La niña Neshamá Spielman muestra un antiguo amuleto egipcio que data de hace más de 3.200 años

Fuente: labrujulaverde.com| 22 de abril de 2016

Pese a que la creencia popular y su propio autobombo identifican a Ramsés II como el faraón más poderoso de la historia de Egipto, en realidad esa categoría le correspondió a Tutmosis III, el sexto faraón de la XVIII dinastía, bajo cuyo mandato el país alcanzó su máxima expansión territorial. Dado que Tutmosis sólo era hijo de una concubina menor, llegó al trono casi por casualidad al fallecer su padre sin haber tenido descendencia masculina de la Esposa Real, Hatshepsut.

Ésta debía ocuparse de la regencia hasta la mayoría de edad del joven heredero, pero no se conformó con ese papel eventual y se autoproclamó faraón, asumiendo un cargo exclusivamente varonil, haciéndose representar como tal y gobernando de facto durante varios años. Pero Tutmosis fue acrecentando su poder y reuniendo simpatías a medida que crecía y Hatshepsut terminó retirándose. El nuevo monarca reinó entonces en solitario, volcándose en la política exterior mediante una larga serie de victoriosas campañas militares que le permitieron controlar la franja sirio-palestina y Nubia, llegando sus dominios hasta el Éufrates.

No resulta raro, pues, que se encuentren objetos de factura egipcia en lugares muy alejados. Uno de ellos acaba de aparecer en Jerusalén (Israel), desenterrado durante unas excavaciones arqueológicas de la misión conocida como Temple Mount Sifting Project, que trabaja en el Parque Nacional Valle Tzurim bajo los auspicios de la City of David Foundation, la Israel Archaeology Foundation y la Israel Nature and Parks Authority.

Se trata de un raro amuleto que lleva el nombre de Tutmosis III y fue descubierto por Neshamá Spielman, una niña de doce años de edad que había acudido con su familia precisamente para participar en las labores arqueológicas (está de moda recurrir a voluntarios para estas cosas y allí se apuntaron nada menos que ciento setenta mil personas). Según explicó ella misma, estaba cribando tierra cuando se topó con la pieza, que era diferente a todo lo que había visto y por eso dio aviso a los expertos.

En efecto, resultó ser un colgante de cerámica -lleva un orificio por arriba para el cordón- al que se le ha calculado una edad cercana a los 3.200 años de antigüedad. Mide 21 milímetros de ancho por 16 de largo y 4 de grosor, aunque le falta la parte inferior. Su decoración en relieve, reconstruida por comparación con otro similar hallado en 1978 en el norte del país, muestra un cartucho con el nombre del faraón, lo cual es una novedad debido a que es la primera vez que se encuentra en Jerusalén un amuleto que no tiene forma de escarabajo.

Porque, de hecho, no faltan piezas de ese tipo en Israel, lo que demuestra el poder que llegó a alcanzar Tutmosis. Al fin y al cabo había enviado diecisiete expediciones para pacificar Canaán, derrotando en el año 1457 a.C. a una coalición de reyes cananeos que se habían rebelado en la que se considera la batalla más notable de aquel período, la de Meggido, y convirtiendo la región en una provincia egipcia. La pregunta sería ¿cómo llegó exactamente el colgante allí?

Es imposible saber la respuesta con detalle, por supuesto, pero los arqueólogos especulan con que llegó mezclado con la tierra que se transportó hasta el Monte del Templo para rellenar esa elevación orográfica y asentar lo que sería el Segundo Templo. Al parecer, dicha tierra procede de las laderas del valle del Cedrón, una zona donde había enterramientos desde la etapa tardía de la Edad del Bronce (1550-1150 a.C); es más, en el proceso de tamizar esa tierra también aparecieron un par de escarabajos egipcios, fragmentos de cerámica micénica y algunos restos de objetos más que indicarían la posible existencia de un templo egipcio donde hoy se sitúa el Convento de los Dominicos de St. Étienne, al norte de la Puerta de Damasco.

Se aprecia así un problema: el hallazgo de piezas fuera de su contexto arqueológico. Pero seguro que eso no le quita el sueño a Neshamá Spielman, que nunca olvidará su pequeño gran descubrimiento.

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