El haz de luz atraviesa la «sala B», antes de llegar a la C, la más profunda, el 20 de marzo de 2011. 

Fuente: levante-emv.com | Josep Camacho | 16 de diciembre de 2012

 

La Cova del Parpalló, en Gandia (Valencia), uno de los yacimientos paleolíticos más importantes del Mediterráneo peninsular, pudo albergar un santuario vinculado a la fertilidad. A este halo místico ayudaría que una de las salas de esta cavidad, la más profunda, marca perfectamente las épocas en que los días son iguales a las noches en toda la Tierra (los equinoccios), especialmente el del inicio de la primavera.

Se trata de una conjunción astronómica entre la cavidad y el Sol, pero que durante el Paleolítico Superior serviría a sus moradores como indicador para abandonar el refugio a partir de esas alturas del año, ya con temperaturas menos acusadas en una era mucho más fría que la actual, y buscar recursos y sustento para resguardarse de nuevo en invierno.

Esta es la tesis que mantiene el arqueoastrónomo y egiptólogo gandiense José Lull (izquierda), que quiso saber si en la Cova del Parpalló también se producían alineaciones solares similares a las que hace unos años documentó en tres cavidades más: el Arc de Santa Llúcia (Penàguila, l’Alcoià), la Cova Bolumini (Beniarbeig) y la Penya Foradà, en la Vall de Gallinera. Sus aportaciones para resolver estos enigmas y la labor divulgativa posterior han servido incluso como reclamo turístico en la Marina Alta y l’Alcoià.

El estudio del Parpalló lo reveló Lull este viernes en el Congreso Estatal de Astronomía, que desde el jueves y hasta hoy ha reunido a 180 aficionados y profesionales en el campus de la Universitat Politècnica de València.

La Cova del Parpalló, Patrimonio de la Humanidad, ya era apreciada por el valor de su arte mueble. Las campañas del arqueólogo Lluís Pericot entre 1929 y 1931, y los análisis de José Aparicio a principios del siglo XXI, permitieron hallar más de 5.000 plaquetas pintadas o grabadas con motivos de flora, fauna y otros elementos, lo que la convierte en el conjunto de arte mueble paleolítico más abundante de Europa.

Su primera ocupación humana fue hace 27.000 años. El apogeo de las plaquetas se dio entre el 20.000 al 15.000 antes de nuestra era, y durante el magdaleniense (hace entre 17.000-14.000 años), la cueva registró una intensa presencia de pobladores. Es conocido que sus moradores escogieron esta cavidad por su orientación al sur que hizo de ella un lugar ideal en invierno, en una época de clima gélido. El máximo glacial tuvo lugar hace 18.000 años. Ese clima frío y seco conferían al paisaje y al entorno un aspecto bien diferente al actual, donde los ciervos, durante el magdaleniense, se conviertieron en el primer objetivo de los cazadores parpallonenses.

Ahora José Lull aporta varios elementos más para la reflexión: «el posible carácter sacro» de la cueva y su utilidad como marcador equinoccial. «De ser acertada esta hipótesis –advierte– estaríamos hablando del más antiguo observatorio equinoccial conocido».

En primer lugar, Lull considera que la entrada de la cueva, con su caprichosa forma vertical, podría haber simbolizado los genitales de una mujer, como diosa madre. «La visualización de elementos topográficos con la madre tierra se reproduce en muchas sociedades y, a menudo, bajorrelieves o pinturas del cuerpo femenino o sus genitales enfatizan el carácter femenino de una cueva y su relación con ritos de fertilidad». Como ejemplo sitúa la amplia distribución geográfica que tienen las figurillas y relieves de las llamadas «Venus» por toda Europa. Pero la alineación solar durante los equinoccios en el Parpalló es el aspecto más asombroso. Para comprobarla, José Lull no se fijó en la parte baja (donde se encontraron las plaquetas), sino en las tres salas de la parte superior.

Foto: Entrada a la Cueva del Parpalló

Trabajo de campo
El trabajo de campo, incluso con fotografías nocturnas, lo realizó entre diciembre de 2010 y marzo de 2011, y demostró que la sala más profunda de la parte alta de la Cova del Parpalló (la «sala C») es iluminada desde el día 9 de marzo hasta el 20 de ese mismo mes, anunciando así el equinoccio de primavera. Esa entrada de luz solar se repite, lógicamente, en septiembre, durante el equinoccio de otoño.

El 19 de marzo, el Sol entra en la «sala C» a las 9.05 horas. Esta estancia es iluminada durante cerca de 9 minutos sólo en su mitad occidental. A las puertas del equinoccio, la iluminación es más breve. El 20 de marzo, el día en que cayó el equinoccio de primavera en 2011, el Sol iluminó durante un breve espacio de tiempo el suelo de la «sala C», en su parte oeste.

«Tras este día, ningún rayo de luz vuelve a iluminar la sala C hasta el siguiente equinoccio», señala José Lull. Por tanto, el arqueostrónomo puede concluir categórico que «la sala más profunda de la Cova del Parpalló sirve actualmente para determinar con gran precisión los equinoccios de primavera y de otoño».

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Interesante el trabajo realizado por el profesor José Lull, que viene completar el estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Valencia centrados, en este caso, en la incidencia del solsticio de invierno en la Cueva del Parpalló, donde el sol llega a iluminar, por unos instantes, lo más profundo de esta antigua cueva-santuario (ver este enlace).

 

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