El pasado 10 de agosto corrió como la pólvora en los medios, la noticia del “descubrimiento” de nuevas pirámides en Egipto. A golpe de ratón, desde casa, sentada frente a la pantalla de su ordenador, utilizando el ojo que todo lo ve “Google Earth”, nuestra aficionada esotérica Angela Micol, había encontrado en su viaje cibernético por el desierto de Faiyum, pirámides semejantes a las de Giza, incluso la que ella aportaba como gran hallazgo, sería tres veces mayor que la de Keops. Estas “nuevas pirámides” habrían escapado a los ojos de los inútiles arqueólogos que se vienen pateando Egipto desde hace décadas. Angela Micol es una buscadora incansable de esos misterios que atormentan a la humanidad, y que ella ha resuelto magistralmente para nuestra satisfacción; la evidencia de antiguas civilizaciones avanzadas. Desde su “Instituto de Exploraciones Avanzadas Planetarias” (Apex), continuador de los trabajos de la “Organización Atlantis” (TAO), nuestra friki Indina Jones de turno, resuelve los enigmas de la Atlántida, Las Bahamas, y lo que le echen. Con relación a esta noticia, James Harrell, profesor emérito de geología arqueológica de la Universidad de Toledo (USA) y destacado experto en geología arqueológica del antiguo Egipto, afirmaba: “Parece que Angela Micol es una integrante más de ese colectivo conocido como “piramidiotas” (los que ven las pirámides por todas partes). Sus pirámides de Dimai y Abu Sidhum son ejemplos de formaciones rocosas naturales que podrían ser confundidas con elementos arqueológicos si se carece de conocimientos en arqueología y geología. En otras palabras, sus pirámides son sólo una ilusión percibida por una observadora ignorante con una imaginación hiperactiva. Lo que Angela llama pirámides, son conocidas en realidad como colinas. Son muy comunes en el desierto de Faiyum, y se originan cuando una capa sedimentaria tiene una composición distinta a la de su alrededor y se erosiona de distinta manera. Cuando los sedimentos más blandos desaparecen, dejan la cima de la colina plana”. Dicho queda, cada cual que saque sus propias conclusiones…

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¿Dónde están las pirámides?

Una supuesta noticia sobre un descubrimiento arqueológico demuestra la necesidad de evaluar con prudencia la publicación de llamativos hallazgos científicos.

Fuente: Tomás Delclós. Defensor del Lector - El País.com, 9 de septiembre de 2012

Los anuncios de hallazgos científicos, particularmente cuando se trata de temas que despiertan la imaginación, deben ser tratados con prudencia. ¿Qué habría sucedido si el diario no se hubiera acercado con saludable escepticismo al experimento de un equipo italiano que aseguró haber detectado neutrinos que se desplazaban más rápido que la luz cuando, posteriormente, se comprobó que dos fallos en la fibra óptica y un temporizador habían dado erróneamente 60 nanosegundos de adelanto de los neutrinos sobre el tiempo que tardarían las partículas de luz en recorrer la misma distancia? Pues bien, el 14 de agosto, una noticia, firmada por el diario pero calcada de una nota de agencia, en la edición digital anunciaba: “El ojo de Google halla rastros de pirámides”. Un equipo de científicos estadounidenses (se citaba solamente a Angela Micol) afirmaba que había descubierto dos emplazamientos de posibles pirámides en la ribera del Nilo. Es más, una de ellas podía triplicar las dimensiones de la gran pirámide de Giza. En la información, al margen del cauteloso “posiblemente”, no se citaba ninguna sospecha sobre el hallazgo ni se indagaba sobre sus autores. Únicamente, la propia Micol, tras asegurar que “es obvio que ambos lugares pudieron acoger en su día unas pirámides”, admitía que debía verificarse. La noticia, que habría sido un bombazo de confirmarse, apenas fue recogida por los medios internacionales generalistas y, si lo hicieron, la titularon dubitativamente y la acompañaron de contundentes descalificaciones de expertos. Las autoridades egipcias no se habían pronunciado sobre el descubrimiento, del que, seguramente, no tuvieron noticia. En el penúltimo párrafo se afirmaba: “Los científicos han señalado que este hallazgo es importante porque casi todas las pirámides conocidas fueron construidas alrededor de El Cairo, mientras que, ahora, estos dos nuevos emplazamientos son más al sur”. Sin embargo, no se mencionaba por su nombre a estos científicos que avalaban el descubrimiento, cuya rareza, en lugar de suscitar dudas sensatas, incrementaba su relevancia.

La publicación de esta noticia fue señalada por un lector, Jaime Almansa, arqueólogo, quien afirmaba en su carta: “Cuando alguien dice haber encontrado una pirámide tres veces más grande, lo primero que hay que hacer es sospechar. Y en un periódico serio como se supone es EL PAÍS, contrastar las fuentes y la noticia. Yo tardé menos de 15 minutos en localizar la fuente original e investigar a Angela Micol, solo con Google, sin superherramientas de arqueólogo”. Según su indagación, el supuesto hallazgo fue publicado en Archaeology News, que es un distribuidor de noticias que recoge una nota “de un medio local estadounidense tomada de un SEO de noticias llamado Press King y que airea tus notas de prensa previo pago, sin preguntar (…), el tipo que le ha echado una mano no ha hecho nada y es otro seudoarqueólogo vinculado a un centro llamado APEX Institute que se dedica a buscar la Atlántida”.

Entre los expertos que descartaron la verosimilitud del hallazgo, quien utilizó las palabras más gruesas fue James Harrell, profesor emérito de geología arqueológica en la Universidad de Toledo (EE UU). “Parece que Angela Micol es uno de los llamados pyridiots que ven pirámides por todas partes”. Para Harrell, el descubrimiento son formaciones rocosas naturales y únicamente pueden ser contempladas como restos arqueológicos “por un ignorante con una imaginación hiperactiva”.

Donde la noticia tuvo alguna repercusión fue en los medios dedicados a la tecnología porque la herramienta empleada era Google Earth. José Manuel Galán, (CSIC), director de las excavaciones españolas en la necrópolis de Dra Abu el Naga (Luxor), a quien pedí una opinión sobre el tema, me remitió un texto en el que afirma que “es indudable que Google Earth no solo es un estupendo divertimento informático, sino que, además, es una gran ayuda para distintos trabajos científicos, como puede ser la arqueología”. Con todo, por una cuestión de resolución de imagen y su posterior tratamiento informático, los arqueólogos suelen trabajar con otros proveedores de imágenes aéreas digitales. “La fotografía aérea y las herramientas informáticas de teledetección son, efectivamente, extremadamente útiles en arqueología y pueden ayudar al descubrimiento de estructuras enterradas y/o difícilmente visibles”. Sin embargo, el tema es por qué “los sueños de una noche de verano de un aficionado iluminado pueden llegar a ocupar un lugar en un medio de información de prestigio como si fueran una verdad objetiva y científica”. Galán admite que el carácter misterioso de las pirámides aviva la imaginación de muchas personas. Pero el carácter misterioso de cualquier asunto se basa, prosigue, en gran medida en el desconocimiento. “Por un lado, del curioso que se interesa de forma superficial y anecdótica por un tema, en este caso las pirámides de Egipto, y que, en lugar de documentarse leyendo libros solventes, por ejemplo, rellena sus lagunas con la imaginación propia o de otros como él, pero que no han sentido pudor en hacer públicas sus elucubraciones gratuitas. Por otro lado, interviene el desconocimiento del público general y la falta de un sentido crítico sobre lo que otros nos cuentan, lo que permite que opiniones e interpretaciones poco o nada documentadas adquieran una credibilidad, impacto y relevancia que no merecen”. El otro problema es “la cada vez más débil capacidad de los medios de información de contrastar las noticias”.

Días después, recibí una carta de Daniel Rodríguez (investigador en la Universidad de Nottingham), a propósito de que en el Acento del 30 de agosto sobre la circuncisión se calificara la revista Pediatrics de la “biblia de la especialidad”. El propio remitente comprendía el empleo de esta expresión. Sin embargo, su carta añadía una reflexión general sobre la ciencia y su acercamiento a la verdad que resulta pertinente. “Pediatrics es una buena revista en su campo, pero no es ninguna autoridad”. Como todas las buenas revistas publica mejores y peores artículos. Ni las grandes revistas ni los científicos famosos, proseguía, tienen acceso garantizado a la verdad. “La ciencia es un conjunto de teorías que compiten y se refuerzan en base a la evidencia que existe, y no a quien propone la teoría. Una idea de Stephen Hawking no es por sí misma más válida de lo que pueda ser una idea de su estudiante de doctorado, depende de la evidencia que ambos produzcan. De hecho, en la ciencia, la autoridad puede suponer un obstáculo al fortalecer ideas preconcebidas”. La Biblia, por el contrario, subrayaba, es dogma. Los creyentes no cuestionan su autoridad porque está dictada por Dios. “Por desgracia, una gran parte de la población no tiene ni idea de lo que es el método científico (...). Como ciudadano, me parece fundamental comprender un poquito cómo funciona la ciencia”. En otro mensaje destacaba que lo fantástico del método científico es que la autoridad la dan los experimentos que prueban o descartan hipótesis. “El valor del cientifico reside (simplemente) en definir experimentos adecuados y sintetizar los resultados objetivamente”. El caso de las supuestas pirámides muestra la necesidad de analizar los respaldos con que cuenta un hipotético descubrimiento para evitar ser voceros de lo que puede ser finalmente una banal fanfarria. Estas precauciones sirven para evaluar su publicación y, en caso de hacerlo, incluir, cuando las hay, las reservas prudentes de otros especialistas. Como señalaba Almansa, sin confirmación no hay descubrimiento y sin descubrimiento no hay noticia.

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