Fuente:lainformacion.com | Fotos| 6 de mayo de 2014

La Roma imperial se forjó a golpe de espada, aunque bajo sus estandartes fluía una sociedad “poliédrica” en la que la literatura y la lectura jugaron un papel esencial y cuyo rol se analizará hasta octubre en la exposición “La biblioteca infinita”, que acoge el Coliseo romano.

“Poliédrico” es el término que utilizó Rosella Rea, comisaria de la muestra  y directora del Anfiteatro Flavio, que, en una entrevista con Efe, resaltó que el romano era un pueblo muy militarizado, pero, sin embargo, alfabetizado.

“Permanecemos atónitos si pensamos que el gran centro policultural de la época, el Templo de la Paz, está a 300 metros del Coliseo y que ambos fueron construidos por Vespasiano. ¡El lugar de la sangre junto al lugar de la gran cultura!”, explicó.

Sin embargo, la comisaria señaló que la cultura latía bajo aquella sociedad y que las campañas bélicas no solo portaron riqueza material a Roma sino que también engrosaron un opulento botín intelectual en forma de todo tipo de tratados y documentos procedentes de, entre otros lugares, Grecia o Egipto.

La literatura era importante en Roma, pero no lo era menos la lectura, y eso es lo que pretende señalar esta muestra, que, según explicó Rea, surgió por dos motivos diferentes.

En primer lugar, sirve para dar a conocer los hallazgos surgidos durante las obras de la línea de metro C de la capital italiana, durante las cuales los ingenieros se toparon con los restos del auditorio de Adriano (117-138 d.C), en los aledaños de la céntrica plaza Venecia.

En segundo lugar, para publicar los estudios sobre el Templum Pacis (75 d.C), una de las sedes del saber más importantes de la antigüedad, mandada construir por el emperador Vespasiano (69-79 d.C) y que permanece sepultada, casi en su totalidad, por la vía de los Foros Imperiales, mandada construir por Benito Mussolini en 1924.

Este edificio ocupa un lugar prioritario en la exposición, porque, a juicio de los organizadores, era el escenario primordial de una rica vida pública al que los romanos del primer siglo acudían para leer en voz alta.

Pero este lugar no solo estaba consagrado a la lectura, sino que en sus pasillos también se exponían las obras de arte más preciadas provenientes de lugares, por entonces lejanos, como Grecia o Asia Menor.

No obstante, la parte más importante de este edificio era la biblioteca, dividida en dos secciones, griego y latín, y compuesta, además, por auditorios donde se celebraban conferencias, lecturas públicas o lecciones magistrales.

Fue ahí donde, por ejemplo, enseñó Quintiliano o donde alcanzaron la fama los satíricos legajos que el bilbilitano Marco Valerio Marcial dejaba volar por las calles romanas, criticando con ellos a todos los actores de aquella sociedad.

La directora del museo recuerda, divertida, que en las reglas ortográficas de aquella época no se contemplaban los signos de puntuación y que las palabras se escribían en mayúsculas y sin espacios entre ellas.

“Al esfuerzo de leer de este modo había que sumarle el esfuerzo físico que había que realizar para manejar un documento escrito”, explicó.

Y es que en los albores del Imperio, en Roma predominaba el uso de los “volumina”, largos rollos de fibras de papiro que podían llegar a medir decenas de metros y cuya lectura resultaba “aparatosa e incómoda”.

En este sentido, la muestra también ilustra la evolución que la lectura experimentó en la época imperial, ya que los textos pasaron de estar contenidos en rollos impracticable a ser compilados en una suerte del libro que conocemos en la actualidad y que favoreció dicho hábito.

La vida cultural en la capital a orillas del Tíber se fue apagando con el paso de los siglos mediante una lenta y constante decadencia que culminó con la caída del Imperio romano, en el siglo V d.C.

Pese a dicho deterioro, la exposición recuerda que Roma aún seguía siendo un reducto de conocimiento, esta vez por el mecenazgo de la nueva Iglesia Católica y por la custodia del conocimiento de sus sucesivos pontífices.

Entre bustos de escritores, filósofos y emperadores, y en el incomparable marco del Anfiteatro Flavio, la muestra toca a su fin no sin antes advertir de la importancia de la literatura y de la lectura en la sociedad.

Lo hace recordando trágicos pasajes históricos como la destrucción de la biblioteca de Alejandría (I a.C), la devastación de la de Constantinopla (1453) o los bombardeos, más recientes, de la Holland Parck Library de Londres durante la Segunda Guerra Mundial o la de Sarajevo (1992), en la Guerra de Bosnia.

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