolos de Altamira podrían tener 35.000 años de antigüedad. El debate no es banal, porque las fechas se mueven en la frontera de la llegada del Homo sapiens. Si las fechas fuesen mucho más allá, podrían ser obra de los neandertales, algo hasta hace poco impensable.

Testigo directo: Álvaro de Miguel

"Las pinturas están frescas como si las hubieran pintado ayer"

Soy redactor de El Diario Montañés, y el día que se realizaba el primer sorteo para acceder a la cueva acudí a cubrir el evento. ¡Y acabé siendo protagonista de la noticia! Sacaban las papeletas de una urna... y el primer nombre que leyeron fue el mío. Al entrar en la cueva, íbamos todos un poco nerviosos. Al principio, te dejas llevar por la magia del lugar y ves cosas donde no las hay: cada saliente te parece un dibujo o un grabado en la roca. Yo siempre había pensado que la comparación con la Capilla Sixtina se debe a que ambas son obras cumbre del arte. Pero es que la sensación es muy parecida: entras en la sala de los polícromos y te encuentras con que todo el techo está lleno de bisontes. ¡Y si levantaras la mano, los podrías llegar a tocar!

Sientes en todo momento el peso de la historia: desde cada una de las pinturas te contemplan miles de años, pero al mismo tiempo ¡están frescas como si las hubieran pintado ayer! Al verlas, entiendes las cautelas con su conservación. Al final se trata de buscar un difícil equilibrio entre la conservación de unas obras únicas y la explotación, muy controlada, del mayor reclamo turístico de Cantabria.

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